En
los últimos posts he estado reflexionando sobre la globalización.
Primero desde un punto de vista genérico, incluso filosófico, como
fenómeno relevante en la sociedad actual. Luego desde una visión
mucho más centrada en la economía y en las consecuencias económicas
que para las personas tiene la globalización. Hoy me gustaría hacer
una reflexion desde el papel que están jugando la tecnología, la información y los
transportes, probablemente uno de los pilares más positivos sobre
los que se soporta el fenómeno.
Efectivamente,
el abaratamiento relativo de los coste de transporte debido a las
mejoras tecnológicas y a las economías de escala impulsadas por la
emergencia de un nuevo mercado de cientos de millones de personas de
clases medias de muy distintos países del mundo que les ha permitido
viajar y conocer mejor otras gentes y otras culturas, es un aspecto
profundamente vinculado a la globalización. Es a la vez causa y
consecuencia de la misma.
El
hecho de que las distancias se hayan acortado enormemente en nuestro
planeta tiene algunos aspectos negativos como las emisiones de CO2
derivadas del transporte aéreo pero debemos reconocer también que
hay muchos elementos positivos en ese hecho: la mayor cercanía a
otras culturas, la posibilidad de comprender in-situ a quien otrora
veíamos como extraño o lejano, la posibilidad de mostrar y ejercer
la solidaridad cuando alguna catastrofe ocurre en algún lugar del
mundo, etc. A pesar de la mercantilización creciente a la que está
sometido el mundo del turismo y de los viajes y por la que a veces
uno tiene la sensación de no estar viviendo plenamente la realidad
de las sociedades a las que visita, me parece innegable que la
evolución del transporte ha significado muchísimo en el
acercamiento de la raza humana y de sus diferentes culturas.
En
ese sentido está jugando un papel más importante si cabe la
revolución de las tecnologías de la comunicación que han puesto
literalmente al mundo en la palma de una mano permitiendo compartir
información y conocimientos al instante y en cualquier parte del
orbe. Ya se
que nos parece que el fenómeno de internet ha estado siempre entre
nosotros pero debo recordar que, tan solo hace diez años era algo no
tan difundido como lo es hoy, que hace quince años era una
herramienta utilizada por una cierta élite de gente avanzada a su
tiempo y que hace veinte años estaba en sus albores.
Si
a la aparición de internet le añadimos los avances en la
electrónica, la masificación de la telefonía móvil y la
proliferación de los teléfonos inteligentes y otros instrumentos
similares, tenemos un caldo de cultivo increible para la
generalización de una nueva forma de emitir, distribuir y recibir la
información y un nuevo modo de comunicarse. La información al
alcance de todos en cualquier lugar, sin casi ninguna barrera. Al
instante.
No
hay duda de que estamos ante avances tecnológicos que están
cambiando la faz de la tierra y que hay multitud de elementos
positivos en los mismos pero no estoy seguro de que el ser humano, en
su más profundo interior, avance a la misma velocidad. Cuando, en
los primeros años de este siglo, asistíamos a la primera gran
eclosión del mundo económico basado en internet y que acabó en el
pinchazo de la llamada burbuja de las “punto com”, yo ya decía
que lo que en aquel momento se daba en llamar de forma rimpompante
“nueva economía” y que iba a acabar con los males del entramado
económico capitalista durante tiempo indefinido al incrementar
exponencialmente la eficiencia del sistema, no era ni más ni menos
que la misma economía de mercado de toda la vida, con sus cosas
buenas y sus cosas malas, solo que mucho más veloz.
Argumentaba
ya entonces que las mejoras en la cadena de valor del sistema
provocadas por la tecnología contribuirían en una gran medida a la
mayor rentabilidad de las empresas que las utilizaran de forma
intensiva y solo en una medida más discreta a beneficiar al
consumidor.
Pero
no quiero volver a hablar de economía sino de la comunicación y de
la información globalizada e instantánea que nos llega de la mano
de las tecnologías. Es una verdadera revolución, es un gran avance,
pero el ser humano no está preparado para ella todavía. Todavía no
es capaz de obtener un beneficio social de forma equilibrada. El
déficit de educación profunda y humanista de nuestras sociedades,
la tendencia al materialismo, al consumismo, a la concentración de
nuestra actividad en la consecución de fines materiales, el
predominio de los mensajes simplistas de todo tipo dominados por el
sacrosanto marketing, crean el peligro de que el enorme repositorio
de información digital de nuestro planeta pueda ser usado de formas
cuestionables o ser objeto de manipulaciones o de utilizaciones
interesadas.
El
mismo tipo de reacciones sociales que se daban hace décadas se dan
ahora con mayor velocidad, a veces sin que las personas sean capaces de
digerir la situación de partida y de encarar de forma más reflexiva
el porqué de la reacción a la que se van a sumar.
La
información es buena, cuanto más libre mejor. La comunicación es
buena, cuantos más instrumentos para comunicarnos, mejor. Pero la
educación profunda y humanista, no solo la que necesitamos para
producir o consumir más, es imprescindible para utilizar la
información y las herramientas de comunicación de forma sensata y
al servicio de la colectividad.
¿Para
cuándo la revolución de la educación en el planeta? Para cuándo la globalización educativa?
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