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lunes, 30 de enero de 2017

Legitimidad y liderazgo

Tan solo hace unas semanas escribía en estas mismas páginas un post titulado “Liderando en Wall Street”. Tenía pensado enfocar mi siguiente escrito hacia algún tema diferente pero, por desgracia, los últimos acontecimientos que hemos vivido en el mundo me han llevado a reflexionar otra vez sobre el liderazgo.

De nuevo me sumerjo en lecturas infinitas para indagar sobre lo qué entendemos por líder y por liderazgo y, de nuevo algo dentro de mí me arrastra a no ahondar más en Platon, Maquiavelo o Sun Tzu y a utilizar mi experiencia y mi olfato, a leer de los éxitos y de los fracasos en la práctica del liderazgo.  Y esta vez me hago una pregunta, ¿es legítimo cualquier liderazgo si es aceptado por aquellos que son liderados?

¿Es legítimo un líder porque haya sido escogido por los electores, porque haya sido ratificado por una junta de accionistas, porque haya sido nombrado por un consejo de administración o porque lo hayan votado unas bases?

Me temo que la respuesta a esas preguntas es muy obvia. El líder que lo es porque ha llegado al liderazgo siguiendo procedimientos establecidos y consensuados por el colectivo que le otorga el liderazgo, es un líder legal pero no necesariamente legítimo.  Porque el liderazgo es siempre otorgado, en eso está la clave de su legalidad primero, y de su legitimidad, tal vez, después.

La legalidad del liderazgo estriba en el respeto al proceso de elección o de nombramiento del líder. La legitimidad del líder se basa en la forma en la que este ejerce el liderazgo, con independencia de la legalidad o no del proceso que le ha llevado al mismo. Por ello puede haber líderes legales que no sean legítimos y líderes que no hayan llegado al liderazgo por vías legales pero que se han convertido en líderes legítimos. La historia está llena de todo tipo de ejemplos de ambas situaciones.

De nuevo ahondando en la experiencia, llevo a la conclusión de que el líder legítimo es aquel en el que se dan tres características:

-       Abandera e interpreta el propósito de la organización que lidera forma inclusiva y basada en valores universales,
-       Muestra un profundo respeto por la comunidad que lidera y es consciente de que el liderazgo es otorgado y efímero,
-       Domina las técnicas de comunicación y de gestión que lo conviertan en un líder eficaz.

Me temo que cuando en las escuelas de negocio se debate sobre liderazgo, nos centramos demasiado en el tercer punto y pasamos de puntillas sobre los dos primeros.

No existe líder legítimo sino abandera un propósito claro para la comunidad que lidera, si este propósito no es suficientemente inclusivo, si excluye del mismo a partes relevantes de su comunidad, o si el propósito que abandera se opone a los valores universales.

No existe líder legítimo sino muestra respeto total a la comunidad que lidera y a todos sus componentes, escuchando, interpretando y tomando las decisiones más adecuadas para la mayoría de la comunidad, intentando no dejar a nadie atrás.

Y, aunque menos relevante, no existe líder legítimo sino domina con suficiencia aquellas técnicas que le van a permitir llevar a cabo sus funciones como líder con eficacia y sensatez.


 A veces, ser un líder legítimo no es fácil. En ocasiones puede incluso ser una profesión de riesgo dado que puedes tener que enfrentar al colectivo al que lideras con sus propias contradicciones y ello puede poner en peligro tu propio liderazgo pero, créanme, jamás ha existido un gran líder que no haya sido un líder legítimo.

sábado, 1 de agosto de 2015

Singing Our Way to Positive GDP

Just a few weeks ago I attended ​​a concert by a seniors choral society in my hometown of Badalona, Barcelona. The concert was held in a local church and was a real success. An audience of 400 spectators with 100 performers and contributors enjoyed nearly two hours of music within those ancient walls.  

It was a wonderful night. I was accompanied by my family and I also met some long-lost childhood friends. I must admit I was surprised by the quality of the concert; the energy of the room and how the mystery of the music made my mind create, imagine and dream.

So how does this relate to GDP?

Well, I’m a typical economist! Although the concert was a great experience, that brought happiness to many and a feel good factor to the community; I could not help wondering whether it actually contributed anything to the wealth of the country.

My mind was restless. Part of my brain told me that the concert did not create something new and therefore didn’t add to gross domestic product (GDP). So from a classic economics point of view, it was not adding anything to our collective national wealth.

But did that matter?

Then I thought a bit more. On the one hand the concert was free, no entrance was paid, so no income was generated. On the other hand, there was no waste (good for the environment!) and there was no net increase in economic consumption.

So what was the economic, social or environmental impact of such a lovely experience?

The conventional definition of GDP is that it improves only when there is an increase in consumption, in investment, or in government spending, or when exports show a higher performance than imports. The concert experience made me think; how important is GDP? Is it a true measure of the wealth of a community or indeed the wealth of a nation?

No consumption, investment, imports or exports occurred during that magical event but the connectivity, relationship building, and let’s face it, happiness, we felt as an audience, will probably last much longer and create a more powerful experience then buying a new smartphone or by going to dinner. And isn’t that the real point here?

We’ve evolved as a society to base prosperity and wealth on economic consumption. This is a mistake of huge proportions and it’s intrinsically tied to over consumption. So how do we rectify this, and as economists how can we be part of the solution? I suggest we need to take a closer look at what gets measured and monitored in terms of GDP, and find ways of adjusting the approach to be more holistic. As economists we desperately need to understand that the economy must serve communities and must evolve to help society achieve holistic wealth through balanced economic, social and environmental prosperity. We need to defend that and build upon it.

The concert did not probably add much to GDP but, believe me, it added a lot to happiness and community cohesion.

Maybe if we knew how to measure happiness through an evolved definition of prosperity, we could guide consumers, individuals, organisations and governments, to make better decisions on where to invest, save and spend. 

lunes, 13 de julio de 2015

La coral y el producto interior bruto

Hace tan sólo unas semanas asistí en mi ciudad natal, Badalona, a un concierto interpretado por una coral de algo más de un centenar de personas mayores acompañadas por algunos músicos aficionados y dirigidas por profesores de música voluntarios. El concierto se celebró en una parroquia de la localidad y fue un verdadero éxito. Habría en la parroquia más de cuatrocientas espectadores que, sumadas al centenar largo entre cantantes y músicos, sumaban más de quinientas almas disfrutando de casi dos horas de música entre aquellas antiguas paredes.

Asistí acompañado de mi esposa, de mi padre, de mi hermano y de su mujer, de una de mis primas, de algunos de mis sobrinos,. Vamos: una amplia representación de mi familia que acudimos en masa a escuchar a la coral en la que cantaba mi madre, una de las muchas entusiastas cantantes amateurs que componían el grupo.  Allí coincidí también aquella noche con algunos amigos de la infancia, personas que no veía desde hacía mucho tiempo y con otros conocidos.

Debo reconocer que me sorprendió la calidad del concierto, con algunas piezas de ópera, de zarzuela española y de canción popular. Muchas, piezas conocidas desde que era niño, y que me trasladaban flotando a otros lugares a otros tiempos. Fue una velada entrañable y mágica para todos los allí presentes, familiares, amigos, vecinos y, sobre todo para los músicos y para los esforzados cantantes, que habian dedicado muchísimas horas de su tiempo a ensayar para hacer posible aquel gran momento de felicidad para más de quinientas almas reunidas en una antigua iglesia.

Yo me sentía feliz, y la felicidad que me proporcionó aquel concierto me acompañó durante días. Y, me consta que no fuí el único que se había sentido feliz. Me atrevería a decir que las más de quinientas personas que compartimos aquellas horas  salimos de la iglesia aquella noche henchidas de gozo, habiendo compartido cultura en forma de música popular, sintiéndonos mejores personas y sintiéndonos parte de una comunidad. Los cantantes porque daban rienda suelta a su aficción delante de sus vecinos y amigos, los músicos porque colaboraban en hacer posible aquella velada y el público porque los arropábamos a todos ellos y porque disfrutábamos con su arte.

Pero mi mente de economista iconoclasta no descansaba ni en esos momentos de felicidad y, uno de los canales libres de mi cerebro se encargó de recordarme que  el acto al que asistía no computaba para el producto interior bruto (PIB) de mi país y, por lo tanto, desde el paradigma clásico de la economía, no estaba añadiendo nada a la riqueza nacional. Claro, era un concierto gratuito, nadie pagaba entrada, luego no había consumo. Los cantantes y músicos eran aficionados y por tanto no cobraban por su actuación,  no percibían ingresos,  y la parroquia había cedido la utilización de la iglesia gratuitamente, luego tampoco había consumo en términos de alquileres.

De manera simplificada, para que el producto interior bruto de un país se vea afectado en positivo, tiene que incfrementarse o el consumo, o la inversión, o el gasto público, o mostrar un mejor comportamiento las exportaciones que las importanciones.  Nada de aquello había ocurrido durante el concierto de la coral y, sin embargo, la felicidad que me produjo aquel acto fue seguramente mucho mayor y duradera que el placer que me pudiera haber producido el comprarme un nuevo smartphone o el acudir a cenar a un restaurante de lujo. Tal vez eso ocurra porque confundir felicidad con placer es un error de dimensiones incalculables e intrínsecamente ligado al consumismo.  Sin embargo, si me hubiera comprado un nuevo smartphone o hubiera acudido a cenar a un restaurante, con independencia del lujo del mismo, eso sí hubiera afectado en positivo al producto interior bruto.

¿Podemos valorar en dinero la felicidad directa que produjo aquel concierto de voluntarios entre las quinientas almas que se juntaron en aquella iglesia? ¿Podemos medir en dinero la felicidad que esas quinientas personas transmitieron durante días a sus seres queridos al sentirse ellos a su vez felices?

Es bueno medir el PIB pero lógicamente eso no quiere decir que debamos santificarlo como la medida por antonomasia de los objetivos que debe asumir una sociedad.  Los economistas necesitamos desesperadamente entender que la economía debe estar al servicio de la felicidad de las comunidades,  respetando las diferencias de valor en las aportaciones de sus miembros. Necesitamos defender que lo que está en juego es la felicidad de las gentes y no que tengamos más o menos cosas, muchas de ellas cosas que no necesitamos y que nunca llegamos a disfrutar.

Tal vez si hubiéramos sabido medir la felicidad, el termometro de felicidad de aquel maravilloso concierto, hecho por aficionados y por voluntarios, se hubiera disparado hasta niveles insospechados. Tal vez si supiéramos medir la felicidad y prestáramos importancia a esas medidas, las decisiones de los consumidores, de los individuos en general, de las empresas y de los gobiernos, serían distintas y habrían cosas que ocurren hoy que no pasarían nunca.

Tal vez, sólo tal vez, algún día eso será posible.



miércoles, 3 de diciembre de 2014

No quiero vivir en un mundo así (primeras páginas del prefacio de mi próxima novela)

No quiero vivir en un mundo así. Ayer me desperté con la noticia de que habían puesto un nuevo radar. No podía creérmelo. Esta vez a tan solo 200 metros de mi casa, en un lugar insólito, una calle que da a un camino forestal. Casualmente el radar esta orientado hacia la ligera bajada que hace la calle con una velocidad máxima permitida en la zona de 30 km / hora. Es muy difícil llevar una velocidad inapropiada en ese lugar. La calle no es muy amplia y se puede aparcar en ella, además, antes de llegar al radar hay unas bandas rugosas. Se puede pasar por esa zona a 40 o 50 km por hora, como máximo pero difícilmente a mayor velocidad. En 20 años que llevo viviendo en el barrio, no ha habido un solo accidente y, desde luego, no lo ha habido jamás en el lugar en el que se ha instalado el radar salvo una vez hace años en que una motocicleta atropelló a un gato.

En cualquier caso, vivimos una evolución imparable. Hace un tiempo, algún probo funcionario, provisto de no se sabe qué informes técnicos, dictaminó que, para mayor seguridad de la ciudadanía, en esa calle debían fijar una velocidad máxima de  30 km / h. Tiempo después y, aprovechando las posibilidades que ofrece la tecnología, algún político municipal, supuestamente investido por la delegación del ciudadano a través del voto, ha decidido que el tráfico en esa zona incorpora tantos riesgos para los vecinos que había que instalar un radar de velocidad. Estamos ante una decisión difícilmente apelable e indirectamente democrática. ¡Cómo vamos a cuestionarla!

O, ¿será el motivo real de la instalación del radar otro muy distinto?

miércoles, 19 de noviembre de 2014

No hay nada más "de izquierdas" que ser liberal (III: La falsa legitimidad)

Pensemos ahora sobre la capacidad legislativa de los Estados. Estos poseen el monopolio de la creación de leyes y el monopolio de la autoridad e incluso de la violencia para hacer que estas se cumplan para asegurar la protección del ciudadano y la estabilidad de la sociedad. Puesto que hablamos de Estados democráticos, tenemos que estar tranquilos porque la legislación está redactada por los representantes del pueblo y por tanto, siempre estará orientada a conseguir el bienestar del ciudadano.  ¡Falso!

1      Cuando un Estado es pequeño, de un tamaño razonable, se ocupa de cubrir sólo aquello que es difícil que sea cubierto por el sector privado y está regido por un sistema verdaderamente democrático, con elecciones no dominadas por maquinarias de partido, cercanas al ciudadano y muy centradas en el perfil de la persona que se presenta a una elección. Un Estado donde los cargos políticos no se eternizan en su función y observan la misma como un servicio público transitorio y no como un "modus vivendi". En una sociedad con educación elevada y capacidad crítica y con un marketing político regulado y limitado, es muy posible que buena parte de la legislación sea verdaderamente positiva para la ciudadanía y sino es así la propia presión popular y el ciclo democrático forzarán su modificación.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

No hay nada más "de izquierdas" que ser liberal (II: El expolio económico)

Reflexionemos hoy sobre el peso de los Estados en la economía. En la mayor parte de países occidentales, el tamaño del sector público oscila entre un 35% y un 55% del PIB. Ello significa que, de la riqueza que generan las actividades públicas y privadas, los Estados se quedan con esos porcentajes para soportar su mantenimiento y sufragar los principales servicios públicos, para redistribuir recursos de forma que las desigualdades sociales disminuyan, se realicen inversiones públicas para incentivar el progreso y se cubran los programas de protección social. Determinados impuestos son progresivos (Renta) y supuestamente se aplican a los ciudadanos en función a sus ingresos, pero otros no lo son (IVA) y se aplican de manera indistinta sea cuál sea la renta que uno genere o el patrimonio del que disponga.


Por cierto, en un par de ocasiones en los últimos años, se me ocurrió hacer un cálculo aproximado de lo que pagábamos en mi unidad familiar en concepto de todo tipo de impuestos, arbitrios, cargas sociales y tasas. Diligentemente construí una tabla de excel e introduje los datos de impuestos sobre la renta, pagos a la seguridad social, tanto los descontados en nómina como aquellos que son por cuenta de la empresa, añadí los impuestos y tasas municipales así como los impuestos especiales. Añadí también, no sin cierto esfuerzo, una estimación bastante aproximada de los pagos por IVA de todo el consumo que anualmente realizábamos. Finalmente sumé el resultante y lo comparé con los ingresos brutos totales (incluyendo los costes de la seguridad social satisfechos por la empresa como si eso también fuera un ingreso). Les aseguró que todavía no me he recuperado del impacto. 



miércoles, 22 de octubre de 2014

No hay nada más "de izquierdas" que ser liberal (I: El secuestro de la ciudadanía)

Estoy seguro de que a muchos de mis amigos y conocidos les molestará este titular pero les aseguro que no es un titular baladí ni un brindis al sol. Es una frase profundamente reflexionada y que se basa en la observación de lo que pasa a nuestro alrededor y en notables evidencias económicas e históricas.

Desde joven me he considerado "de izquierdas" aunque nunca he tenido afinidad clara por partido político alguno. Aunque podría decantarme por una definición académica de lo que significa ser de izquierdas o, expresión que ha pasado a ser sinónimo de esta en los últimos tiempos, "ser progresista", prefiero desgranar aquí mi propia definición que estoy seguro que harán suya muchos de mis lectores.

Ser de izquierdas significa luchar por un mundo mejor, más justo, más democrático y dinámico, con más altos niveles de educación y de progreso humano sostenible, con mayores oportunidades para todos y con más igualdad en el acceso a esas oportunidades. Un mundo en el que el bienestar del ciudadano entendido en el sentido más amplio del término sea el eje de la actuación de todos los actores sociales. Ser de izquierdas significa vivir en un mundo en el que la desigualdad entre sus diferentes estratos sociales sea limitada y en el que la desigualdad que pueda existir esté motivada básicamente por los mayores méritos de unos frente a otros. Un mundo en el que aquellos que tengan problemas serios gocen de una adecuada protección social.

martes, 29 de julio de 2014

Economistas (una lectura para no economistas)

Seguro que muchos de ustedes se desternillarán cuando lean la frase que acuñó un famoso economista, John K. Galbraith y que, debo reconecer que lleva parte de verdad: "La economía es muy útil para dar trabajo a los economistas".

No estoy muy seguro de qué hay de cierto en esa frase. Yo también soy economista aunque me he dedicado prácticamente siempre a la economía de la empresa, lo que es un tanto distinto a dedicarse a la economía general y seguro que no es muy comparable. Pero cuando leo a mis colegas, a los que se dedican a las "cosas serias", a la economía "en mayúsculas" tengo una cierta tendencia a aliarme con la frase de Galbraith.

Recientemente he estado revisando alguna bibliografía del famosísimo Arthur Laffer, el creador de la llamada "curva de Laffer". Las tesis de Laffer se pueden resumir de forma sencilla: un estado puede subir el porcentaje de impuestos pero ello no necesariamente provocará la subida de la recaudación pública. Efectivamente, las subidas impositivas generan mayor recaudación pero, si esas subidas continúan, llegará un momento en que un punto porcentual adicional de subida generará una subida de recaudación en términos absolutos inferior a ese punto, e incluso llegará otro momento en que un punto adicional de subida, generará incluso una disminución de la recaudación.

Cuando uno analiza ese hecho se dice: normal, cualquier subida de impuestos desincentiva la actividad económica y puede haber agentes económicos que decidan disminuir la actividad porque cualquier esfuerzo adicional no les compensa en términos de retorno neto después de impuestos.

Laffer, a quién podemos englobar entre los economistas liberales (ojo, no he hablado para nada de neoliberales) aboga por un sistema impositivo en que el porcentaje de recaudación máximo se fije en términos de optimización de la actividad. Es decir, el porcentaje óptimo de carga fiscal es aquél que permite que la actividad siga creciendo y en qué un punto adicional de carga fiscal genere un punto más en la recaudación. Ello implica en la práctica impuestos limitados.


miércoles, 16 de octubre de 2013

Independent thinking: the dilemma of Thomas More


Most of you probably know the story of Thomas More, theologian, politician and thinker, Lord Chancellor of England under King Henry VIII. A wise and balanced man according to the chroniclers of the time, who had the great misfortune of confronting his king, outraged by the policy followed by the monarch on several topics. Among these topics, the best known and taken on several occasions to literature and film, was the confrontation with Henry VIII because of his divorce initiative and the resulting clash of England with the Catholic Church.

I will not go now to assess the position of Thomas More on the fact of divorce in particular. Probably his position, as it was, would be difficult to justify in today's society but I want to assess the relative position of the character in front of the prevailing power and given the historical conditions of the time. Thomas More belonged to that minority of people who are so convinced of the goodness and legitimacy of their positions that ended up by defending them with all its consequences. Let me remind you that the British politician literally had to pay with his head the confrontation with his king or, what is the same thing, the confrontation with the dominant thinking at the time.

In our society we tend to magnify the importance of democratic values, sometimes in a not very successful way. Everything makes us think that the majority always carry the reason because this is democracy. However, there are usually certain minorities that are more deeply aware of the scientific, social or economic challenges of our time and that lead innovation and head movements for social change.  Those minorities that are able to identify real long term trends and are able to react as opinion leaders and to put on the table new areas for thought and action.

Those illustrated minorities are usually those that are at obvious risk since they are far from sharing the same uniform thinking in which the population sometimes plunge in a not very grounded way. They are those minorities that are able to identify the real problems and the real dilemmas but escaping from the dominant opinions dictated by the political and media establishment. I’d like you to think about Galileo Galilei. Who was right, that heterodox and reflective minority, in this case represented by Galileo, or the majority that defended the dominant thinking at that time that kept on arguing that the Earth was flat?

Those silent minorities are the ones who dare to think differently, who dare to propose unusual topics or to have authorities and the powerful face awkward questions while those powerful mislead people with false dilemmas and artificially created trending topics, usually because of their unmentionable self -interest.

We found those minorities in diverse locations such as private companies, the public sector, in politics, in the media, in the scientific community, in the third sector and generally in almost any social organization. They are usually people with a keen intuition, with a social intelligence that make their thoughts and opinions go beyond political correctness. Many other times they are just ordinary citizens that are simply not drawn by the mainstream and want to exercise their right to see things differently. They are those people who, while everyone talks about certain topics, dare to raise different questions and see things from a different angle to that of most mortals: uncomfortable people!

That’s why so often those minorities are at serious reputational risk. They are stigmatized as the " freaks " of social opinion. They are carefully scrutinized by the “establishment” and by society as a whole. They almost never get any reward for having the courage to ask the questions that allow progress without being swayed by the uniform thinking so common in our Western democracies. People whose thinking is not considered properly, who are removed from most social debates and who are treated as nobodies by the apostles of uniform thinking.

Perhaps Thomas More was a predecessor of how difficult it is for certain minorities to confront through reason and intelligence the human tendency to create those uniform and monolithic ways of thinking that require unwavering adhesions. Thomas More paid with his head for that. In our modern society we have also coined the expression " cut off the head " for those who are deprived of their positions or responsibilities for confronting the established powers.

It is clear that we have not improved much in the last five centuries. Thus, you should recognize that, although it's a pity that Mr More could not because the head was separated from his trunk at the time of his burial, if Thomas More could raise his head from the grave, he would be very disappointed of how little things have changed, at least in regard to the topic we are talking about. He could at least experience a partial satisfaction since today the heads of those people who, like him, show a way of thinking that’s independent and it’s far from the dominant social trends, are not usually severed, at least in the literal sense of the word.