Muy
probablemente no exista hoy proceso más controvertido en nuestro
planeta que el de la globalización. Si atendemos a la definición
que del mismo nos facilita Wikipedia - por cierto, una de las muchas
herramientas que a la vez son causa y consecuencia del mundo
globalizado -,
leemos que se trata de un proceso económico, tecnológico, social y
cultural a gran escala, que consiste en la creciente comunicación e
interdependencia entre los distintos países del mundo unificando sus
mercados, sociedades y culturas, a través de una serie de
transformaciones sociales, económicas y políticas que les dan un
carácter global.
Ese
proceso se intensifica tras la caida del muro de Berlín, al
desintegrarse un bloque de sociedades ajenas al juego del libre
mercado y que se incorporaron en un tiempo record en el mundo
capitalista. Pero sobre todo, el proceso alcanza una gran velocidad
de crucero en la última década con la eclosión de internet y el
impacto que la evolución tecnológica ha tenido en la rapidísima
difusión de la información en todo el planeta.
Me
gustaría, en una serie de artículos al respecto de este fenómeno,
dar una visión lo más fría posible, pero de forma muy particular,
desde un punto de vista humanista, acerca de la globalización.
Como
siempre que nos preguntamos acerca de un proceso social, tenemos que
valorar lo que aporta al ser humano desde muy diversos aspectos y
para ello es imprescindible también ser muy consciente de los
principales elementos que son génesis de ese proceso. En el caso
que nos ocupa, nos enfrentamos a algo que surge por varios motivos
que se concatenan en el tiempo, sobre todo en los últimos
veinticinco años:
- La
libertad de mercados que, con mayor o menor amplitud y profundidad,
reina sobre la economía mundial desde finales de la década de los
ochenta del siglo pasado.
- El
abaratamiento relativo de los coste de transporte que ha permitido a
ingentes cantidades de personas de clase media de muy distintos
países del mundo, viajar y conocer mejor otras gentes y otras
culturas.
- La
revolución de las tecnologías de la comunicación que han puesto
literalmente al mundo en la palma de una mano permitiendo compartir
información y conocimientos al instante y en cualquier parte del
orbe.
- Por
último, aunque no menos importante, la existencia de una cultura
dominante – por lo menos hasta ahora – durante todo este período
y que ha tenido una influencia innegable en la forma en el que el
proceso globalizador se está llevando a cabo: la cultura
anglosajona o, para ser más exactos, la visión del mundo impulsada
por los Estados Unidos y por el Reino Unido.
En
las próximas semanas abordaré en más detalle la visión de la
globalización desde cada uno de los cuatro pilares que la
posibilitan, Hoy solo quiero hacer unas reflexiones generales. Los
cambios sociales no son en sí buenos o malos, tan solo son una cosa
u otra desde la postura ideológica de quien los analiza. A título
de ejemplo, la rígida islamización política y cultural de
determinadas sociedades de religión mayoritariamente musulmana puede
ser vista como peligrosa y negativa por los sectores más
prooccidentales de esos países pero sin embargo, muy positiva y
necesaria por otros sectores más tradicionales de esas sociedades.
En lo que respecta a la islamización es evidente que, si se
conculcan los derechos humanos fundamentales, tal y como estos se
describen en la Carta de las Naciones Unidas, deberíamos alinearnos
todos en uno u otro bando. Pero no voy a entrar en eso ahora, tan
solo quiero destacar la dificultad de tener una opinión muy sólida
sobre determinados procesos sociales complejos y, créanme, la
globalización es probablemente el proceso social actual de mayor
alcance y complejidad.
La
globalización nace del concepto de libertad y los mayores adalides
de aquella la defienden a ultranza basándose precisamente en la
reflexión de que poner coto a la globalización sería como poner
coto a la libertad y, naturalmente, eso desde las sociedades
occidentales actuales, suena verdaderamente fatal por lo que muy
pocos nos atrevemos a criticar ese proceso vaya que nos tachen de lo
que no somos o por lo menos, creemos no ser.
Pero,
¿a qué libertad nos referimos? Según el Diccionario de la Real
Academia de la Lengua Española, entendemos por libertad la
capacidad que tiene el ser humano de poder obrar según su propia
voluntad, a lo largo de su vida, por lo que es responsable de sus
actos. Es el principio de la responsabilidad el que limita la
actuación de la libertad. Por ello filósofos como el austríaco
Steiner argumentan que es obvio que no puede ser libre una persona
que no sabe por qué actúa. Es libre aquél que sabe porqué hace
las cosas, sabe valorar sus motivaciones y puede inferir las posibles
consecuencias de sus actos.
Ahi
está la clave de la interpretación crítica de la globalización.
Solo si interpretamos ese fenómeno desde una visión responsable de
la libertad podremos decantarnos en uno u otro sentido pero, para
ello, tendremos esperar a las siguientes entregas.
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