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martes, 23 de julio de 2013

Hacia una banca con valores o "Banca 3.0"

En mi post del mes pasado argumentaba que "si no existiera la banca habría que inventarla" porque, a pesar de los pesares y pese a los hechos ocurridos en los últimos años, el papel de esta actividad económica sigue siendo fundamental para nuestra sociedad.

En mi reciente artículo "Hacia una banca con valores o "Banca 3.0" publicado por compromisorse y otros medios digitales, resumo algunos elementos clave del modelo de negocio de los bancos que forman la Alianza Global para una Banca con Valores (global Alliance for Banking on Values, www.gabv.org) que aglutina a más de una veintena de bancos y entidades financieras de los cinco continentes que tienen como elementos comunes situar el desarrollo humano y el respeto al medio ambiente por encima de la mera consecución de resultados económicos, aunque sin descuidar este importante apartado. 

Espero que disfrutes del artículo Hacia una banca con valores

sábado, 1 de junio de 2013

Si no existiera la banca


Sino existiera la banca tendríamos que inventar algo similar que cubriera la misma necesidad. Porque la banca, desde tiempos inmemoriales, es el principal proveedor de energía para la actividad económica, el aceite que lubrica los motores de esa actividad, la savia que la riega. Y esta necesidad existe y seguirá existiendo mientras sigamos dentro del mismo paradigma económico en el que estamos y, me atrevería a asegurar, continuará existiendo esa necesidad incluso ante hipotéticos paradigmas alternativos que hoy mismo desconocemos y cuya estructura y forma ni podemos sospechar.

PARA LA EMPRESA, FINANCIANDO LA ACTIVIDAD DEL DÍA A DÍA.
La banca nutre de liquidez a las empresas para que estas puedan financiar sus necesidades de circulante y que son las que posibilitan el negocio normal en el día a día: soportar las existencias necesarias para asegura el servicio a sus clientes y financiar, además, el crédito que en ocasiones tenemos que otorgar a los mismos para facilitar y posibilitar nuestras ventas. Si la banca no cumple su función de conceder financiación de circulante, no está cumpliendo con su misión principal como intermediario financiero y está siendo un impedimento para el día a día de la actividad productiva. 

PARA LA EMPRESA, FINANCIANDO EL FUTURO.
Además, entre otros agentes, la banca es responsable de aportar financiación estable a las empresas para que, combinándolas con la aportación de financiación de los accionistas o la autofinanciación, estas puedan abordar nuevos proyectos de inversión y de innovación que permitan el desarrollo futuro. Si la banca no cumple con esa función de facilitar financiación a largo plazo para las nuevas inversiones, está poniendo en peligro el desarrollo futuro de las empresas y por tanto, de la actividad económica en general.

PARA LOS PARTICULARES, FINANCIANDO LA NECESIDAD DE FINANCIACIÓN DE CONSUMO RESPONSABLE A LARGO PLAZO.
Dada la capacidad de ahorro limitada que presenta la mayor parte de los consumidores, de no existir la banca, estos tendrían problemas cuando llega el momento en que necesitan enfrentarse a  determinadas adquisiciones de envergadura (el ejemplo más concreto sería el de la compra de vivienda). La banca, desde una perspectiva responsable y, siempre teniendo en cuenta las verdaderas capacidades del particular, tiene el deber de anticipar parte de esa capacidad de ahorro de su cliente para que este pueda cubrir sus necesidades de consumo a largo plazo. Si la banca no cumple con esa función, pone en peligro la cobertura de ciertas necesidades de los clientes que, al mostrar capacidad de ahorro a largo plazo, deciden anticipar parte de esa capacidad para realizar inversiones responsables en determinado tipo de bienes. Al no anticiparla, la banca además, estaría poniendo palos en la rueda de un desarrollo sostenible de la actividad económica.

El problema actual de parte de la actividad bancaria en muchos países es que, durante bastantes años, esas tres funciones clave se han hecho sin prestar demasiada atención a la necesaria sostenibilidad de las empresas, proyectos o consumidores financiados. Es decir, sin prestar la debida atención al riesgo, imprescindible para poder obtener rentabilidad pero cuyo control es también imprescindible para asegurar la capacidad de devolución del dinero que los depositantes han confiado a las entidades financieras.

Pero desde luego la solución a los problemas de la banca no es dejar de cumplir con esas tres funciones sino volver a hacerlo como siempre se debería haber hecho, con criterios sostenibles y con profesionalidad.

La banca tiene un papel fundamental en la revitalización de la actividad económica. Para cumplir con el mismo los bancos tiene que fortalecer sus balances y asegurar la profesionalización de sus estructuras con personas responsables, con experiencia y con conocimientos adecuados para llevar a cabo las tres funciones que hemos indicado más arriba. Por eso, es una obligación para la banca responsable el optimizar la cadena de valor relacionada con todo lo que está alrededor de la de concesión de financiación en el sentido más amplio de la palabra.

1)    Siendo proactiva en la función comercial y dedicando buena parte de sus recursos humanos a, de forma organizada y respetuosa con el riesgo, ir a buscar demanda de crédito solvente que podamos satisfacer.
2)    Revisando la estructura organizativa y los procedimientos internos de aprobación de operaciones crediticias para disminuir el “time-to-disbursement” de cualquier posible operación desde que se realiza la primera prospección hasta que finalmente se formaliza la facilidad y se desembolsa la misma. Todo ello sin menoscabo del imprescindible análisis de la calidad del riesgo.
3)    Analizando los perfiles de los profesionales que están vinculados al negocio de “lending”, asegurándonos de que tienen las características adecuadas desde tres puntos de vista: la proactividad comercial, la rigurosidad y las capacidades necesarias para la correcta  interpretación del riesgo, y la constancia necesaria para el seguimiento de las operaciones y para la relación con el cliente.

Impulsar la concesión de financiación no solo es un deber de los profesionales de la banca para con su entidad y para con la cuenta de resultados de la misma, es un deber de la banca hacia la recuperación de la actividad económica en términos generales.

Y, en cualquier caso, si no existiera la banca, habría que inventarla.

miércoles, 20 de marzo de 2013

El vendedor de humo

Te ruego veas este breve video de animación"El vendedor de humo", son solo seis minutos y es genial.

Encuentro este corto en el blog de mi colega Luis Miguel Barral (interesante leer sus reflexiones):

http://inteligenciaetica.com/2013/03/el-vendedor-de-humo/

Al igual que a él, el video me sugiere montones de cosas. Desde el punto de vista del hombre como consumidor me recuerda aspectos como la banalidad del ser humano que busca la felicidad donde no existe, la estupidez de la sociedad de consumo, el carácter efímero de la riqueza material, etc.

Si pensamos ya no tanto en el consumidor individual sino en las sociedades afectadas por el consumismo, en el video se adivinan los efectos desestabilizadores que el consumo poco racional puede tener sobre la armonía y las capacidades intrínsecas de nuestras sociedades reduciéndolas a grupos de consumidores cuyo afán es consumir más y no a sociedades armónicas cuyo afán es crecer como tal sociedad.

Y, por último, si nos fijamos en el lado de la oferta, nos recuerda la frivolidad y falta de responsabilidad de una sociedad basada en un feroz marketing de consumo, en la falta de responsabilidad de las políticas comerciales y de venta de tantas compañías y en la falta de criterios éticos y de sostenibilidad en las políticas de lanzamiento de productos.

Pero, en fin, basta ya de palabrería. Te dejo con el video. Son solo seis minutos. Disfrútalos.


domingo, 24 de febrero de 2013

Los deditos de Blanca


Blanca es mi nieta. Tiene poco más de un año y es un encanto. Ya camina, sonríe sin parar y entre grita y balbucea intentando hablar y comunicarse así con sus mayores. Su rostro es increíblemente expresivo y es capaz de transmitir multitud de emociones: alegría, complicidad, deseo, sorpresa, picardía, cariño, tristeza,…

Ese pequeño diablillo alegra la vida de todos los que estamos a su alrededor. Cuando llega a casa desaparece cualquier atisbo de malhumor o de tensión, los problemas se desvanecen y se aplazan hasta que su ausencia nos devuelve de nuevo a la normalidad. Dicen que el ser humano nace con la alegría de la vida profundamente implantada en su ser y confiando en los demás de forma natural. Dicen que tan solo el paso de los años nos transforma en los seres adultos que somos, supuestamente inteligentes, con multitud de normas de etiqueta y de conducta, habitantes de una sociedad que, por el afán de ser competitiva, sagrada palabra que envuelve a todo tipo de actividad humana, sea o no económica, nos vuelve individualistas y desconfiados.

Tan individualistas y desconfiados que necesitamos de un sinfín de reglas, mecanismos, estructuras y sanciones para que no nos devoremos los unos a los otros. Mecanismos, estructuras y sanciones que consiguen lo contrario de lo que se pretendía y que acaban por alimentar a una sociedad anquilosada, egoísta y temerosa, ya no solo de sus congéneres sino también de las numerosas normas que se ha dado a si misma y que son casi imposibles de cumplir en su totalidad tal es la ingente carga normativa que nos abruma.

“Homo homini lupus”. El filósofo británico Hobbes, hacía suya esa conocida frase latina en su “Leviatán”: “el hombre es un lobo para el hombre” y defendía que el egoísmo es un elemento básico definidor del comportamiento humano que provoca que el hombre se dote de una serie de convenciones sociales para suavizar y corregir tal comportamiento facilitando de esa forma la convivencia.

Pero Blanca no conoce a Hobbes ni sabe que el hombre es un lobo para el hombre y sonríe confiada y alegre a todo aquél que se le ponga por delante. Es tal su inocencia que sería capaz de ponerse a jugar con el peor de los mortales quien, a su vez, probablemente fuera también muchos años ha un bebé inocente y un niño alegre y confiado.

Hay que cuidar de Blanca, y hay que educarla, aunque hacerlo a veces signifique acelerar sus pasos hacia la desconfianza para con el género humano. Pero hay algo que todavía inspira mi esperanza. Tal vez algo pueda cambiar en el futuro. Tal vez no sea imprescindible educar en una cierta desconfianza o como mínimo en una cultura de la prevención para sobrevivir. Blanca es una perfecta muestra de nuestra recién estrenada sociedad digital. Se desenvuelve con la soltura torpe de una niña de un año con todo tipo de trastos con pantalla táctil y sus deditos se afanan en pasar de una imagen a otra deslizándose nerviosos sobre el cristal en la esperanza de ver como nuevas imágenes van apareciendo y regalando sus sentidos.

Tal vez, solo tal vez, los deditos de Blanca y de todos los bebés que forman su recién llegada generación, acostumbrados desde pequeños a pasar con facilidad digital imágenes y páginas, sean capaces de pasar la perenne página del egoísmo humano, de la falta de confianza en nuestros congéneres y de su consecuencia, las sociedades excesivamente reglamentadas y ajenas a la búsqueda de la felicidad. Tal vez, solo tal vez, esos bebés de hoy conserven a lo largo de su crecimiento esa inocencia inteligente que haga posible el cambio profundo en las relaciones humanas.

Tal vez, solo tal vez. Yo siento que ya no puedo. Es tarde, estoy demasiado contaminado. Lo sigo intentando pero no se muy bien en quien confiar. Tal vez no confíe ni en mí mismo. Pero tú Blanca, tal vez estés a tiempo. Pasad página con vuestros deditos. Conseguid un mundo mejor. Nosotros no supimos. Si lo intentáis, tal vez, solo tal vez, el hombre deje de ser un lobo para el hombre.

Suerte.

viernes, 18 de enero de 2013

La sociedad condenada según Ayn Rand


El 25 de junio del pasado año publiqué un post basado en la visión que, del dinero, nos presenta Ayn Rand, filósofa norteamericana, madre de la corriente objetivista, partidaria de un liberalismo puro -que no neoliberalismo-, convencida del poder del empuje individual basado en la satisfacción del interés personal pero enormemente comprometida con que ese empuje solo puede estar justificado con la creación real de riqueza. Enemiga de la regulación y del aparato estatal, Ayn Rand me provoca emociones contradictorias. Por un lado me provoca una cierta admiración por esa visión ultraliberal que requiere de empresarios de sólidas convicciones éticas y morales -no hay más que fijarse en algunos de los personajes de su novela "Atlas Shrugged"- pero por otro lado me provoca miedo porque las cosas, por desgracia, no son así y esa visión ética en el mundo de la empresa (aunque tampoco es muy distinto en el mundo de lo público) brilla por su ausencia.

Es por ello por lo que sigo opinando que la combinación de una mentalidad liberal de corte ético en lo empresarial junto con un estado democrático en lo político que, con regulaciones adecuadas para evitar desmanes en el mundo de lo económico, vela por la adecuada redistribución de riqueza, sigue siendo la mejor de las posibilidades. 

Pero no quiero alargarme sobre ello. Tan solo, en este breve post de hoy y, dadas las noticias que nos abruman cada día en casi todo el mundo, quisiera sin más dejar para la reflexión una frase de Ayn Rand extraída de su obra maestra, "Atlas Shrugged". Doy por título a la frase, "La sociedad condenada". Disfrútala y piensa.

"Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada." 

martes, 1 de enero de 2013

Pensamiento de año nuevo, hacia una sociedad estúpida: la zanahoria y el palito


Vivimos en un mundo curioso. Parece sin lugar a dudas que, para que la gente se movilice, para que haga cosas o para que deje de hacerlas, necesitemos siempre de estímulos extrínsecos a la propia persona y a la propia naturaleza de lo que hace o deja de hacer.

Sin ir más lejos y a título de ejemplo, un empleado de una organización bancaria que deba vender una determinada cantidad de seguros de vida, de auto o de hogar durante una campaña, recibirá si lo consigue un premio en forma de artilugio electrónico o de paga dineraria equivalente: la zanahoria.

Por otro lado, un conductor que tradicionalmente exceda el límite de velocidad está constantemente amenazado con recibir una importante multa o perder puntos de su carnet de conducir: el palito.

Reflexionemos acerca de la multitud de actos que realizamos a diario y nos sorprenderá el elevado porcentaje de ellos que están sujetos a la dictadura de la zanahoria y el palito. La inmensa mayoría de organizaciones de todo tipo tienen a sus miembros sujetos a esa execrable tiranía. Claro, no debe por ello extrañarnos que aquellas organizaciones que funcionan mejor son las que han conseguido una utilización más eficiente, madura y sensata de tales recursos de inducción de la conducta.

Porque, ¿tiene mucho sentido que a ese probo empleado bancario le den un incentivo especial por “colocar” una serie de seguros a sus clientes? Pensemos. Si la acción a realizar gira de forma muy centrada en el incentivo a conseguir, ¿cuál será la reacción del empleado?: probablemente la de colocar seguros de todo tipo a toda clase de personas, en ocasiones con sentido y en otras sin él. Así podemos encontrarnos con seguros de vida de pequeños importes y que ofrezcan una cobertura irrelavante al asegurado solo por incrementar la estadística o con seguros de vivienda con coberturas infladas si las comparamos con la verdadera necesidad del asegurado.

Y si nos vamos a nuestro conductor, en muchas ocasiones, en cuanto sepa que no hay radares ni patrullas policiales o conduzca en otro país con políticas más permisivas, conducirá a sus anchas excediendo sin pudor la velocidad permitida.

Pongan ustedes todos los ejemplos que les apetezca, las notas en la escuela, los impuestos, la normativa de la empresa, las ordenanzas municipales, las muy diversas regulaciones públicas, etc. La única realidad es que estamos sujetos a una dictadura normativa insufrible en todos los ámbitos que me gusta resumir como la zanahoria (la normativa como incentivo) y el palito (la normativa como penalización).

Tanta puñetera normativa nos hace olvidar el porqué intrínseco y profundo de las cosas que hacemos o dejamos de hacer, la verdadera bondad o idoneidad de nuestras acciones. El empleado de banca debe vender seguros a su clientela haya o no campaña, siempre y cuando exista una correlación real entre la necesidad del cliente y los beneficios que pueda obtener este al contratar un seguro. No porque haya un premio especial. Ello debería ser totalmente secundario. Se equivocan las organizaciones que hacen girar su política de forma exclusiva a través del incentivo porque ello puede crear conductas equivocadas.

Igualmente el conductor deber conducir a una velocidad adecuada en función de las condiciones del tráfico, de las características del vehículo y de la vía por la que circula. El hecho de tener una normativa excesivamente restrictiva y que a veces no es entendida por el usuario, conlleva una obediencia a regañadientes que no es positiva a largo plazo para la sociedad. Se equivocan aquellas administraciones que pretenden regular absolutamente todo y predicar sobre lo que determinada clase dirigente estima que es bueno o malo a fuerza de normas y sanciones.

El incentivo sesgador y la penalización indiscriminada son herramientas elementales para la estupidización de la sociedad. Y además de que provocan reacciones basadas tan solo en esos estímulos extrínsecos haciendo olvidar la verdadera motivación, el porqué intrínseco de las conductas racionales y humanamente deseables, generan un segundo problema no menor. Para que se fijen los sistemas que definen tales zanahorias y palitos, las organizaciones precisan de un ejército de burócratas cuya única finalidad no es la creación o la administración de la riqueza sino la creación de normativas y la supervisión de su cumplimiento. ¡Apaga y vámonos!

Las normas y los incentivos, a todos los niveles y en todo tipo de organizaciones, también a nivel de la cosa pública, deben ser solo los adecuados, nunca excesivos, extremadamente meditados para que no oculten o perviertan la motivación intrínseca que debe guiar cualquier conducta humana. En ocasiones es mejor no regular determinadas cosas que estar sujetos a normativas que desvían la verdadera naturaleza de las conductas deseables y que nos llevan hacia una sociedad más estúpida y manipulable.

A nuestros líderes políticos y empresariales les deseo para este año 2013 que comienza hoy que les ilumine la luz, que acierten en las normativas adecuadas, que eliminen trabas innecesarias, que regulen lo que debe ser regulado de forma justa y meditada y que no regulen indiscriminadamente, que confíen en la madurez de la sociedad y que no nos traten como a estúpidos. Pensar y actuar sobre la motivación intrínseca que debe haber detrás de cada acción humana siempre es más gratificante y más efectivo a largo plazo.

¡Feliz 2013!

martes, 11 de diciembre de 2012

Walk the Talk


Entre los múltiples problemas que aquejan a nuestra sociedad actual, uno destacado es el de la escasa fiabilidad de la palabra dada. Lejos quedan las épocas, si es que alguna vez existieron, en que el honor y la palabra dada tenían un valor incuestionable y en que poca gente desconfiaba de afirmaciones o promesas manifestadas por parte de ciertas capas de la sociedad de supuesta honorabilidad y solvencia moral.

Es tal la degradación moral de nuestro mundo, tan poca la confianza que nos merecen nuestros congéneres -logicamente con excepciones- que la palabra pronunciada por demasiada gente es interpretada como un mero ejercicio de marketing, como un deseo de quien la enuncia de vender algo o a alguien o de conseguir una reacción determinada por parte del que la escucha. La palabra ha dejado de representar valores o posiciones morales y se ha transformado en un arma ofensiva, para aquél que quiere conseguir algo a través de ella, o defensiva, para quién pretende impedir que algo supuestamente negativo le pase a esa persona o a los de su círculo.

¿Quién de ustedes no ha pensado en infinidad de ocasiones en una conversación de cualquier tipo con cualquier persona cosas como: “a ver qué gol me quiere meter este” o, en otro tipo de situaciones, “este solo pretende cubrirse el culo”?

Esa sensación de la pérdida de valor, de la futilidad de la palabra, alcanza su paroxismo cuando analizamos el uso de la misma por parte de la clase política. Nuestros representantes, personas que deberían dar ejemplo. No se si quieren que les aburra con ejemplos porque les aseguro que darían para un libro entero pero solo respóndanse a un par de preguntas: cuándo un político afirma que hará o dejará de hacer algo, ¿le creen ustedes o arrugan la nariz?. Cuando llega a sus manos un programa electoral y se molestan ustedes en leerlo, ¿sonríen con sorna o, dado que son afirmaciones estudiadas por parte de un grupo político serio, tienen tendencia a darle credibilidad?

Y, si nos ponemos a hablar del uso de la palabra de una forma más detallada, el tema daría probablemente para un segundo libro. ¿O acaso no les vienen a la cabeza los múltiples eufemismos utilizados por los políticos y por muchas otras personas públicas para evitar llamar a las cosas por su nombre? Hoy en día a una situación de quiebra se la llama “desequilibrio financiero”, a un delito se le define como “irregularidad”, a un despido masivo como “ajuste de estructura” o también como “proceso de optimización de recursos”, etc., etc. No sigo porque les aseguro que me animo y empezaría a elaborar una larga lista.

Si seguimos con la falta de credibilidad de la palabra de los políticos, estamos ante uno de los problemas fundamentales de nuestra democracia. La palabra del político, expresada en un programa electoral y luego matizada en declaraciones públicas o privadas, es algo extremadamente serio, es un contrato social entre el ciudadano, quien ejerce su voto en base a dicho contrato, y aquellos que lo representan y que, no lo olviden, solo se deben al primero. Cuando la poca solvencia, calidad y realismo de los programas electorales lleva al incumplimiento sistemático de los mismos, no nos encontramos ante una broma de mal gusto ni ante una trivialidad, nos encontramos ante una burla en toda regla al sistema democrático y a los ciudadanos. Existe una conocida frase que dice que gobernar es el arte de decir “no” y puedo entenderla siempre y cuando se salvaguarden los elementos fundamentales del contrato con los ciudadanos. No se puede utilizar esa frase para defender lo indefendible o para justificar lo injustificable.

Existe una magnífica expresión en inglés que siempre me ha gustado de una forma muy especial. Se trata de la expresión “Walk the Talk” que, traducida de una manera un tanto pedrestre podría transformarse en “camina aquello que dices” o de una forma más refinada y explícita “transforma en hechos lo que sueles defender con palabras”. Podríamos decir que lo contrario al “Walk the Talk”  es una conducta hipócrita.

Por regla general -insisto en que siempre encontraremos excepciones-, nuestros políticos no practican el “Walk the Talk”. Si lo practicaran se pensarían mucho más detenidamente qué promesas lanzan en sus programas electorales y que afirmaciones van soltando a diestro y siniestro.

Si nuestra política estuviera basada en el “Walk the Talk” ya hace mucho que hubiéramos sustituido un sistema electoral escasamente representativo con diferencias excesivas en lo que cuesta, en términos de votos, la adquisición de un escaño en cada circunscripción y con listas cerradas que limitan el acceso de los mejores ciudadanos a la política.

Si los ciudadanos exigiéramos el “Walk the Talk” no estariamos como estamos hoy porque tendríamos un sistema más propocional que el actual, con listas abiertas en lugar de cerradas (lo que equivale a opacas para el ciudadano en cuanto a los criterios de selección de los que ocupan una lista). Si los políticos practicaran el “Walk the Talk” con listas abiertas, estarían obligados a dar cuentas, cada año o dos años, a los ciudadanos que les han elegido para cada uno de los puntos fundamentales del programa que les aupó al poder. Deberían presentar un informe con indicadores y datos que avalen los avances en el contrato social o las dificultades en su cumplimiento explicando en detalle como se van a solventar. Y todo ello siempre con una premisa, la estabilidad financiera de lo público a medio plazo. El déficit puede existir como algo transitorio pero no como algo estructural. Y desde luego, si el político no está cumpliendo con su programa o no hay razones de peso para ello, habrá que prescindir de su figura sin esperar a las próximas elecciones.

Imagínense el cuidado que pondría la clase política antes de hablar, antes de escribir promesas y planteamientos sin un análisis detallado. Imagínense la diferente calidad de los programas políticos ya desde el inicio, si exigiéramos el “Walk the Talk” y, para ello, para construir mensajes más sólidos y sostenibles y, dado que estaríamos en un sistema de listas abiertas, los partidos deberían atraer a los “mejores” de verdad a gente capaz y moralmente irreprochable. Seguramente habría que pagar algo más a esa nueva clase política pero díganme, ¿qué prefieren 1.000 políticos que no cobren demasiado y que arruinen a nuestra sociedad o 200 políticos que cobren tres veces más que los anteriores pero que sean moral y técnicamente solventes, que rindan cuentas con mayor periodicidad ante la ciudadanía y no tan solo cuando toca ir a votar y que planteen y ejecuten políticas sostenibles?

Ya saben, los políticos tienen el deber de “Walk the Talk” y, si no lo hacen, los ciudadanos tenemos el derecho a exigirlo. Una nueva clase política tan solo será posible cuando los ciudadanos se den cuenta de su gran responsabilidad y actúen desde la sociedad, no solo desde las urnas, para generar un cambio.




domingo, 25 de noviembre de 2012

¿Tiene razón un político cuando se atreve a hablar de “la realidad”, cuando nos habla de ”la verdad”?


¿Acierta un historiador cuando describe una serie de “hechos” históricos?

Cuando hablamos de “lo real” nos referimos a aquello que es auténtico, a la inalterable verdad, a aquello que es la dimensión externa de la experiencia.

Lo real” existe en oposición a “la realidad”, que está más bien basada en la percepción sensorial de las cosas.

Sin embargo, en nuestra vida cotidiana, en nuestro hablar diario, no distinguimos de manera tan afinada entre ambos términos como sí se hace en filosofía. Así, confundimos ambos conceptos, lo real y la realidad y los vemos de forma indistinta. De la misma manera, confundimos y mezclamos en nuestra forma de pensar términos como, verdad, hechos, realidad, lo real.

Probablemente no hay ciencia en que la demostración empírica de los hechos observables haya avanzado más que en la física clásica. Los hechos en física son siempre demostrables, medibles, observables. Podríamos decir incluso que difícilmente opinables. A pesar de ello, incluso en física, la cosas no siempre son lo que parecen. En 1927, Werner Heisenberg, físico alemán y uno de los padres de la física cuántica, formuló su famoso principio de incertidumbre que de forma muy simplificada viene a decir que en física experimental, la posición del observador o el sistema de medición utilizado en un experimento siempre acabará perturbando en cierta medida los resultados observados y, por tanto, las conclusiones de la investigación.

No pretendo introducirme en el mundo de la física, campo que no domino ni pretendo dominar pero, si ese principio de incertidumbre influye en nuestra percepción incluso de los hechos físicos, ¿cómo no va a influir en otras áreas del conocimiento o en otros ámbitos del comportamiento social que son mucho más opinables?

Todos conocemos una famosa frase atribuida al escritor británico George Orwell que dice que la historia siempre la escriben los vencedores. Con esa frase tenemos ante nuestros ojos la versión, en clave de historia, del principio de incertidumbre de Heisenberg. Entendemos como historia aquellos periodos de la humanidad de los que hemos podido encontrar huellas escritas de los hechos ocurridos pero, seguro que lo han pensado alguna vez: alguien escribió aquellos textos, alguien añadió al relato de las cosas el sesgo propio del observador, de su entorno, de sus anhelos, de sus fobias y de sus filias. De la misma manera que las películas que narran hechos históricos difícilmente lo hacen de una forma neutral y siempre encontramos en ellas los sesgos propios, conscientes o inconscientes, de quienes la han hecho posible.

Y, ¿qué me dicen de la prensa?, ¿es verdaderamente objetiva e independiente tal y como se definen tantos y tantos medios de comunicación? La respuesta es rotundamente no. La la única diferencia es que pueden existir medios de comunicación en los que el sesgo en su visión de las cosas sea más consciente que en otros, pero poco más. Por tanto, en el mejor de los casos, estaría dispuesto a reconocer que puede existir prensa con un cierto nivel de independencia -aunque tampoco eso me parece muy seguro- pero no creo que existe prensa objetiva por el simple motivo de que la objetividad -principio de incertidumbre de Heisenberg aplicado a las ciencias sociales-, no existe.

Supongo que muchos de ustedes lo habrán hecho alguna vez pero, prueben a leer una misma noticia en tres o cuatro rotativos diferentes. ¿A que en ocasiones parece que se enfrenten a realidades completamente distintas? Entonces, ¿qué hacen los medios de comunicación?: ¿informan, adoctrinan, son altavoces de opinión? Prefiero dejar la respuesta a su buen criterio, yo no lo tengo nada claro.

Y, ¿qué me dicen de la economía? No hay nada peor para una ciencia social como la economía que el hecho de haberse matematizado de forma tan profunda. En economía la realidad suele explicarse a través de cifras pero, ¿qué cifras escojo? Las realidades complejas requieren de una gran batería de datos para intentar acercarse de forma lo más racional posible a la comprensión de la misma pero incluso un observador supuestamente neutral de un hecho económico suele poner más énfasis en unos datos que en otros por los motivos más variopintos y por ello la objetividad en economía es también algo de lo más discutible. Desconfien de cualquier persona que pretenda influir en su opinión sobre algún tema complejo esgrimiendo tan solo una o dos cifras. O no sabe o pretende llevar el ascua a su sardina.

Podría seguir hablando de otras disciplinas, poniéndoles multitud de ejemplos, hablando de la inexistencia de la objetividad también en política y de la aplicación del principio de incertidumbre de Heisenberg a muchas facetas de la vida pero creo que ello excedería del propósito de este blog y prefiero que ustedes se imaginen todo tipo de situaciones en las que ese principio se aplica. Lo único que me atrevo a asegurarles es que la verdad no existe.


viernes, 9 de noviembre de 2012

Humor - el inglés, idioma oficial de la Unión Europea

The European Commission has just announced an agreement whereby English will be the official language of the European Union rather than German, which was the other possibility. As part of the negotiations, the British Government conceded that English spelling had some room for improvement and has accepted a 5-year phase-in plan that would become known as "Euro-English". In the first year, "s" will replace the soft "c". Sertainly, this will make the sivil servants jump with joy. The hard "c" will be dropped in favour of "k". This should klear up konfusion, and keyboards kan have one less letter. There will be growing publik enthusiasm in the sekond year when the troublesome "ph" will be replaced with "f". This will make words like fotograf 20% shorter. In the 3rd year, publik akseptanse of the new spelling kan be expekted to reach the stage where more komplikated changes are possible. Governments will enkourage the removal of double letters which have always ben a deterent to akurate speling. Also, al wil agre that the horibl mes of the silent "e" in the languag is disgrasful and it should go away. By the 4th yer people wil be reseptiv to steps such as replasing "th" with "z" and "w" with "v". During ze fifz yer, ze unesesary "o" kan be dropd from vords kontaining "ou" and after ziz fifz yer, ve vil hav a reil sensi bl riten styl. Zer vil be no mor trubl or difikultis and evrivun vil find it ezi tu understand ech oza. Ze drem of a united urop vil finali kum tru. Und efter ze fifz yer, ve vil al be speking German like zey vunted in ze forst plas. If zis mad you smil, pleas pas on to oza pepl.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Historias de la globalización IV (La cultura)


El de hoy es el último post de una serie en la que he pretendido verter algunas reflexiones sobre la globalización. Primero lo hice desde un punto de vista genérico, incluso filosófico, analizando la globalización como un fenómeno relevante en la sociedad actual. Luego me fijé en una visión mucho más centrada en la economía y en las consecuencias económicas que para las personas tiene la globalización. En la tercera entrega me focalicé en el papel que en el mundo global está jugando la tecnología, causa y efecto a la vez del fenómeno globalizador. En mi último post sobre el tema, el de hoy, quisiera lanzar una reflexión sobre los aspectos culturales del fenómeno global, un elemento fundamental, controvertido y que se ha debatido poco.


Aquellos de mis lectores que hayan seguido esta mini saga estarán conmigo en que es difícil concluir de forma contundente, por lo menos por lo visto hasta ahora, si el fenómeno global es positivo o negativo para la humanidad. Podemos afirmar sin dudarlo que hay aspectos valiosos en lo económico y en lo tecnológico pero también es cierto que que hay otros aspectos negativos en el fenómeno de la globalización. Como casi todo en la vida, los procesos de evolución social no son ni malos ni buenos per se sino que los hacemos malos o buenos las personas y más en particular los grupos de poder que manejan los hilos e impulsan esos grandes movimientos.


Todo ello es especialmente relevante cuando se analiza la dimensión cultural del proceso globalizador que, a mi juicio, es especialmente negativa para el ser humano por lo que comporta de simplificador y de difusor de valores relacionados con una forma muy determinada de ver la sociedad. Es curioso, incluso tiene un punto de irónico, que en estos momentos históricos en los que estamos asistiendo a la pujanza creciente de nuevas grandes potencias emergentes como China, India o Brasil. En estos momentos en los que se empieza a hablar de un cierto declive de la superpotencia por excelencia, los Estados Unidos (por cierto, no acabo de compartir esas opiniones acerca del declive), estemos asistiendo sin darnos cuenta del todo, gracias a la globalización, al triunfo a nivel mundial de la cultura anglosajona; para ser más exactos, al triunfo de la forma de ver el mundo de los dos principales países de habla inglesa, el Reino Unido y los Estados Unidos.


Al igual que ocurría cuando hablábamos de tecnología, me cuesta discernir si esa “anglificación cultural” del orbe es causa o es consecuencia de la globalización. De lo que no tengo ninguna duda es de que existe. Hay muy diversos elementos que lo acreditan y que quisiera puntualizar a continuación.


  • La lengua inglesa se ha convertido en la lingua franca de nuestra era al igual que lo fue el latín durante la dominación romana de Europa, el norte de África y algunas zonas de Asia. La lengua de las potencias dominantes durante buena parte del siglo XIX y todo el siglo XX ha tenido la habilidad de constituirse en lengua de comunicación mundial por excelencia ayudada por su enorme supremacía económica y militar.
  • La teoría económica y las ciencias del management han jugado un rol imprescindible. El mundo de lo económico es hoy angloparlante. La teoría económica dominante y las ciencias del management se han gestado muy en particular tanto en el Reino Unido como en los Estados Unidos. El marketing o mercadotecnia es, casi podríamos decirlo sin temor a exagerar, un invento norteamericano. La potenciación al extremo de la sociedad de consumo y la “marketingnización” de nuestra vida diaria en la que todo hay que venderlo lo más rápido posible y al mejor precio posible es algo que ha enraizado entre nosotros.
  • Las grandes compañías globales son un ejemplo de esa forma ultra competitiva y mercadotécnica de ver la gestión empresarial. Muchas de ellas han nacido en el RU o en los EEUU, otras han nacido en otros países pero se rigen por la Biblia de las técnicas de management anglosajonas. Han sido conquistadas culturamente y con esa cultura, junto a sus homólogas norteamericanas o británicas, colonizan los diferentes mercados, tienden a que se produzca una homogeneización mundial de los gustos de consumo y también de las formas de relacionarse las personas en las unidades productivas estén en el país en el que estén.
  • La visión competitiva y no cooperativa de la sociedad. Esa visión económica y empresarial global y angloparlante se traslada a las sociedades del orbe que se imbuyen de su principal tiranía: la obsesión por competir en lugar de cooperar. Así cada vez son más los países y las culturas que han adoptado la sacrosanta norma de la competencia como único elemento que permite impulsar el progreso y se olvidan de que la competencia es sana pero solo cuando sabe mantener un equilibrio con la cooperación y con la solidaridad.
  • La concepción de la familia y de las relaciones sociales. Y por último, una concepción de la familia y de las relaciones sociales muy influida por la visión competitiva y utilitarista de las relaciones. Concepción que se está esparciendo por todo el mundo a través de industrias globales como el cine, la televisión o los medios de comunicación, dominadas por Estados Unidos y que distribuyen como norma y modelo de relación la forma de entender la familia que se tiene en aquel país.


Probablemente para estar en un verdadero mundo global necesitemos compartir una cierta cultura global, unas mínimas reglas comunes que nos permitan analizar de formas parecidas un mismo problema. El sentido común me dice que eso debe ser así pero también es cierto que eso puede empobrecer a los cientos y cientos de cultural locales que existen en el planeta contaminándolas de la cultura dominante, eliminando sus matices y, poco a poco, engulléndolas en una forma anglófila de ver la vida.


No hace falta que las élites WASP (white anglo-saxon protestant) mantengan la supremacía de sus países de origen porque esas élites se han transformado en élites globales de todos las razas y religiones pero que operan en lo económico y en lo social con la misma forma de ver las cosas desde Atlanta, París, Ciudad del Cabo, Singapur, Pekín, Delhi, Rabat, Sidney o Lima. La cultura ha traspasado la frontera de sus países y se ha instalado en el mundo. No se si Estados Unidos ha entrado en declive o no pero, lo que tengo claro es que la cultura que representa ese país cada vez es más poderosa y se está convirtiendo en la cultura dominante por excelencia.

domingo, 21 de octubre de 2012

Historias de la globalización III (La tecnológica y de la información)


En los últimos posts he estado reflexionando sobre la globalización. Primero desde un punto de vista genérico, incluso filosófico, como fenómeno relevante en la sociedad actual. Luego desde una visión mucho más centrada en la economía y en las consecuencias económicas que para las personas tiene la globalización. Hoy me gustaría hacer una reflexion desde el papel que están jugando la tecnología, la información y los transportes, probablemente uno de los pilares más positivos sobre los que se soporta el fenómeno.

Efectivamente, el abaratamiento relativo de los coste de transporte debido a las mejoras tecnológicas y a las economías de escala impulsadas por la emergencia de un nuevo mercado de cientos de millones de personas de clases medias de muy distintos países del mundo que les ha permitido viajar y conocer mejor otras gentes y otras culturas, es un aspecto profundamente vinculado a la globalización. Es a la vez causa y consecuencia de la misma.

El hecho de que las distancias se hayan acortado enormemente en nuestro planeta tiene algunos aspectos negativos como las emisiones de CO2 derivadas del transporte aéreo pero debemos reconocer también que hay muchos elementos positivos en ese hecho: la mayor cercanía a otras culturas, la posibilidad de comprender in-situ a quien otrora veíamos como extraño o lejano, la posibilidad de mostrar y ejercer la solidaridad cuando alguna catastrofe ocurre en algún lugar del mundo, etc. A pesar de la mercantilización creciente a la que está sometido el mundo del turismo y de los viajes y por la que a veces uno tiene la sensación de no estar viviendo plenamente la realidad de las sociedades a las que visita, me parece innegable que la evolución del transporte ha significado muchísimo en el acercamiento de la raza humana y de sus diferentes culturas.

En ese sentido está jugando un papel más importante si cabe la revolución de las tecnologías de la comunicación que han puesto literalmente al mundo en la palma de una mano permitiendo compartir información y conocimientos al instante y en cualquier parte del orbe. Ya se que nos parece que el fenómeno de internet ha estado siempre entre nosotros pero debo recordar que, tan solo hace diez años era algo no tan difundido como lo es hoy, que hace quince años era una herramienta utilizada por una cierta élite de gente avanzada a su tiempo y que hace veinte años estaba en sus albores.

Si a la aparición de internet le añadimos los avances en la electrónica, la masificación de la telefonía móvil y la proliferación de los teléfonos inteligentes y otros instrumentos similares, tenemos un caldo de cultivo increible para la generalización de una nueva forma de emitir, distribuir y recibir la información y un nuevo modo de comunicarse. La información al alcance de todos en cualquier lugar, sin casi ninguna barrera. Al instante.

No hay duda de que estamos ante avances tecnológicos que están cambiando la faz de la tierra y que hay multitud de elementos positivos en los mismos pero no estoy seguro de que el ser humano, en su más profundo interior, avance a la misma velocidad. Cuando, en los primeros años de este siglo, asistíamos a la primera gran eclosión del mundo económico basado en internet y que acabó en el pinchazo de la llamada burbuja de las “punto com”, yo ya decía que lo que en aquel momento se daba en llamar de forma rimpompante “nueva economía” y que iba a acabar con los males del entramado económico capitalista durante tiempo indefinido al incrementar exponencialmente la eficiencia del sistema, no era ni más ni menos que la misma economía de mercado de toda la vida, con sus cosas buenas y sus cosas malas, solo que mucho más veloz.

Argumentaba ya entonces que las mejoras en la cadena de valor del sistema provocadas por la tecnología contribuirían en una gran medida a la mayor rentabilidad de las empresas que las utilizaran de forma intensiva y solo en una medida más discreta a beneficiar al consumidor.

Pero no quiero volver a hablar de economía sino de la comunicación y de la información globalizada e instantánea que nos llega de la mano de las tecnologías. Es una verdadera revolución, es un gran avance, pero el ser humano no está preparado para ella todavía. Todavía no es capaz de obtener un beneficio social de forma equilibrada. El déficit de educación profunda y humanista de nuestras sociedades, la tendencia al materialismo, al consumismo, a la concentración de nuestra actividad en la consecución de fines materiales, el predominio de los mensajes simplistas de todo tipo dominados por el sacrosanto marketing, crean el peligro de que el enorme repositorio de información digital de nuestro planeta pueda ser usado de formas cuestionables o ser objeto de manipulaciones o de utilizaciones interesadas.

El mismo tipo de reacciones sociales que se daban hace décadas se dan ahora con mayor velocidad, a veces sin que las personas sean capaces de digerir la situación de partida y de encarar de forma más reflexiva el porqué de la reacción a la que se van a sumar.

La información es buena, cuanto más libre mejor. La comunicación es buena, cuantos más instrumentos para comunicarnos, mejor. Pero la educación profunda y humanista, no solo la que necesitamos para producir o consumir más, es imprescindible para utilizar la información y las herramientas de comunicación de forma sensata y al servicio de la colectividad.

¿Para cuándo la revolución de la educación en el planeta? Para cuándo la globalización educativa?