domingo, 30 de septiembre de 2012

El pensamiento independiente o el dilema de Tomás Moro


Muchos de ustedes conocerán la historia de Tomás Moro, teólogo, político y pensador, Lord Canciller de Inglaterra bajo el reinado de Enrique VIII. Hombre sabio y equilibrado según los cronistas de la época, que tuvo la gran desgracia de enfrentarse con su rey, indignado por la política practicada por este en varios frentes. Entre ellos, el más conocido y llevado en diversas ocasiones a la literatura y al cine, fue el enfrentamiento con su monarca a raiz de la iniciativa de divorcio de este y el consecuente enfrentamiento de Inglaterra con la Iglesia Católica.

No entraré ahora a valorar la posición de Tomás Moro sobre el hecho del divorcio en particular. Probablemente su postura tal cual sería difícilmente defendible en la sociedad actual pero sí quiero valorar la posición relativa del personaje ante el poder imperante y ante los condicionantes históricos del momento. Tomás Moro pertenecía a una de esas minorías de personas que están tan convencidas de la bondad y de la legitimidad de sus posturas que acaban defendiéndolas con todas sus consecuencias. Les recuerdo que al pensador y político británico le costó literalmente la cabeza enfrentarse a su rey o, lo que viene a ser lo mismo, enfrentarse al pensamiento dominante en aquel momento.

En nuestra sociedad solemos magnificar la importancia de los valores democráticos, a veces en un sentido no demasiado acertado. Todo nos lleva a pensar que las mayorías llevan la razón porque eso es democrático pero, normalmente, son ciertas minorías conscientes de los retos científicos, sociales o económicos las que encabezan la innovación y los movimientos de cambio, las que se aperciben de las tendencias a largo plazo y son capaces de reaccionar como líderes de opinión para avanzar grandes líneas de pensamiento y de acción. Suelen ser ciertas minorías ilustradas las que corren con evidentes riesgos huyendo de algunas macro tendencias en la que se sumerge la población en general de forma no siempre demasiado fundamentada y meditada, y que son capaces de identificar los verdaderos problemas y los verdaderos dilemas alejándose del pensamiento único dictado por el establishment político y mediático. Recuerden sino a Galileo. ¿Quién llevaba la razón: esa minoría reflexiva y heterodoxa, en este caso representada por Galileo, o la mayoría seguidista de la época que defendía que la Tierra era plana?

Son esas minorías silenciosas las que se atreven a pensar de forma distinta, a proponer preguntas inusuales, a poner a los poderes públicos y a los poderes fácticos ante cuestiones incómodas mientras estos despistan al personal con falsos dilemas y cuestiones creadas artificialmente, casi siempre por motivos interesados e inconfesables.

Encontramos a ese tipo de minorías en muy diversas ubicaciones: en las empresas, en el sector público, en la política, en los medios de comunicación, en la comunidad científica, en el tercer sector y en general en casi cualquier organización social. Suelen ser esos personajes de aguda intuición, con inteligencia social, que llevan su pensamiento y sus opiniones más allá de lo políticamente correcto. Otras veces son ciudadanos normales que simplemente no se dejan arrastrar por las corrientes dominantes y quieren ejercer su derecho a ver las cosas de otra forma. Son aquellas personas que, cuando todo el mundo habla de determinados temas, ellos se atreven a lanzar preguntas distintas, a ver las cosas desde un angulo diferente al del común de los mortales. Personajes, por desgracia, habitualmente incómodos. Por ello esas minorías suelen correr graves riesgos reputacionales y de todo tipo. Son estigmatizadas como los "freakies" de la opinión social, vistas con extrema prevención tanto por parte del establishment como por parte de la sociedad en general. Casi nunca obtienen recompensa por el hecho valiosísimo de ser capaces y de tener la valentia de formular las preguntas adecuadas que permiten que la sociedad avance y de no dejarse llevar por el pensamiento único tan insólitamente propio de nuestras democracias occidentales.

Por desgracia esos riesgos provocan también que, en demasiadas ocasiones, esos pensadores independientes sean ninguneados, apartados de los foros de debate social o científico y tratados como verdaderos apestados por los apóstoles del pensamiento único.

Tal vez Tomás Moro fue un precursor de lo difícil que resulta para ciertas minorías mas o menos ilustradas enfrentarse con la razón y la inteligencia ante la tendencia humana a crear pensamientos únicos y monolíticos que requieren de adhesiones inquebrantables. Tomás Moro pago con su cabeza ese atrevimiento y, en nuestra sociedad moderna, hemos acuñado tambien la expresión "cortar la cabeza" para aquellos que son desposeídos de sus cargos o responsabilidades por enfrentarse al poder establecido.

Es evidente que no hemos mejorado demasiado en los últimos cinco siglos. Por ello deberian ustedes reconocer conmigo que, aunque es una pena que no pueda dado que la cabeza estaba separada de su tronco en el momento de recibir sepultura, si Tomas Moro levantara la cabeza, se llevaría una enorme decepción por lo poco que han cambiado las cosas, por lo menos en lo que respecta al tema que nos ocupa. Como mínimo tendría la satisfacción parcial de constatar que a aquellas personas que, como él, hacen gala de un pensamiento independiente del impulsado por los líderes o alejado de las tendencias sociales dominantes, ya no se les suele cercenar la cabeza, por lo menos en el sentido literal de la palabra.

1 comentario:

Edita Olaizola dijo...

Me ha gustado mucho la entrada, Marcos, muchas gracias por esta reflexión profunda y didáctica.

Debemos recordar que la democracia, aún siendo un buen sistema de gobierno, no es "el" sistema. De hecho, en la Grecia clásica arrancó la democracia basándose en los patricios, los únicos que podían opinar y decidir sobre la cosa pública: estaban excluidos los esclavos, las mujeres... Y ahora que todos podemos hacerlo, nos encontramos a veces que nos falta preparación suficiente para dar una opinión bien fundada (como hacían los patricios. Quizás por eso resulta tan peligroso separarse de la opinión mayoritaria