martes, 1 de enero de 2013

Pensamiento de año nuevo, hacia una sociedad estúpida: la zanahoria y el palito


Vivimos en un mundo curioso. Parece sin lugar a dudas que, para que la gente se movilice, para que haga cosas o para que deje de hacerlas, necesitemos siempre de estímulos extrínsecos a la propia persona y a la propia naturaleza de lo que hace o deja de hacer.

Sin ir más lejos y a título de ejemplo, un empleado de una organización bancaria que deba vender una determinada cantidad de seguros de vida, de auto o de hogar durante una campaña, recibirá si lo consigue un premio en forma de artilugio electrónico o de paga dineraria equivalente: la zanahoria.

Por otro lado, un conductor que tradicionalmente exceda el límite de velocidad está constantemente amenazado con recibir una importante multa o perder puntos de su carnet de conducir: el palito.

Reflexionemos acerca de la multitud de actos que realizamos a diario y nos sorprenderá el elevado porcentaje de ellos que están sujetos a la dictadura de la zanahoria y el palito. La inmensa mayoría de organizaciones de todo tipo tienen a sus miembros sujetos a esa execrable tiranía. Claro, no debe por ello extrañarnos que aquellas organizaciones que funcionan mejor son las que han conseguido una utilización más eficiente, madura y sensata de tales recursos de inducción de la conducta.

Porque, ¿tiene mucho sentido que a ese probo empleado bancario le den un incentivo especial por “colocar” una serie de seguros a sus clientes? Pensemos. Si la acción a realizar gira de forma muy centrada en el incentivo a conseguir, ¿cuál será la reacción del empleado?: probablemente la de colocar seguros de todo tipo a toda clase de personas, en ocasiones con sentido y en otras sin él. Así podemos encontrarnos con seguros de vida de pequeños importes y que ofrezcan una cobertura irrelavante al asegurado solo por incrementar la estadística o con seguros de vivienda con coberturas infladas si las comparamos con la verdadera necesidad del asegurado.

Y si nos vamos a nuestro conductor, en muchas ocasiones, en cuanto sepa que no hay radares ni patrullas policiales o conduzca en otro país con políticas más permisivas, conducirá a sus anchas excediendo sin pudor la velocidad permitida.

Pongan ustedes todos los ejemplos que les apetezca, las notas en la escuela, los impuestos, la normativa de la empresa, las ordenanzas municipales, las muy diversas regulaciones públicas, etc. La única realidad es que estamos sujetos a una dictadura normativa insufrible en todos los ámbitos que me gusta resumir como la zanahoria (la normativa como incentivo) y el palito (la normativa como penalización).

Tanta puñetera normativa nos hace olvidar el porqué intrínseco y profundo de las cosas que hacemos o dejamos de hacer, la verdadera bondad o idoneidad de nuestras acciones. El empleado de banca debe vender seguros a su clientela haya o no campaña, siempre y cuando exista una correlación real entre la necesidad del cliente y los beneficios que pueda obtener este al contratar un seguro. No porque haya un premio especial. Ello debería ser totalmente secundario. Se equivocan las organizaciones que hacen girar su política de forma exclusiva a través del incentivo porque ello puede crear conductas equivocadas.

Igualmente el conductor deber conducir a una velocidad adecuada en función de las condiciones del tráfico, de las características del vehículo y de la vía por la que circula. El hecho de tener una normativa excesivamente restrictiva y que a veces no es entendida por el usuario, conlleva una obediencia a regañadientes que no es positiva a largo plazo para la sociedad. Se equivocan aquellas administraciones que pretenden regular absolutamente todo y predicar sobre lo que determinada clase dirigente estima que es bueno o malo a fuerza de normas y sanciones.

El incentivo sesgador y la penalización indiscriminada son herramientas elementales para la estupidización de la sociedad. Y además de que provocan reacciones basadas tan solo en esos estímulos extrínsecos haciendo olvidar la verdadera motivación, el porqué intrínseco de las conductas racionales y humanamente deseables, generan un segundo problema no menor. Para que se fijen los sistemas que definen tales zanahorias y palitos, las organizaciones precisan de un ejército de burócratas cuya única finalidad no es la creación o la administración de la riqueza sino la creación de normativas y la supervisión de su cumplimiento. ¡Apaga y vámonos!

Las normas y los incentivos, a todos los niveles y en todo tipo de organizaciones, también a nivel de la cosa pública, deben ser solo los adecuados, nunca excesivos, extremadamente meditados para que no oculten o perviertan la motivación intrínseca que debe guiar cualquier conducta humana. En ocasiones es mejor no regular determinadas cosas que estar sujetos a normativas que desvían la verdadera naturaleza de las conductas deseables y que nos llevan hacia una sociedad más estúpida y manipulable.

A nuestros líderes políticos y empresariales les deseo para este año 2013 que comienza hoy que les ilumine la luz, que acierten en las normativas adecuadas, que eliminen trabas innecesarias, que regulen lo que debe ser regulado de forma justa y meditada y que no regulen indiscriminadamente, que confíen en la madurez de la sociedad y que no nos traten como a estúpidos. Pensar y actuar sobre la motivación intrínseca que debe haber detrás de cada acción humana siempre es más gratificante y más efectivo a largo plazo.

¡Feliz 2013!

3 comentarios:

Xavi Eguiguren dijo...

Artículo bastante utópico para empezar el año.
Se puede compartir la idea de fondo pero también entender que la normativa es necesaria. Cualquier norma siempre tendrá sus detractores y chocará con los intereses de unos o otros. Pongamos el ejemplo de una familia. No hay mejor entorno que este para construir unas normas que potencien la motivación intrínseca, aun así seguro que cada hijo reaccionará de forma diferente a ese mismo estímulo.
Ante esta situación se impone el criterio de la autoridad que, acertadamente o no, dicta cual es el camino a seguir. También es cierto que a corto plazo una norma puede no entenderse y con el tiempo cobra sentido. Si no ¿cómo es que tantas cosas que no entendíamos de las normas que imponían nuestros padres ahora son totalmente compartidas?
Si en ese entorno es difícil evitar la zanahoria y el palo imagínate en la complejidad de un pueblo.
Podría parecer que defiendo la obediencia ciega a la normativa, nada más lejos de mi intención. Si una norma no es justa se debe luchar para cambiarla pero eso es material para otro post.

Fuego negro dijo...

En definitiva, usted parece abogar por que la única norma existente sea el sentido común.

Claro que para eso es necesario educar a las personas para que lo tengan.

Está claro que imponer normas mediante la coacción es muuuucho más fácil.

Añado su diario a mi lista de lectura.

Marcos Eguiguren dijo...

Hola Fuego negro, bienvenido.
Nunca dije que fuera fácil pero prefiero el esfuerzo a muy largo plazo de una educación sólida basada en el núcleo familiar y apoyada por una sociedad más madura que la excesiva normalización y la coacción.