viernes, 18 de enero de 2013

La sociedad condenada según Ayn Rand


El 25 de junio del pasado año publiqué un post basado en la visión que, del dinero, nos presenta Ayn Rand, filósofa norteamericana, madre de la corriente objetivista, partidaria de un liberalismo puro -que no neoliberalismo-, convencida del poder del empuje individual basado en la satisfacción del interés personal pero enormemente comprometida con que ese empuje solo puede estar justificado con la creación real de riqueza. Enemiga de la regulación y del aparato estatal, Ayn Rand me provoca emociones contradictorias. Por un lado me provoca una cierta admiración por esa visión ultraliberal que requiere de empresarios de sólidas convicciones éticas y morales -no hay más que fijarse en algunos de los personajes de su novela "Atlas Shrugged"- pero por otro lado me provoca miedo porque las cosas, por desgracia, no son así y esa visión ética en el mundo de la empresa (aunque tampoco es muy distinto en el mundo de lo público) brilla por su ausencia.

Es por ello por lo que sigo opinando que la combinación de una mentalidad liberal de corte ético en lo empresarial junto con un estado democrático en lo político que, con regulaciones adecuadas para evitar desmanes en el mundo de lo económico, vela por la adecuada redistribución de riqueza, sigue siendo la mejor de las posibilidades. 

Pero no quiero alargarme sobre ello. Tan solo, en este breve post de hoy y, dadas las noticias que nos abruman cada día en casi todo el mundo, quisiera sin más dejar para la reflexión una frase de Ayn Rand extraída de su obra maestra, "Atlas Shrugged". Doy por título a la frase, "La sociedad condenada". Disfrútala y piensa.

"Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada." 

jueves, 17 de enero de 2013

El papel de la banca como intermediario financiero


La banca es un negocio muy antiguo. Actividad bancaria, en el sentido de intercambio o movimiento de dinero ya se registra en la antigua Grecia aunque la actividad de préstamos tiene antecedentes tan antiguos como los de Babilonia en el x. XVIII a.C.

Se populariza el papel de los banqueros en la alta la Edad Media y durante el Renacimiento. De hecho, el nombre "banco" deriva de la palabra italiana banco, "escritorio", utilizada durante el Renacimiento por los banqueros florentinos quienes hacían sus transacciones sobre una mesa cubierta por un mantel verde. El actual término “bancarrota” se deriva de la ruptura física de esa mesa cuando un banquero o cambista no tenía suficientes fondos para hacer frente a sus obligaciones.

Si nos atenemos a la función clásica de la banca, podríamos incluso llamarla histórica, encontramos que está relacionada con dos grandes aspectos:

  • Los servicios relacionados con el dinero. Desde un punto de vista histórico, los ejemplos más claros, que ya se dan en la edad media, serían los de garantizar la transferencia segura de fondos entre titulares distintos y en distintos lugares geográficos para cubrir el pago de transacciones comerciales.
  • La intermediación financiera. Es decir, la recepción de sobrantes de liquidez provenientes del ahorro para invertirlos en actividades productivas en forma de préstamo.

Me gustaría centrarme hoy en el segundo de esos aspectos: el papel de la banca como intermediario financiero.

Si nos vamos a los orígenes, si simplificamos el análisis y vamos a las cosas que verdaderamente importan, nos daremos cuentas de que el papel que juega la banca en una sociedad moderna es absolutamente fundamental. La banca es un eslabón clave entre aquellos que tienen cierta capacidad para ahorrar dinero (depositantes) y, por lo tanto aquellos en los que su capacidad de generación de ingresos es superior a su gasto medio, y aquellos que tienen la visión y los proyectos para crear riqueza y valor social (prestatarios) pero no poseen suficientes recursos para ponerlos en marcha.

Al analizar el párrafo anterior con detenimiento, nos damos cuenta de una seria de puntos que son claves para entender el papel dinamizador de la banca y su poderoso rol como multiplicador de la riqueza, pero también para interiorizar algunas de las premisas de la función de banquero y de las limitaciones de la profesión:

  • A nivel global, al administrar el dinero de terceros (los depositantes) para invertirlo en prestarlo a otros (los prestatarios), la banca se transforma en el gran administrador y gestor del riesgo planetario. Por ello no puede ser banquero cualquiera. Tiene que tener una formación sólida y profunda así como una experiencia acreditada que le permita evaluar los riesgos implícitos en la actividad económica y defender así el dinero que le ha sido depositado. No todo el mundo sirve para esto, la banca es una profesión.
  • El hecho anterior nos lleva a otras conclusiones. Al estar los riesgos económicos del planeta en manos de los bancos, cuando los banqueros prestan a determinadas inciativas con la seguridad de que el dinero les va a ser devuelto pero que se alejan de la economía real o de las necesidades racionales de la ciudadanía, pueden acabar creando un círculo vicioso que puede estallar en cualquier momento. En algún momento, alguien no podrá pagar. Aunque hayan realizado bien su análisis del riesgo, habrán fallado en otra de las premisas, la comprensión holística del mundo. El banquero ha de ser consciente de su capacidad casi única, muy superior a la de los gobiernos, de crear o atajar riesgos sistémicos. Para ello tiene que tener una gran formación cultural y social. Una gran comprensión del mundo.
  • El banquero sabe que el dinero que presta hoy debe ser devuelto por los prestatarios a lo largo del tiempo. Su visión del riesgo tiene que ser a largo plazo, no a corto plazo. El banquero de hoy ha de trabajar por la cuenta de resultados y por la solvencia de su banco y la seguridad de sus depósitos no solo de hoy, sino de mañana. Para ello necesita unas grandes dosis de ética y de honestidad. Tiene que entender que el engordamiento de las cuentas de resultados de hoy puede pasar factura a depositantes inocentes el día de mañana. Ha de huir del lucro fácil a corto plazo y ha de tener la honestidad de decir “no” a un posible prestatario si no tiene clara su verdadera capacidad de repago haciendo así un favor tanto al propio banco como al mismo prestatario.

Por ello la remuneración de los banqueros tiene que ser relativamente alta, la justa para retribuir una profesionalidad elevada, una comprensión holística de la sociedad y del mundo y un comportamiento ético y honesto para con la profesión. Sin embargo nunca puede ser tan elevada, en aras de una supuesta excelencia profesional, que ponga en riesgo la necesaria visión a largo plazo o la honestidad requeridas por su labor.

Si no existiera la banca, habría que inventarla pero con banqueros profesionales y expertos, honestos, con visión a largo plazo, conocedores de la sociedad y del mundo así como conscientes de su rol como gestores planetarios de los riesgos económicos.


martes, 1 de enero de 2013

Pensamiento de año nuevo, hacia una sociedad estúpida: la zanahoria y el palito


Vivimos en un mundo curioso. Parece sin lugar a dudas que, para que la gente se movilice, para que haga cosas o para que deje de hacerlas, necesitemos siempre de estímulos extrínsecos a la propia persona y a la propia naturaleza de lo que hace o deja de hacer.

Sin ir más lejos y a título de ejemplo, un empleado de una organización bancaria que deba vender una determinada cantidad de seguros de vida, de auto o de hogar durante una campaña, recibirá si lo consigue un premio en forma de artilugio electrónico o de paga dineraria equivalente: la zanahoria.

Por otro lado, un conductor que tradicionalmente exceda el límite de velocidad está constantemente amenazado con recibir una importante multa o perder puntos de su carnet de conducir: el palito.

Reflexionemos acerca de la multitud de actos que realizamos a diario y nos sorprenderá el elevado porcentaje de ellos que están sujetos a la dictadura de la zanahoria y el palito. La inmensa mayoría de organizaciones de todo tipo tienen a sus miembros sujetos a esa execrable tiranía. Claro, no debe por ello extrañarnos que aquellas organizaciones que funcionan mejor son las que han conseguido una utilización más eficiente, madura y sensata de tales recursos de inducción de la conducta.

Porque, ¿tiene mucho sentido que a ese probo empleado bancario le den un incentivo especial por “colocar” una serie de seguros a sus clientes? Pensemos. Si la acción a realizar gira de forma muy centrada en el incentivo a conseguir, ¿cuál será la reacción del empleado?: probablemente la de colocar seguros de todo tipo a toda clase de personas, en ocasiones con sentido y en otras sin él. Así podemos encontrarnos con seguros de vida de pequeños importes y que ofrezcan una cobertura irrelavante al asegurado solo por incrementar la estadística o con seguros de vivienda con coberturas infladas si las comparamos con la verdadera necesidad del asegurado.

Y si nos vamos a nuestro conductor, en muchas ocasiones, en cuanto sepa que no hay radares ni patrullas policiales o conduzca en otro país con políticas más permisivas, conducirá a sus anchas excediendo sin pudor la velocidad permitida.

Pongan ustedes todos los ejemplos que les apetezca, las notas en la escuela, los impuestos, la normativa de la empresa, las ordenanzas municipales, las muy diversas regulaciones públicas, etc. La única realidad es que estamos sujetos a una dictadura normativa insufrible en todos los ámbitos que me gusta resumir como la zanahoria (la normativa como incentivo) y el palito (la normativa como penalización).

Tanta puñetera normativa nos hace olvidar el porqué intrínseco y profundo de las cosas que hacemos o dejamos de hacer, la verdadera bondad o idoneidad de nuestras acciones. El empleado de banca debe vender seguros a su clientela haya o no campaña, siempre y cuando exista una correlación real entre la necesidad del cliente y los beneficios que pueda obtener este al contratar un seguro. No porque haya un premio especial. Ello debería ser totalmente secundario. Se equivocan las organizaciones que hacen girar su política de forma exclusiva a través del incentivo porque ello puede crear conductas equivocadas.

Igualmente el conductor deber conducir a una velocidad adecuada en función de las condiciones del tráfico, de las características del vehículo y de la vía por la que circula. El hecho de tener una normativa excesivamente restrictiva y que a veces no es entendida por el usuario, conlleva una obediencia a regañadientes que no es positiva a largo plazo para la sociedad. Se equivocan aquellas administraciones que pretenden regular absolutamente todo y predicar sobre lo que determinada clase dirigente estima que es bueno o malo a fuerza de normas y sanciones.

El incentivo sesgador y la penalización indiscriminada son herramientas elementales para la estupidización de la sociedad. Y además de que provocan reacciones basadas tan solo en esos estímulos extrínsecos haciendo olvidar la verdadera motivación, el porqué intrínseco de las conductas racionales y humanamente deseables, generan un segundo problema no menor. Para que se fijen los sistemas que definen tales zanahorias y palitos, las organizaciones precisan de un ejército de burócratas cuya única finalidad no es la creación o la administración de la riqueza sino la creación de normativas y la supervisión de su cumplimiento. ¡Apaga y vámonos!

Las normas y los incentivos, a todos los niveles y en todo tipo de organizaciones, también a nivel de la cosa pública, deben ser solo los adecuados, nunca excesivos, extremadamente meditados para que no oculten o perviertan la motivación intrínseca que debe guiar cualquier conducta humana. En ocasiones es mejor no regular determinadas cosas que estar sujetos a normativas que desvían la verdadera naturaleza de las conductas deseables y que nos llevan hacia una sociedad más estúpida y manipulable.

A nuestros líderes políticos y empresariales les deseo para este año 2013 que comienza hoy que les ilumine la luz, que acierten en las normativas adecuadas, que eliminen trabas innecesarias, que regulen lo que debe ser regulado de forma justa y meditada y que no regulen indiscriminadamente, que confíen en la madurez de la sociedad y que no nos traten como a estúpidos. Pensar y actuar sobre la motivación intrínseca que debe haber detrás de cada acción humana siempre es más gratificante y más efectivo a largo plazo.

¡Feliz 2013!