martes, 18 de febrero de 2014

La Avaricia Empresarial


La definición aceptada de avaricia es el “afán desordenado de poseer y adquirir riquezas para atesorarlas”. Probablemente nos encontramos aquí con el pecado capital empresarial por excelencia. Podríamos definirlo de la siguiente forma, “afán desordenado de maximizar el beneficio y de maximizar el valor para el accionista con independencia de cualquier otra consideración”.  Por eso diferenciamos la gula, pecado que se relaciona con el afán desordenado de crecimiento, de la avaricia, mucho más relacionada con la búsqueda patológica del beneficio.

La avaricia empresarial es, desde muchos puntos de vista, contraria al concepto de empresa basada en valores o Empresa 3.0. En primer lugar porque esta es una comunidad humana de intereses mientras que en la empresa afectada de “avaricia empresarial” la comunidad desaparece diluida en el predominio del interés de los accionistas o de los principales directivos. En segundo lugar porque la empresa basada en valores no aspira a maximizar los beneficios sino que aspira a obtener beneficios suficientes para seguir con su desarrollo y para procurar una compensación lícita y equilibrada de capital, trabajo y talento. Dicho de otro modo, la Empresa 3.0 aspira a optimizar beneficios en el medio plazo, no a maximizarlos en el corto.  Por último y, en tercer lugar, la empresa basada en valores solo trabaja en ámbitos de la economía real no acercándose nunca a operaciones especulativas lo cual, en la empresa afectada por la avaricia, como veremos a continuación, es un riesgo más que probable.

La práctica de la avaricia empresarial tiene profundas repercusiones en la cultura de la compañía. La empresa avariciosa suele despreciar el riesgo dado que, al buscar la maximización de beneficios a corto plazo, tiene la continua tentación de entrar en operaciones alejadas del objetivo real de la compañía e incluso en el terreno de la especulación que no aporta valor.  Para ello no dudará en incurrir en mayores riesgos de los necesarios porque, para maximizar el beneficio a corto, es lógico que también incurra en mayores riesgos de los que tendría si pretendiera optimizarlo a medio plazo. Esa cultura del mayor riesgo sin medir sus consecuencias para los stakeholders de forma sensata, puede filtrarse en la organización y convertir a esta en una empresa “kamikaze” cuyos excepcionales beneficios se consiguen porque está expuesta de forma constante a graves riesgos de gestión que pueden poner en peligro el equilibrio de la comunidad de intereses e incluso la supervivencia a largo plazo de la compañía.



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