Tras casi cinco años de
crisis, continuamos asistiendo impertérritos al espectáculo de las
continuas declaraciones de innumerables analistas económicos de muy
diverso pelaje, de discursos y promesas políticas, de incontables
reales decretos, multiples reformas estructurales y planes de
actuación que, en ocasiones, se contradicen entre sí.
Sumamos un par de “reformas
laborales” diversas “reformas del sector financiero”, todo tipo
de leyes con “medidas estructurales”, infinidad de reuniones de
los mandamases europeos que en cada una de las cumbres celebradas nos
comunican un listado de vaguedades y califican a la siguiente reunión
de “definitiva”.
Y todo ello en pos de dos
objetivos fundamentales, “recuperar el equilibrio de las cuentas
públicas” y “retomar la senda del crecimiento”. Objetivos
ambos dos que, huelga decirlo, a pesar del mucho tiempo transcurrido
y de las muchas medidas tomadas, estamos lejos de conseguir aun
cuando no hay que desesperar y, en algún momento, algo empezará a
cambiar.
Mientras tanto, de forma muy
especial los ciudadanos y el mundo de la pequeña y mediana empresa,
se apretan el cinturón y hacen todo lo posible por sobrevivir en
esta marejada económica sobrevenida que todo lo arrasa y cuestiona y
cuyas causas técnicas ya casi nadie entiende pero cuyas causas
profundas todos empezamos a intuir.
En el fondo será el
esfuerzo individual, de cada uno de nosotros, el de los ciudadanos
sin rostro que se esfuerzan en controlar su economía familiar, en
ser responsables en el consumo de recursos y en la educación de sus
hijos a la vez que entienden que su actitud y su dedicación allá
donde puedan ejercerla, en el trabajo, en el tercer sector, en el
barrio o en la familia son claves para una sociedad mejor. Será el
esfuerzo de cada una de las empresas que anónima y silenciosamente
se afanan por mejorar, ser más innovadoras, incorporar tecnología,
tener un comportamiento ético, ofrecer un mejor producto, controlar
su deuda y vender, y exportar, y satisfacer las necesidades
racionales de sus clientes. Será la suma de esos y otros muchos
esfuerzos los que nos permitirán superar las situaciones de
dificultad. No esperes ayuda de nadie. Ayúdate a tí mismo y verás
como, poco a poco, la ayuda que, en el fondo no esperabas, te acabará
llegando.
Pero nuestros gobernantes,
las grandes multinacionales y los organismos internacionales siguen
insistiendo en su particular Karma: “recuperar el equilibrio de las
cuentas públicas” y “retomar la senda del crecimiento”. No
seré yo el que cuestione la necesidad de tener unas cuentas públicas
equilibradas, un déficit cero o cercano a cero y una deuda pública
asumible. Es de sentido común, si lo hago en mi casa, ¿cómo no voy
a querer que gestionen de la misma forma los recursos públicos los
representantes políticos que nos hemos otorgado? Sin embargo, lo que
sí es cierto es que, en la situación que viven actualmente la mayor
parte de países europeos, es quimérico querer arreglar esto de la
noche a la mañana. Hay que darse un plazo exigente pero razonable
para ajustar las cosas, eso sí, con un compromiso inequívoco de
que, de aquí en adelante, vamos a gestionar lo público de una forma
más racional y centrados en un bienestar social bien entendido y que
no genere bolsas de inactividad popular ni de ineficiencia.
Y en cuanto al crecimiento,
¿qué quieren que les diga? Seguimos encharcados en esa ciénaga de
pensamiento desde hace décadas como si el crecimiento económico
fuera la medicina para todos los males y la panacea para la felicidad
del ser humano. ¡Nada más lejos de la realidad! No siempre los
países que presentan mayor crecimiento económico presentan mayores
tasas de felicidad. Olvidamos que la economía debe estar al servicio
del ser humano y no al revés. Desde ese punto de vista y, aunque en
el corto plazo, un cierto crecimiento aliviaría los problemas
españoles y europeos, en el largo plazo, si no modificamos pronto
nuestro paradigma de pensamiento económico y apostamos por un modelo
económico distinto, basado en una mayor redistribución de la
riqueza, solidario con las sociedades más necesitadas, de
crecimiento basado en sectores no consumidores de recursos naturales
como el sector cultural o el sector educactivo y de medición de la
actividad económica basándonos en otros parámetros y no
exclusivamente en la evolución del PIB, o más tarde o más
temprano, de aquí no muchos años, volveremos a recaer en la
tristeza económica y en la recesión. Y no olvidemos que la recesión
no son sólo unas cuantas frías cifras encadenadas sino que se
traduce en la degradación y el sufrimiento de personas y de familias
enteras.
Sin embargo y, a pesar de lo
obvio de la necesidad de cambiar el paradigma económico y de
transitar sin prisa pero sin pausa hacia otro tipo de modelos,
respetuosos con la libertad de mercado pero que sitúen al ser humano
en su centro, las instituciones internacionales, gobiernos y grandes
compañías se llenan de declaraciones grandilocuentes pero no se
mueven ni un ápice de los paradigmas establecidos. Borrachos de
poder. Borrachos de autocomplacencia. Y borracha se queda toda la
sociedad desorientada ante tamaña falta de visión.
Pero no se preocupen
demasiado, el alcohol consumido en demasía produce este tipo de
cosas. Algo similar a lo que les ocurre a nuestros gobernantes y a
otros sucedáneos ya le sucedía a aquél hombre, protagonista de un
popular chiste quien, borracho como una cuba, llevaba rato buscando
algún objeto en el mismo punto de la acera cercana a su casa y
alumbrada por una farola.
Ya era de noche y se acercó
un vecino con voluntad de ayudar. "Buenas noches, ¿qué estas
buscando?", le preguntó, y el borracho contestó titubeando y
con el aliento apestando a alcohol: "miss llavvves, no puedddo
entrar en casssa".
"Seguro que se te han
caído por aquí? Ya llevas rato mirando en el mismo sitio. ¿Y si te
ayudo y buscamos un poco mas allá?"
A lo que el borracho
contestó indignado: "¡¡¡Ni see tee occurrra, aquí por lo
menosss hay luz!!!"