domingo, 27 de mayo de 2012

La sociedad borracha

Tras casi cinco años de crisis, continuamos asistiendo impertérritos al espectáculo de las continuas declaraciones de innumerables analistas económicos de muy diverso pelaje, de discursos y promesas políticas, de incontables reales decretos, multiples reformas estructurales y planes de actuación que, en ocasiones, se contradicen entre sí.

Sumamos un par de “reformas laborales” diversas “reformas del sector financiero”, todo tipo de leyes con “medidas estructurales”, infinidad de reuniones de los mandamases europeos que en cada una de las cumbres celebradas nos comunican un listado de vaguedades y califican a la siguiente reunión de “definitiva”.

Y todo ello en pos de dos objetivos fundamentales, “recuperar el equilibrio de las cuentas públicas” y “retomar la senda del crecimiento”. Objetivos ambos dos que, huelga decirlo, a pesar del mucho tiempo transcurrido y de las muchas medidas tomadas, estamos lejos de conseguir aun cuando no hay que desesperar y, en algún momento, algo empezará a cambiar.

Mientras tanto, de forma muy especial los ciudadanos y el mundo de la pequeña y mediana empresa, se apretan el cinturón y hacen todo lo posible por sobrevivir en esta marejada económica sobrevenida que todo lo arrasa y cuestiona y cuyas causas técnicas ya casi nadie entiende pero cuyas causas profundas todos empezamos a intuir.

En el fondo será el esfuerzo individual, de cada uno de nosotros, el de los ciudadanos sin rostro que se esfuerzan en controlar su economía familiar, en ser responsables en el consumo de recursos y en la educación de sus hijos a la vez que entienden que su actitud y su dedicación allá donde puedan ejercerla, en el trabajo, en el tercer sector, en el barrio o en la familia son claves para una sociedad mejor. Será el esfuerzo de cada una de las empresas que anónima y silenciosamente se afanan por mejorar, ser más innovadoras, incorporar tecnología, tener un comportamiento ético, ofrecer un mejor producto, controlar su deuda y vender, y exportar, y satisfacer las necesidades racionales de sus clientes. Será la suma de esos y otros muchos esfuerzos los que nos permitirán superar las situaciones de dificultad. No esperes ayuda de nadie. Ayúdate a tí mismo y verás como, poco a poco, la ayuda que, en el fondo no esperabas, te acabará llegando.

Pero nuestros gobernantes, las grandes multinacionales y los organismos internacionales siguen insistiendo en su particular Karma: “recuperar el equilibrio de las cuentas públicas” y “retomar la senda del crecimiento”. No seré yo el que cuestione la necesidad de tener unas cuentas públicas equilibradas, un déficit cero o cercano a cero y una deuda pública asumible. Es de sentido común, si lo hago en mi casa, ¿cómo no voy a querer que gestionen de la misma forma los recursos públicos los representantes políticos que nos hemos otorgado? Sin embargo, lo que sí es cierto es que, en la situación que viven actualmente la mayor parte de países europeos, es quimérico querer arreglar esto de la noche a la mañana. Hay que darse un plazo exigente pero razonable para ajustar las cosas, eso sí, con un compromiso inequívoco de que, de aquí en adelante, vamos a gestionar lo público de una forma más racional y centrados en un bienestar social bien entendido y que no genere bolsas de inactividad popular ni de ineficiencia.

Y en cuanto al crecimiento, ¿qué quieren que les diga? Seguimos encharcados en esa ciénaga de pensamiento desde hace décadas como si el crecimiento económico fuera la medicina para todos los males y la panacea para la felicidad del ser humano. ¡Nada más lejos de la realidad! No siempre los países que presentan mayor crecimiento económico presentan mayores tasas de felicidad. Olvidamos que la economía debe estar al servicio del ser humano y no al revés. Desde ese punto de vista y, aunque en el corto plazo, un cierto crecimiento aliviaría los problemas españoles y europeos, en el largo plazo, si no modificamos pronto nuestro paradigma de pensamiento económico y apostamos por un modelo económico distinto, basado en una mayor redistribución de la riqueza, solidario con las sociedades más necesitadas, de crecimiento basado en sectores no consumidores de recursos naturales como el sector cultural o el sector educactivo y de medición de la actividad económica basándonos en otros parámetros y no exclusivamente en la evolución del PIB, o más tarde o más temprano, de aquí no muchos años, volveremos a recaer en la tristeza económica y en la recesión. Y no olvidemos que la recesión no son sólo unas cuantas frías cifras encadenadas sino que se traduce en la degradación y el sufrimiento de personas y de familias enteras.

Sin embargo y, a pesar de lo obvio de la necesidad de cambiar el paradigma económico y de transitar sin prisa pero sin pausa hacia otro tipo de modelos, respetuosos con la libertad de mercado pero que sitúen al ser humano en su centro, las instituciones internacionales, gobiernos y grandes compañías se llenan de declaraciones grandilocuentes pero no se mueven ni un ápice de los paradigmas establecidos. Borrachos de poder. Borrachos de autocomplacencia. Y borracha se queda toda la sociedad desorientada ante tamaña falta de visión.

Pero no se preocupen demasiado, el alcohol consumido en demasía produce este tipo de cosas. Algo similar a lo que les ocurre a nuestros gobernantes y a otros sucedáneos ya le sucedía a aquél hombre, protagonista de un popular chiste quien, borracho como una cuba, llevaba rato buscando algún objeto en el mismo punto de la acera cercana a su casa y alumbrada por una farola.

Ya era de noche y se acercó un vecino con voluntad de ayudar. "Buenas noches, ¿qué estas buscando?", le preguntó, y el borracho contestó titubeando y con el aliento apestando a alcohol: "miss llavvves, no puedddo entrar en casssa".

"Seguro que se te han caído por aquí? Ya llevas rato mirando en el mismo sitio. ¿Y si te ayudo y buscamos un poco mas allá?"

A lo que el borracho contestó indignado: "¡¡¡Ni see tee occurrra, aquí por lo menosss hay luz!!!"

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