Acababa
mi post la semana anterior recordando la definición de libertad
según el Real Dicccionario de la Academia de la Lengua y
argumentando en base a determinadas corrientes filosóficas
centroeuropeas como el principio de la responsabilidad es el único
limitante del concepto de libertad entendido
este como la capacidad que tiene el ser humano de poder obrar según
su propia voluntad, a lo largo de su vida.
Desde un
punto de vista económico, la globalización no es ni más ni menos
que la mundialización del sacrosanto principio de la libertad de
mercado y que afecta al intercambio de mercancías, de capitales o de
trabajo. Así, la globalización ha provocado que compañías que
vendían en mercados restringidos lo hagan ahora a escala
internacional creando ya no “campeones nacionales” sino grandes
grupos globales con un gran poder e influencia y, en ocasiones, con
comportamientos oligopolísticos innegables. También se ha producido
un éxodo constante de actividades productivas desde países
calificados como industrializados hacia países con menores costes
relativos, en especial aquellos que poseen excedentes de materias
primas, con mercados potenciales de importancia y con costes de mano
de obra más bajos.
También
ha provocado en lo económico otro tipo de consecuencias tales como
el descubrimiento y el desarrollo del talento de multitud de
profesionales en países emergentes, el impulso del avance económico
en países menos desarrollados y el abaratamiento a nivel mundial de
determinado tipo de productos – el caso de la electrónica es
paradigmático - haciendo que su adquisición sea posible por cada
vez mayor número de consumidores en todo el mundo.
Visto
desde otro prisma, la globalización está siendo un claro
catalizador del “alejamiento” entre las localizaciones donde
obtenemos los recursos, aquellas en las que los producimos y aquellas
en las que los consumimos. Este alejamiento ha provocado un
incremento brutal de las actividades de transporte a nivel global,
una peligrosa disminución de la producción y del consumo “de
proximidad” y un notable incremento de las emisiones de CO2
consustanciales a ese fenómeno con el consiguente impacto en el
cambio climático y, por tanto, en la sostenibilidad del planeta.
El
lector probablemente descubra en los párrafos anteriores algunos
elementos positivos que la globalización está implicando para el
ser humano pero seguro que entreverá otros que son claramente
negativos para el mismo. De forma expresa no he querido listarlos de
manera separada. Prefiero dejarlos implícitos en una simple
descripción de algunas de las consecuencias facilmente constatables
de los procesos globalizadores. Y, prefiero hacerlo así, porque
cualquier proceso que surge de la aplicación del libre albedrío
humano, y la globalización es uno de ellos, suele tener
implicaciones tanto positivas como negativas.
Los
defensores de la globalización se aferran a la idea de que la misma
equivale a libertad a escala mundial. Que no podemos poner trabas al
funcionamiento del libre mercado porque este crea riqueza y ello es
bueno para el ser humano. ¿Es eso cierto? La creación de riqueza
provocada por la globalización es innegable, ahí están las cifras
de crecimiento económico mundial en los últimos veinte años, pero
nadie nos ha demostrado que ese crecimiento vaya también acompañado
de una más justa redistribución de la misma. Si ustedes van a
comprobar cifras sobre la distribución de la riqueza en el mundo en
las dos últimas décadas a fuentes tan solventes como las de las NU
o las del FMI, se darán cuenta de que el crecimiento de riqueza a nivel mundial ha ido acompañado por un incremento de las desigualdades en
prácticamente todo el orbe.
¿Es por
tanto el crecimiento de la riqueza bueno para la humanidad o tan solo
para unos cuantos?
Pero si
nos ceñimos al concepto de libertad, ¿no hemos recordado al
principio de este post que el mismo viene limitado por el concepto de
responsabilidad? La realización de actos en libertad no es legítima
si dichos actos producen consecuencias dramáticas constatables para
seres humanos inocentes.
Solo a
título de ejemplo, dado que alrededor del concepto de globalización
económica podríamos analizar muy diversas situaciones, tenemos el caso de la
movilidad a escala planetaria de las clases medias que es un factor
provocado por la libertad de mercado a nivel mundial. En las últimas
dos décadas, las clases medias norteamericanas y sobre todo europeas
que crecieron tras la postguerra como una muestra de la creación de
riqueza de un capitalismo compasivo encarnado en el estado del
bienestar, se están desmoronando a pasos agigantados. Incluso los
países que han conseguido defender mejor su creación de riqueza,
como Alemania, están viendo como se incrementa la desigualdad de
foma alarmante y como crecen los índice de pobreza.
No
debería extrañarnos. Es una simple consecuencia de la aplicación a ultranza
de los principios neoliberales a nivel global. Los grandes
conglomerados industriales han trasladado su producción desde Europa
y desde Norteamérica hacia otras zonas del mundo aprovechando
niveles de salarios y condiciones de trabajo que nos hacen recordar a
la Inglaterra de la revolución industrial que nos describía Dickens
y que origina el rechazo de las sociedades occidentales que, eso sí,
no han dudado en consumir compulsivamente los productos allá
manufacturados. La pena es que ese consumo se ha basado
principalmente en el crédito dado que la generación de riqueza de
esos países occidentales, motivado en buena parte por el mismo éxodo de
sus campeones industriales y por la imposibilidad de competir con
quien trabaja más del doble de tiempo por una décima parte del salario, se ha ido
deteriorando y, cual aristócrata en horas bajas, ha despertado a las
clases medias occidentales de su sueño de las últimas seis décadas.
Ahora la
clase media despierta en oriente y decae en occidente a la espera de
que los capitales globales busquen algún otro lugar del mundo con
menores costes y que generen en cualquier otra parte nuevas bolsas de
incautos disfrazados de clase media dispuestos a consumir sin freno
para que la historia se repita.
La
diferencia entre el capitalismo industrial que vivió Dickens en las
islas Británicas y el que vivimos hoy, es tan solo su alcance global
y la ilusión de prosperidad transitoria y consentida que tuvieron
las clases medias que lo fueron por necesidad de la maquinaria de
consumo, para volver a sus orígenes de pobreza cuando ya no fueron
de mayor utilidad.
Este
breve ejemplo novelado de una de las consecuencias de la
globalización nos demuestra que no se puede alegar la defensa de la
libertad cuando se habla de los procesos globalizadores ya que
aquellos pocos que toman las grandes decisiones económicas a nivel
empresarial son conscientes de sus actos y saben que sus decisiones
se basan en la utilización de la pobreza de unos para incentivar el
consumo de otros hasta llevarlos a su vez a la pobreza en el largo
plazo y repetir ese péndulo de decisiones en el que, a lo largo de
la historia, siempre ganan los mismos. La responsabilidad de los
decisores es innegable y por ello les niego la libertad de actuar
así. El verdadero liberalismo de corte humanista es otra cosa. No
eso.