domingo, 14 de octubre de 2012

Historias de la globalización II (Una visión económica)


Acababa mi post la semana anterior recordando la definición de libertad según el Real Dicccionario de la Academia de la Lengua y argumentando en base a determinadas corrientes filosóficas centroeuropeas como el principio de la responsabilidad es el único limitante del concepto de libertad entendido este como la capacidad que tiene el ser humano de poder obrar según su propia voluntad, a lo largo de su vida.

Desde un punto de vista económico, la globalización no es ni más ni menos que la mundialización del sacrosanto principio de la libertad de mercado y que afecta al intercambio de mercancías, de capitales o de trabajo. Así, la globalización ha provocado que compañías que vendían en mercados restringidos lo hagan ahora a escala internacional creando ya no “campeones nacionales” sino grandes grupos globales con un gran poder e influencia y, en ocasiones, con comportamientos oligopolísticos innegables. También se ha producido un éxodo constante de actividades productivas desde países calificados como industrializados hacia países con menores costes relativos, en especial aquellos que poseen excedentes de materias primas, con mercados potenciales de importancia y con costes de mano de obra más bajos.

También ha provocado en lo económico otro tipo de consecuencias tales como el descubrimiento y el desarrollo del talento de multitud de profesionales en países emergentes, el impulso del avance económico en países menos desarrollados y el abaratamiento a nivel mundial de determinado tipo de productos – el caso de la electrónica es paradigmático - haciendo que su adquisición sea posible por cada vez mayor número de consumidores en todo el mundo.

Visto desde otro prisma, la globalización está siendo un claro catalizador del “alejamiento” entre las localizaciones donde obtenemos los recursos, aquellas en las que los producimos y aquellas en las que los consumimos. Este alejamiento ha provocado un incremento brutal de las actividades de transporte a nivel global, una peligrosa disminución de la producción y del consumo “de proximidad” y un notable incremento de las emisiones de CO2 consustanciales a ese fenómeno con el consiguente impacto en el cambio climático y, por tanto, en la sostenibilidad del planeta.

El lector probablemente descubra en los párrafos anteriores algunos elementos positivos que la globalización está implicando para el ser humano pero seguro que entreverá otros que son claramente negativos para el mismo. De forma expresa no he querido listarlos de manera separada. Prefiero dejarlos implícitos en una simple descripción de algunas de las consecuencias facilmente constatables de los procesos globalizadores. Y, prefiero hacerlo así, porque cualquier proceso que surge de la aplicación del libre albedrío humano, y la globalización es uno de ellos, suele tener implicaciones tanto positivas como negativas.

Los defensores de la globalización se aferran a la idea de que la misma equivale a libertad a escala mundial. Que no podemos poner trabas al funcionamiento del libre mercado porque este crea riqueza y ello es bueno para el ser humano. ¿Es eso cierto? La creación de riqueza provocada por la globalización es innegable, ahí están las cifras de crecimiento económico mundial en los últimos veinte años, pero nadie nos ha demostrado que ese crecimiento vaya también acompañado de una más justa redistribución de la misma. Si ustedes van a comprobar cifras sobre la distribución de la riqueza en el mundo en las dos últimas décadas a fuentes tan solventes como las de las NU o las del FMI, se darán cuenta de que el crecimiento de riqueza a nivel mundial ha ido acompañado por un incremento de las desigualdades en prácticamente todo el orbe.

¿Es por tanto el crecimiento de la riqueza bueno para la humanidad o tan solo para unos cuantos?

Pero si nos ceñimos al concepto de libertad, ¿no hemos recordado al principio de este post que el mismo viene limitado por el concepto de responsabilidad? La realización de actos en libertad no es legítima si dichos actos producen consecuencias dramáticas constatables para seres humanos inocentes.

Solo a título de ejemplo, dado que alrededor del concepto de globalización económica podríamos analizar muy diversas situaciones, tenemos el caso de la movilidad a escala planetaria de las clases medias que es un factor provocado por la libertad de mercado a nivel mundial. En las últimas dos décadas, las clases medias norteamericanas y sobre todo europeas que crecieron tras la postguerra como una muestra de la creación de riqueza de un capitalismo compasivo encarnado en el estado del bienestar, se están desmoronando a pasos agigantados. Incluso los países que han conseguido defender mejor su creación de riqueza, como Alemania, están viendo como se incrementa la desigualdad de foma alarmante y como crecen los índice de pobreza.

No debería extrañarnos. Es una simple consecuencia de la aplicación a ultranza de los principios neoliberales a nivel global. Los grandes conglomerados industriales han trasladado su producción desde Europa y desde Norteamérica hacia otras zonas del mundo aprovechando niveles de salarios y condiciones de trabajo que nos hacen recordar a la Inglaterra de la revolución industrial que nos describía Dickens y que origina el rechazo de las sociedades occidentales que, eso sí, no han dudado en consumir compulsivamente los productos allá manufacturados. La pena es que ese consumo se ha basado principalmente en el crédito dado que la generación de riqueza de esos países occidentales, motivado en buena parte por el mismo éxodo de sus campeones industriales y por la imposibilidad de competir con quien trabaja más del doble de tiempo por una décima parte del salario, se ha ido deteriorando y, cual aristócrata en horas bajas, ha despertado a las clases medias occidentales de su sueño de las últimas seis décadas.

Ahora la clase media despierta en oriente y decae en occidente a la espera de que los capitales globales busquen algún otro lugar del mundo con menores costes y que generen en cualquier otra parte nuevas bolsas de incautos disfrazados de clase media dispuestos a consumir sin freno para que la historia se repita.

La diferencia entre el capitalismo industrial que vivió Dickens en las islas Británicas y el que vivimos hoy, es tan solo su alcance global y la ilusión de prosperidad transitoria y consentida que tuvieron las clases medias que lo fueron por necesidad de la maquinaria de consumo, para volver a sus orígenes de pobreza cuando ya no fueron de mayor utilidad.

Este breve ejemplo novelado de una de las consecuencias de la globalización nos demuestra que no se puede alegar la defensa de la libertad cuando se habla de los procesos globalizadores ya que aquellos pocos que toman las grandes decisiones económicas a nivel empresarial son conscientes de sus actos y saben que sus decisiones se basan en la utilización de la pobreza de unos para incentivar el consumo de otros hasta llevarlos a su vez a la pobreza en el largo plazo y repetir ese péndulo de decisiones en el que, a lo largo de la historia, siempre ganan los mismos. La responsabilidad de los decisores es innegable y por ello les niego la libertad de actuar así. El verdadero liberalismo de corte humanista es otra cosa. No eso.




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