jueves, 17 de enero de 2013

El papel de la banca como intermediario financiero


La banca es un negocio muy antiguo. Actividad bancaria, en el sentido de intercambio o movimiento de dinero ya se registra en la antigua Grecia aunque la actividad de préstamos tiene antecedentes tan antiguos como los de Babilonia en el x. XVIII a.C.

Se populariza el papel de los banqueros en la alta la Edad Media y durante el Renacimiento. De hecho, el nombre "banco" deriva de la palabra italiana banco, "escritorio", utilizada durante el Renacimiento por los banqueros florentinos quienes hacían sus transacciones sobre una mesa cubierta por un mantel verde. El actual término “bancarrota” se deriva de la ruptura física de esa mesa cuando un banquero o cambista no tenía suficientes fondos para hacer frente a sus obligaciones.

Si nos atenemos a la función clásica de la banca, podríamos incluso llamarla histórica, encontramos que está relacionada con dos grandes aspectos:

  • Los servicios relacionados con el dinero. Desde un punto de vista histórico, los ejemplos más claros, que ya se dan en la edad media, serían los de garantizar la transferencia segura de fondos entre titulares distintos y en distintos lugares geográficos para cubrir el pago de transacciones comerciales.
  • La intermediación financiera. Es decir, la recepción de sobrantes de liquidez provenientes del ahorro para invertirlos en actividades productivas en forma de préstamo.

Me gustaría centrarme hoy en el segundo de esos aspectos: el papel de la banca como intermediario financiero.

Si nos vamos a los orígenes, si simplificamos el análisis y vamos a las cosas que verdaderamente importan, nos daremos cuentas de que el papel que juega la banca en una sociedad moderna es absolutamente fundamental. La banca es un eslabón clave entre aquellos que tienen cierta capacidad para ahorrar dinero (depositantes) y, por lo tanto aquellos en los que su capacidad de generación de ingresos es superior a su gasto medio, y aquellos que tienen la visión y los proyectos para crear riqueza y valor social (prestatarios) pero no poseen suficientes recursos para ponerlos en marcha.

Al analizar el párrafo anterior con detenimiento, nos damos cuenta de una seria de puntos que son claves para entender el papel dinamizador de la banca y su poderoso rol como multiplicador de la riqueza, pero también para interiorizar algunas de las premisas de la función de banquero y de las limitaciones de la profesión:

  • A nivel global, al administrar el dinero de terceros (los depositantes) para invertirlo en prestarlo a otros (los prestatarios), la banca se transforma en el gran administrador y gestor del riesgo planetario. Por ello no puede ser banquero cualquiera. Tiene que tener una formación sólida y profunda así como una experiencia acreditada que le permita evaluar los riesgos implícitos en la actividad económica y defender así el dinero que le ha sido depositado. No todo el mundo sirve para esto, la banca es una profesión.
  • El hecho anterior nos lleva a otras conclusiones. Al estar los riesgos económicos del planeta en manos de los bancos, cuando los banqueros prestan a determinadas inciativas con la seguridad de que el dinero les va a ser devuelto pero que se alejan de la economía real o de las necesidades racionales de la ciudadanía, pueden acabar creando un círculo vicioso que puede estallar en cualquier momento. En algún momento, alguien no podrá pagar. Aunque hayan realizado bien su análisis del riesgo, habrán fallado en otra de las premisas, la comprensión holística del mundo. El banquero ha de ser consciente de su capacidad casi única, muy superior a la de los gobiernos, de crear o atajar riesgos sistémicos. Para ello tiene que tener una gran formación cultural y social. Una gran comprensión del mundo.
  • El banquero sabe que el dinero que presta hoy debe ser devuelto por los prestatarios a lo largo del tiempo. Su visión del riesgo tiene que ser a largo plazo, no a corto plazo. El banquero de hoy ha de trabajar por la cuenta de resultados y por la solvencia de su banco y la seguridad de sus depósitos no solo de hoy, sino de mañana. Para ello necesita unas grandes dosis de ética y de honestidad. Tiene que entender que el engordamiento de las cuentas de resultados de hoy puede pasar factura a depositantes inocentes el día de mañana. Ha de huir del lucro fácil a corto plazo y ha de tener la honestidad de decir “no” a un posible prestatario si no tiene clara su verdadera capacidad de repago haciendo así un favor tanto al propio banco como al mismo prestatario.

Por ello la remuneración de los banqueros tiene que ser relativamente alta, la justa para retribuir una profesionalidad elevada, una comprensión holística de la sociedad y del mundo y un comportamiento ético y honesto para con la profesión. Sin embargo nunca puede ser tan elevada, en aras de una supuesta excelencia profesional, que ponga en riesgo la necesaria visión a largo plazo o la honestidad requeridas por su labor.

Si no existiera la banca, habría que inventarla pero con banqueros profesionales y expertos, honestos, con visión a largo plazo, conocedores de la sociedad y del mundo así como conscientes de su rol como gestores planetarios de los riesgos económicos.


martes, 1 de enero de 2013

Pensamiento de año nuevo, hacia una sociedad estúpida: la zanahoria y el palito


Vivimos en un mundo curioso. Parece sin lugar a dudas que, para que la gente se movilice, para que haga cosas o para que deje de hacerlas, necesitemos siempre de estímulos extrínsecos a la propia persona y a la propia naturaleza de lo que hace o deja de hacer.

Sin ir más lejos y a título de ejemplo, un empleado de una organización bancaria que deba vender una determinada cantidad de seguros de vida, de auto o de hogar durante una campaña, recibirá si lo consigue un premio en forma de artilugio electrónico o de paga dineraria equivalente: la zanahoria.

Por otro lado, un conductor que tradicionalmente exceda el límite de velocidad está constantemente amenazado con recibir una importante multa o perder puntos de su carnet de conducir: el palito.

Reflexionemos acerca de la multitud de actos que realizamos a diario y nos sorprenderá el elevado porcentaje de ellos que están sujetos a la dictadura de la zanahoria y el palito. La inmensa mayoría de organizaciones de todo tipo tienen a sus miembros sujetos a esa execrable tiranía. Claro, no debe por ello extrañarnos que aquellas organizaciones que funcionan mejor son las que han conseguido una utilización más eficiente, madura y sensata de tales recursos de inducción de la conducta.

Porque, ¿tiene mucho sentido que a ese probo empleado bancario le den un incentivo especial por “colocar” una serie de seguros a sus clientes? Pensemos. Si la acción a realizar gira de forma muy centrada en el incentivo a conseguir, ¿cuál será la reacción del empleado?: probablemente la de colocar seguros de todo tipo a toda clase de personas, en ocasiones con sentido y en otras sin él. Así podemos encontrarnos con seguros de vida de pequeños importes y que ofrezcan una cobertura irrelavante al asegurado solo por incrementar la estadística o con seguros de vivienda con coberturas infladas si las comparamos con la verdadera necesidad del asegurado.

Y si nos vamos a nuestro conductor, en muchas ocasiones, en cuanto sepa que no hay radares ni patrullas policiales o conduzca en otro país con políticas más permisivas, conducirá a sus anchas excediendo sin pudor la velocidad permitida.

Pongan ustedes todos los ejemplos que les apetezca, las notas en la escuela, los impuestos, la normativa de la empresa, las ordenanzas municipales, las muy diversas regulaciones públicas, etc. La única realidad es que estamos sujetos a una dictadura normativa insufrible en todos los ámbitos que me gusta resumir como la zanahoria (la normativa como incentivo) y el palito (la normativa como penalización).

Tanta puñetera normativa nos hace olvidar el porqué intrínseco y profundo de las cosas que hacemos o dejamos de hacer, la verdadera bondad o idoneidad de nuestras acciones. El empleado de banca debe vender seguros a su clientela haya o no campaña, siempre y cuando exista una correlación real entre la necesidad del cliente y los beneficios que pueda obtener este al contratar un seguro. No porque haya un premio especial. Ello debería ser totalmente secundario. Se equivocan las organizaciones que hacen girar su política de forma exclusiva a través del incentivo porque ello puede crear conductas equivocadas.

Igualmente el conductor deber conducir a una velocidad adecuada en función de las condiciones del tráfico, de las características del vehículo y de la vía por la que circula. El hecho de tener una normativa excesivamente restrictiva y que a veces no es entendida por el usuario, conlleva una obediencia a regañadientes que no es positiva a largo plazo para la sociedad. Se equivocan aquellas administraciones que pretenden regular absolutamente todo y predicar sobre lo que determinada clase dirigente estima que es bueno o malo a fuerza de normas y sanciones.

El incentivo sesgador y la penalización indiscriminada son herramientas elementales para la estupidización de la sociedad. Y además de que provocan reacciones basadas tan solo en esos estímulos extrínsecos haciendo olvidar la verdadera motivación, el porqué intrínseco de las conductas racionales y humanamente deseables, generan un segundo problema no menor. Para que se fijen los sistemas que definen tales zanahorias y palitos, las organizaciones precisan de un ejército de burócratas cuya única finalidad no es la creación o la administración de la riqueza sino la creación de normativas y la supervisión de su cumplimiento. ¡Apaga y vámonos!

Las normas y los incentivos, a todos los niveles y en todo tipo de organizaciones, también a nivel de la cosa pública, deben ser solo los adecuados, nunca excesivos, extremadamente meditados para que no oculten o perviertan la motivación intrínseca que debe guiar cualquier conducta humana. En ocasiones es mejor no regular determinadas cosas que estar sujetos a normativas que desvían la verdadera naturaleza de las conductas deseables y que nos llevan hacia una sociedad más estúpida y manipulable.

A nuestros líderes políticos y empresariales les deseo para este año 2013 que comienza hoy que les ilumine la luz, que acierten en las normativas adecuadas, que eliminen trabas innecesarias, que regulen lo que debe ser regulado de forma justa y meditada y que no regulen indiscriminadamente, que confíen en la madurez de la sociedad y que no nos traten como a estúpidos. Pensar y actuar sobre la motivación intrínseca que debe haber detrás de cada acción humana siempre es más gratificante y más efectivo a largo plazo.

¡Feliz 2013!

martes, 11 de diciembre de 2012

Walk the Talk


Entre los múltiples problemas que aquejan a nuestra sociedad actual, uno destacado es el de la escasa fiabilidad de la palabra dada. Lejos quedan las épocas, si es que alguna vez existieron, en que el honor y la palabra dada tenían un valor incuestionable y en que poca gente desconfiaba de afirmaciones o promesas manifestadas por parte de ciertas capas de la sociedad de supuesta honorabilidad y solvencia moral.

Es tal la degradación moral de nuestro mundo, tan poca la confianza que nos merecen nuestros congéneres -logicamente con excepciones- que la palabra pronunciada por demasiada gente es interpretada como un mero ejercicio de marketing, como un deseo de quien la enuncia de vender algo o a alguien o de conseguir una reacción determinada por parte del que la escucha. La palabra ha dejado de representar valores o posiciones morales y se ha transformado en un arma ofensiva, para aquél que quiere conseguir algo a través de ella, o defensiva, para quién pretende impedir que algo supuestamente negativo le pase a esa persona o a los de su círculo.

¿Quién de ustedes no ha pensado en infinidad de ocasiones en una conversación de cualquier tipo con cualquier persona cosas como: “a ver qué gol me quiere meter este” o, en otro tipo de situaciones, “este solo pretende cubrirse el culo”?

Esa sensación de la pérdida de valor, de la futilidad de la palabra, alcanza su paroxismo cuando analizamos el uso de la misma por parte de la clase política. Nuestros representantes, personas que deberían dar ejemplo. No se si quieren que les aburra con ejemplos porque les aseguro que darían para un libro entero pero solo respóndanse a un par de preguntas: cuándo un político afirma que hará o dejará de hacer algo, ¿le creen ustedes o arrugan la nariz?. Cuando llega a sus manos un programa electoral y se molestan ustedes en leerlo, ¿sonríen con sorna o, dado que son afirmaciones estudiadas por parte de un grupo político serio, tienen tendencia a darle credibilidad?

Y, si nos ponemos a hablar del uso de la palabra de una forma más detallada, el tema daría probablemente para un segundo libro. ¿O acaso no les vienen a la cabeza los múltiples eufemismos utilizados por los políticos y por muchas otras personas públicas para evitar llamar a las cosas por su nombre? Hoy en día a una situación de quiebra se la llama “desequilibrio financiero”, a un delito se le define como “irregularidad”, a un despido masivo como “ajuste de estructura” o también como “proceso de optimización de recursos”, etc., etc. No sigo porque les aseguro que me animo y empezaría a elaborar una larga lista.

Si seguimos con la falta de credibilidad de la palabra de los políticos, estamos ante uno de los problemas fundamentales de nuestra democracia. La palabra del político, expresada en un programa electoral y luego matizada en declaraciones públicas o privadas, es algo extremadamente serio, es un contrato social entre el ciudadano, quien ejerce su voto en base a dicho contrato, y aquellos que lo representan y que, no lo olviden, solo se deben al primero. Cuando la poca solvencia, calidad y realismo de los programas electorales lleva al incumplimiento sistemático de los mismos, no nos encontramos ante una broma de mal gusto ni ante una trivialidad, nos encontramos ante una burla en toda regla al sistema democrático y a los ciudadanos. Existe una conocida frase que dice que gobernar es el arte de decir “no” y puedo entenderla siempre y cuando se salvaguarden los elementos fundamentales del contrato con los ciudadanos. No se puede utilizar esa frase para defender lo indefendible o para justificar lo injustificable.

Existe una magnífica expresión en inglés que siempre me ha gustado de una forma muy especial. Se trata de la expresión “Walk the Talk” que, traducida de una manera un tanto pedrestre podría transformarse en “camina aquello que dices” o de una forma más refinada y explícita “transforma en hechos lo que sueles defender con palabras”. Podríamos decir que lo contrario al “Walk the Talk”  es una conducta hipócrita.

Por regla general -insisto en que siempre encontraremos excepciones-, nuestros políticos no practican el “Walk the Talk”. Si lo practicaran se pensarían mucho más detenidamente qué promesas lanzan en sus programas electorales y que afirmaciones van soltando a diestro y siniestro.

Si nuestra política estuviera basada en el “Walk the Talk” ya hace mucho que hubiéramos sustituido un sistema electoral escasamente representativo con diferencias excesivas en lo que cuesta, en términos de votos, la adquisición de un escaño en cada circunscripción y con listas cerradas que limitan el acceso de los mejores ciudadanos a la política.

Si los ciudadanos exigiéramos el “Walk the Talk” no estariamos como estamos hoy porque tendríamos un sistema más propocional que el actual, con listas abiertas en lugar de cerradas (lo que equivale a opacas para el ciudadano en cuanto a los criterios de selección de los que ocupan una lista). Si los políticos practicaran el “Walk the Talk” con listas abiertas, estarían obligados a dar cuentas, cada año o dos años, a los ciudadanos que les han elegido para cada uno de los puntos fundamentales del programa que les aupó al poder. Deberían presentar un informe con indicadores y datos que avalen los avances en el contrato social o las dificultades en su cumplimiento explicando en detalle como se van a solventar. Y todo ello siempre con una premisa, la estabilidad financiera de lo público a medio plazo. El déficit puede existir como algo transitorio pero no como algo estructural. Y desde luego, si el político no está cumpliendo con su programa o no hay razones de peso para ello, habrá que prescindir de su figura sin esperar a las próximas elecciones.

Imagínense el cuidado que pondría la clase política antes de hablar, antes de escribir promesas y planteamientos sin un análisis detallado. Imagínense la diferente calidad de los programas políticos ya desde el inicio, si exigiéramos el “Walk the Talk” y, para ello, para construir mensajes más sólidos y sostenibles y, dado que estaríamos en un sistema de listas abiertas, los partidos deberían atraer a los “mejores” de verdad a gente capaz y moralmente irreprochable. Seguramente habría que pagar algo más a esa nueva clase política pero díganme, ¿qué prefieren 1.000 políticos que no cobren demasiado y que arruinen a nuestra sociedad o 200 políticos que cobren tres veces más que los anteriores pero que sean moral y técnicamente solventes, que rindan cuentas con mayor periodicidad ante la ciudadanía y no tan solo cuando toca ir a votar y que planteen y ejecuten políticas sostenibles?

Ya saben, los políticos tienen el deber de “Walk the Talk” y, si no lo hacen, los ciudadanos tenemos el derecho a exigirlo. Una nueva clase política tan solo será posible cuando los ciudadanos se den cuenta de su gran responsabilidad y actúen desde la sociedad, no solo desde las urnas, para generar un cambio.




domingo, 25 de noviembre de 2012

¿Tiene razón un político cuando se atreve a hablar de “la realidad”, cuando nos habla de ”la verdad”?


¿Acierta un historiador cuando describe una serie de “hechos” históricos?

Cuando hablamos de “lo real” nos referimos a aquello que es auténtico, a la inalterable verdad, a aquello que es la dimensión externa de la experiencia.

Lo real” existe en oposición a “la realidad”, que está más bien basada en la percepción sensorial de las cosas.

Sin embargo, en nuestra vida cotidiana, en nuestro hablar diario, no distinguimos de manera tan afinada entre ambos términos como sí se hace en filosofía. Así, confundimos ambos conceptos, lo real y la realidad y los vemos de forma indistinta. De la misma manera, confundimos y mezclamos en nuestra forma de pensar términos como, verdad, hechos, realidad, lo real.

Probablemente no hay ciencia en que la demostración empírica de los hechos observables haya avanzado más que en la física clásica. Los hechos en física son siempre demostrables, medibles, observables. Podríamos decir incluso que difícilmente opinables. A pesar de ello, incluso en física, la cosas no siempre son lo que parecen. En 1927, Werner Heisenberg, físico alemán y uno de los padres de la física cuántica, formuló su famoso principio de incertidumbre que de forma muy simplificada viene a decir que en física experimental, la posición del observador o el sistema de medición utilizado en un experimento siempre acabará perturbando en cierta medida los resultados observados y, por tanto, las conclusiones de la investigación.

No pretendo introducirme en el mundo de la física, campo que no domino ni pretendo dominar pero, si ese principio de incertidumbre influye en nuestra percepción incluso de los hechos físicos, ¿cómo no va a influir en otras áreas del conocimiento o en otros ámbitos del comportamiento social que son mucho más opinables?

Todos conocemos una famosa frase atribuida al escritor británico George Orwell que dice que la historia siempre la escriben los vencedores. Con esa frase tenemos ante nuestros ojos la versión, en clave de historia, del principio de incertidumbre de Heisenberg. Entendemos como historia aquellos periodos de la humanidad de los que hemos podido encontrar huellas escritas de los hechos ocurridos pero, seguro que lo han pensado alguna vez: alguien escribió aquellos textos, alguien añadió al relato de las cosas el sesgo propio del observador, de su entorno, de sus anhelos, de sus fobias y de sus filias. De la misma manera que las películas que narran hechos históricos difícilmente lo hacen de una forma neutral y siempre encontramos en ellas los sesgos propios, conscientes o inconscientes, de quienes la han hecho posible.

Y, ¿qué me dicen de la prensa?, ¿es verdaderamente objetiva e independiente tal y como se definen tantos y tantos medios de comunicación? La respuesta es rotundamente no. La la única diferencia es que pueden existir medios de comunicación en los que el sesgo en su visión de las cosas sea más consciente que en otros, pero poco más. Por tanto, en el mejor de los casos, estaría dispuesto a reconocer que puede existir prensa con un cierto nivel de independencia -aunque tampoco eso me parece muy seguro- pero no creo que existe prensa objetiva por el simple motivo de que la objetividad -principio de incertidumbre de Heisenberg aplicado a las ciencias sociales-, no existe.

Supongo que muchos de ustedes lo habrán hecho alguna vez pero, prueben a leer una misma noticia en tres o cuatro rotativos diferentes. ¿A que en ocasiones parece que se enfrenten a realidades completamente distintas? Entonces, ¿qué hacen los medios de comunicación?: ¿informan, adoctrinan, son altavoces de opinión? Prefiero dejar la respuesta a su buen criterio, yo no lo tengo nada claro.

Y, ¿qué me dicen de la economía? No hay nada peor para una ciencia social como la economía que el hecho de haberse matematizado de forma tan profunda. En economía la realidad suele explicarse a través de cifras pero, ¿qué cifras escojo? Las realidades complejas requieren de una gran batería de datos para intentar acercarse de forma lo más racional posible a la comprensión de la misma pero incluso un observador supuestamente neutral de un hecho económico suele poner más énfasis en unos datos que en otros por los motivos más variopintos y por ello la objetividad en economía es también algo de lo más discutible. Desconfien de cualquier persona que pretenda influir en su opinión sobre algún tema complejo esgrimiendo tan solo una o dos cifras. O no sabe o pretende llevar el ascua a su sardina.

Podría seguir hablando de otras disciplinas, poniéndoles multitud de ejemplos, hablando de la inexistencia de la objetividad también en política y de la aplicación del principio de incertidumbre de Heisenberg a muchas facetas de la vida pero creo que ello excedería del propósito de este blog y prefiero que ustedes se imaginen todo tipo de situaciones en las que ese principio se aplica. Lo único que me atrevo a asegurarles es que la verdad no existe.


viernes, 9 de noviembre de 2012

Humor - el inglés, idioma oficial de la Unión Europea

The European Commission has just announced an agreement whereby English will be the official language of the European Union rather than German, which was the other possibility. As part of the negotiations, the British Government conceded that English spelling had some room for improvement and has accepted a 5-year phase-in plan that would become known as "Euro-English". In the first year, "s" will replace the soft "c". Sertainly, this will make the sivil servants jump with joy. The hard "c" will be dropped in favour of "k". This should klear up konfusion, and keyboards kan have one less letter. There will be growing publik enthusiasm in the sekond year when the troublesome "ph" will be replaced with "f". This will make words like fotograf 20% shorter. In the 3rd year, publik akseptanse of the new spelling kan be expekted to reach the stage where more komplikated changes are possible. Governments will enkourage the removal of double letters which have always ben a deterent to akurate speling. Also, al wil agre that the horibl mes of the silent "e" in the languag is disgrasful and it should go away. By the 4th yer people wil be reseptiv to steps such as replasing "th" with "z" and "w" with "v". During ze fifz yer, ze unesesary "o" kan be dropd from vords kontaining "ou" and after ziz fifz yer, ve vil hav a reil sensi bl riten styl. Zer vil be no mor trubl or difikultis and evrivun vil find it ezi tu understand ech oza. Ze drem of a united urop vil finali kum tru. Und efter ze fifz yer, ve vil al be speking German like zey vunted in ze forst plas. If zis mad you smil, pleas pas on to oza pepl.