No hace demasiado nos despertamos con la
noticia de que el Banco Central Europeo había bajado los tipos de interés hasta
el 0% y, entre otras medidas, había incrementado su programa mensual de compra
de deuda hasta en 20.000 millones de euros adicionales incluyendo además en el
mismo, determinadas emisiones de deuda privada,
Esas medidas tienen el objetivo de dinamizar la
actividad económica, insuflar liquidez en el circuito bancario para animar la
concesión de crédito y combatir las tendencias deflacionistas.
Pero, ¿es acaso siempre la solución a los males
que aquejan a nuestras economías el recurrir a este tipo de política monetaria?
¿Cuántos años llevamos, y no solo en Europa, recurriendo a esta clase de medidas
sin acabar de salir del bache en el que nos encontramos?
La política monetaria puede ayudar a ganar
tiempo con el fin de implantar otro tipo de reformas de mucho más calado pero,
cuando se convierten en casi el único recurso, sin acudir a otro tipo de
políticas sociales y fiscales, o sin que el cambio de comportamiento de los
diferentes agentes económicos pueda jugar un papel, con independencia de lo que
hagan o dejen de hacer los gobiernos, a los que tanto nos fiamos, la política
monetaria puede acabar convirtiéndose en una bomba de relojería.
En los años previos a la crisis vivimos un
largo tiempo de intereses reales negativos y ello solo provocó que se
hincharan, hasta explotar, burbujas especulativas de todo tipo. Ahora no
tenemos técnicamente, tipos de interés negativos pero si tenemos
psicológicamente, tipos históricamente bajos. Además, las enormes inyecciones
de liquidez que van a parar al sistema bancario en buena medida, engordando artificialmente el balance
de los bancos centrales, no están sirviendo para impulsar el crédito productivo
y pueden acabar impulsando, más tarde o más temprano, nuevas e inesperadas
burbujas e incrementando más, si cabe, el ya abultado endeudamiento global.
¿Hasta cuando podemos esperar que los bancos
centrales continúen engordando artificialmente su balance sin que ello acabe
pasando una dolorosa factura a la economía real?
El verdadero problema estriba en el deficiente
funcionamiento del sistema capitalista, que no se soluciona solo por la
aplicación de más controles y con más intervención pública, y que acaba manifestándose en forma de una creciente
desigualdad, tanto entre diversas zonas del globo como dentro de un mismo país,
provocando una desaparición paulatina de las clases medias que son las que
alimentan al sistema y la desactivación del ascensor social que le dota de
dinamismo.
El sector público poco puede hacer para abordar
este problema por razones diversas. En primer lugar porque al ser un problema
global requeriría de una gobernanza global que no existe y que está lejos de
existir. En segundo lugar porque, aunque se pudieran implementar medidas a
nivel nacional o supranacional, los políticos actuales acaban recurriendo a las
mismas viejas recetas de siempre, incrementando la presión fiscal, los controles
y las normas, con lo que acaban limitando la creatividad y la iniciativa. Y,
por último, porque en la mayoría de países existe tal déficit de legitimidad
democrática, que, aunque las dos razones anteriores pudieran soslayarse y se
pudiera avanzar de alguna forma, el necesario consenso social sobre medidas
drásticas y profundas, sería casi imposible de conseguir.
La historia nos dice que las realidades cambian
cuando las sociedades avanzan y progresan forzando a los poderes públicos a
reinventarse y adaptarse a los nuevos tiempos. Necesitamos un cambio profundo
en la conciencia de los individuos y de las empresas que nos lleve a una manera
distinta y humanista de interpretar las relaciones económicas. Cuando los
consumidores piensen más allá de su "función de utilidad" a la hora
de consumir y cuando las empresas vean más allá de su cuenta de resultados a la
hora de enfocar sus actividades productivas, estaremos sentando la primera piedra de un necesario cambio de
paradigma,
Mientras esto no ocurra y los ciudadanos no
tomemos las riendas, podemos seguir esperando a que el continuo crecimiento de
la política monetaria nos vuelva a jugar una mala pasada y tengamos que volver
a lamentarnos por nuestra mala cabeza.