Muchos de
ustedes conocerán la historia de Tomás Moro, teólogo, político y
pensador, Lord Canciller de Inglaterra bajo el reinado de Enrique
VIII. Hombre sabio y equilibrado según los cronistas de la época,
que tuvo la gran desgracia de enfrentarse con su rey, indignado por
la política practicada por este en varios frentes. Entre ellos, el
más conocido y llevado en diversas ocasiones a la literatura y al
cine, fue el enfrentamiento con su monarca a raiz de la iniciativa de
divorcio de este y el consecuente enfrentamiento de Inglaterra con la
Iglesia Católica.
No entraré
ahora a valorar la posición de Tomás Moro sobre el hecho del
divorcio en particular. Probablemente su postura tal cual sería
difícilmente defendible en la sociedad actual pero sí quiero
valorar la posición relativa del personaje ante el poder imperante y
ante los condicionantes históricos del momento. Tomás Moro
pertenecía a una de esas minorías de personas que están tan
convencidas de la bondad y de la legitimidad de sus posturas que
acaban defendiéndolas con todas sus consecuencias. Les recuerdo que
al pensador y político británico le costó literalmente la cabeza
enfrentarse a su rey o, lo que viene a ser lo mismo, enfrentarse al
pensamiento dominante en aquel momento.
En nuestra
sociedad solemos magnificar la importancia de los valores
democráticos, a veces en un sentido no demasiado acertado. Todo nos
lleva a pensar que las mayorías llevan la razón porque eso es
democrático pero, normalmente, son ciertas minorías conscientes de
los retos científicos, sociales o económicos las que encabezan la
innovación y los movimientos de cambio, las que se aperciben de las
tendencias a largo plazo y son capaces de reaccionar como líderes de
opinión para avanzar grandes líneas de pensamiento y de acción.
Suelen ser ciertas minorías ilustradas las que corren con evidentes
riesgos huyendo de algunas macro tendencias en la que se sumerge la
población en general de forma no siempre demasiado fundamentada y
meditada, y que son capaces de identificar los verdaderos problemas y
los verdaderos dilemas alejándose del pensamiento único dictado por
el establishment político y mediático. Recuerden sino a Galileo.
¿Quién llevaba la razón: esa minoría reflexiva y heterodoxa, en
este caso representada por Galileo, o la mayoría seguidista de la
época que defendía que la Tierra era plana?
Son esas
minorías silenciosas las que se atreven a pensar de forma distinta,
a proponer preguntas inusuales, a poner a los poderes públicos y a
los poderes fácticos ante cuestiones incómodas mientras estos
despistan al personal con falsos dilemas y cuestiones creadas
artificialmente, casi siempre por motivos interesados e
inconfesables.
Encontramos
a ese tipo de minorías en muy diversas ubicaciones: en las empresas,
en el sector público, en la política, en los medios de
comunicación, en la comunidad científica, en el tercer sector y en
general en casi cualquier organización social. Suelen ser esos
personajes de aguda intuición, con inteligencia social, que llevan
su pensamiento y sus opiniones más allá de lo políticamente
correcto. Otras veces son ciudadanos normales que simplemente no se
dejan arrastrar por las corrientes dominantes y quieren ejercer su
derecho a ver las cosas de otra forma. Son aquellas personas que,
cuando todo el mundo habla de determinados temas, ellos se atreven a
lanzar preguntas distintas, a ver las cosas desde un angulo diferente
al del común de los mortales. Personajes, por desgracia,
habitualmente incómodos. Por ello esas minorías suelen correr
graves riesgos reputacionales y de todo tipo. Son estigmatizadas como
los "freakies" de la opinión social, vistas con extrema
prevención tanto por parte del establishment como por parte de la
sociedad en general. Casi nunca obtienen recompensa por el hecho
valiosísimo de ser capaces y de tener la valentia de formular las
preguntas adecuadas que permiten que la sociedad avance y de no
dejarse llevar por el pensamiento único tan insólitamente propio de
nuestras democracias occidentales.
Por
desgracia esos riesgos provocan también que, en demasiadas
ocasiones, esos pensadores independientes sean ninguneados, apartados
de los foros de debate social o científico y tratados como
verdaderos apestados por los apóstoles del pensamiento único.
Tal vez
Tomás Moro fue un precursor de lo difícil que resulta para ciertas
minorías mas o menos ilustradas enfrentarse con la razón y la
inteligencia ante la tendencia humana a crear pensamientos únicos y
monolíticos que requieren de adhesiones inquebrantables. Tomás Moro
pago con su cabeza ese atrevimiento y, en nuestra sociedad moderna,
hemos acuñado tambien la expresión "cortar la cabeza"
para aquellos que son desposeídos de sus cargos o responsabilidades
por enfrentarse al poder establecido.
Es evidente
que no hemos mejorado demasiado en los últimos cinco siglos. Por
ello deberian ustedes reconocer conmigo que, aunque es una pena que
no pueda dado que la cabeza estaba separada de su tronco en el
momento de recibir sepultura, si Tomas Moro levantara la cabeza, se
llevaría una enorme decepción por lo poco que han cambiado las
cosas, por lo menos en lo que respecta al tema que nos ocupa. Como
mínimo tendría la satisfacción parcial de constatar que a aquellas
personas que, como él, hacen gala de un pensamiento independiente
del impulsado por los líderes o alejado de las tendencias sociales
dominantes, ya no se les suele cercenar la cabeza, por lo menos en el
sentido literal de la palabra.