Visionando
recientemente un video de Jim Collins, excelente comunicador y experto en
gestión empresarial, hacía él mención al cancer que padeció su esposa,
felizmente superado y hacía ciertos paralelísmos a la relación de esta
enfermedad con la situación de determinadas organizaciones. El video de Collins
me hizo reflexionar sobre mi propio caso. Hace algo más de un par de años me
fue diagnosticado un cancer de colon. Fuí operado con éxito y durante seis
meses fui sometido a quimioterapia preventiva. Debo decir que hoy estoy muy
bien y de regreso completo a una vida normal en todos los aspectos aunque, dado
que el tiempo transcurrido no es todavía suficiente, no puedo afirmar que esté
totalmente curado.
Pero lo que me ha
llevado a establecer los paralelismos con el caso de la esposa de Collins y con
la situación de algunas organizaciones es el echar la vista atrás. Tan solo
tres meses antes de ser diagnosticado, como solemos hacer anualmente con un
grupo de amigos con el que comparto reflexiones y debates pero también
gimnasio, salidas en bicicleta de montaña, ski y actividades deportivas en
general, pasamos unos días haciendo una travesía pirenáica con BTT entre la
ciudad francesa de Carcasonne y Barcelona. Fueron tan solo unos pocos días pero
les aseguro que me sentía fuerte y potente. La salud, o al menos eso creía yo,
rezumaba por todos los poros de mi piel. Franqueaba sin dificultad las cuestas
más difíciles, pedaleaba durante horas sin descanso, con fuerza, siempre al
frente del grupo.
Pero desde luego,
esa imagen externa de fuerza, de salud y de potencia, no se correspondía para
nada con el grave problema oculto que, hoy lo se con seguridad, desde hacía ya
bastante tiempo se gestaba en mi interior amenazando con destruirme. No quiero ser agorero ni pesimista pero es
cierto que la persona aparentemente más sana, más fuerte y en mejor estado de
forma, puede estar gestando sin saberlo cualquier enfermedad incluso grave sin
que ello afecte, en una primera fase, a sus exhibiciones de fuerza y de
vitalidad.
Y como podrán
adivinar, si eso puede pasarle a las personas, sin lugar a dudas puede pasarle
a las organizaciones. Estoy seguro de que mis lectores conocen compañías cuyas
cifras de ventas siguen incrementándose, que siguen organizando convenciones y
mostrando signos externos de Fortaleza, cuya generación de flujo de caja
mantiene un tono saludable, que sigue contando con la confianza de sus
clientes, etc. Pero lo que sin embargo
es difícil de observar a simple vista salvo que uno investigue en detalle y se
infiltre en las filas de esa empresa, es si se está empezando a caer en la
arrogancia, si determinadas decisiones empresariales, cuyo impacto se suele ver
a medio plazo, no están amparadas por una razonable prudencia, si la excesiva
confianza en las líneas de productos existentes está mermando el necesario
espíritu innovador, si no se está prestando suficiente atención a los
equilibrios y a la justicia interna y decisiones que afectan a los empleados
empiezan a afectar negativamente al clima laboral, etc., etc.
Las organizaciones
más exitosas, fuertes y sanas pueden estar gestando en su interior una
enfermedad demoledora sin apenas darse cuenta de que ello está ocurriendo. Sin
ser capaces de entender que las cosas no están yendo tan bien como parecen y
sin visualizar que necesitan dar un giro de 180 grados antes de que la
situación se complique de forma irreversible.
Los casos que analiza el libro “Por qué fracasan las organizaciones” son,
como ocurre en la gran mayoría de situaciones, casos de empresas y
organizaciones que actuaron de forma no sostenible consciente o
inconscientemente. Casos de organizaciones que no supieron actuar a tiempo y
que, cuando se dieron cuenta del problema, a veces ya era demasiado tarde para
rectificar.
Es cierto que las
circunstancias del Mercado en ocasiones son duras y complican la vida diaria de
las compañías pero también es verdad que cuando una empresa sigue una política
en la que la sostenibilidad es una referencia importante e impregna la cultura
organizacional, va a tener más resortes y fortaleza intrínseca para sobrevivir
a vaivenes del Mercado y a situaciones de dificultad. La empresa sostenible es
una empresa con una mayor resistencia ante los avatares y con una nueva
solvencia. Es una empresa social, porque
tiene en cuenta de forma honesta y sincera el impacto de su actividad en el ser
humano, tanto hacia sus stakeholders internos como hacia los externos. Ello
hace que en tiempos de dificultades le sea mucho más sencillo buscar la
complicidad de esos stakeholders para superar las situaciones más diversas. Es
una empresa flexible, porque acota los riesgos tanto en sus políticas de
marketing como de costes o financiera, adoptando siempre una estrategia
prudente, versátil, de “junco”. Como consecuencia de todo ello es una empresa
solvente, entendiendo la solvencia no solamente como la necesaria solidez
financiera que da resistencia a las compañías sino como algo más holístico,
solvencia financiera, solvencia en las relaciones humanas externas e internas,
solvencia en la estructura de costes y solvencia en las estructuras
organizativas. En ese tipo de empresas también existe peligro de fracaso pero,
créanme, su tasa de mortandad es infinitamente menor que la de aquellas que no
practican esas políticas.