Vivimos en un mundo
curioso. Parece sin lugar a dudas que, para que la gente se movilice,
para que haga cosas o para que deje de hacerlas, necesitemos siempre
de estímulos extrínsecos a la propia persona y a la propia
naturaleza de lo que hace o deja de hacer.
Sin ir más lejos y a
título de ejemplo, un empleado de una organización bancaria que
deba vender una determinada cantidad de seguros de vida, de auto o de
hogar durante una campaña, recibirá si lo consigue un premio en
forma de artilugio electrónico o de paga dineraria equivalente: la
zanahoria.
Por otro lado, un
conductor que tradicionalmente exceda el límite de velocidad está
constantemente amenazado con recibir una importante multa o perder
puntos de su carnet de conducir: el palito.
Reflexionemos acerca de
la multitud de actos que realizamos a diario y nos sorprenderá el
elevado porcentaje de ellos que están sujetos a la dictadura de la
zanahoria y el palito. La inmensa mayoría de organizaciones de todo
tipo tienen a sus miembros sujetos a esa execrable tiranía. Claro,
no debe por ello extrañarnos que aquellas organizaciones que
funcionan mejor son las que han conseguido una utilización más
eficiente, madura y sensata de tales recursos de inducción de la
conducta.
Porque, ¿tiene mucho
sentido que a ese probo empleado bancario le den un incentivo
especial por “colocar” una serie de seguros a sus clientes?
Pensemos. Si la acción a realizar gira de forma muy centrada en el
incentivo a conseguir, ¿cuál será la reacción del empleado?:
probablemente la de colocar seguros de todo tipo a toda clase de
personas, en ocasiones con sentido y en otras sin él. Así podemos
encontrarnos con seguros de vida de pequeños importes y que ofrezcan
una cobertura irrelavante al asegurado solo por incrementar la
estadística o con seguros de vivienda con coberturas infladas si las
comparamos con la verdadera necesidad del asegurado.
Y si nos vamos a nuestro
conductor, en muchas ocasiones, en cuanto sepa que no hay radares ni
patrullas policiales o conduzca en otro país con políticas más
permisivas, conducirá a sus anchas excediendo sin pudor la velocidad
permitida.
Pongan ustedes todos los
ejemplos que les apetezca, las notas en la escuela, los impuestos, la
normativa de la empresa, las ordenanzas municipales, las muy diversas
regulaciones públicas, etc. La única realidad es que estamos
sujetos a una dictadura normativa insufrible en todos los ámbitos
que me gusta resumir como la zanahoria (la normativa como incentivo)
y el palito (la normativa como penalización).
Tanta puñetera normativa
nos hace olvidar el porqué intrínseco y profundo de las cosas que
hacemos o dejamos de hacer, la verdadera bondad o idoneidad de
nuestras acciones. El empleado de banca debe vender seguros a su
clientela haya o no campaña, siempre y cuando exista una correlación
real entre la necesidad del cliente y los beneficios que pueda
obtener este al contratar un seguro. No porque haya un premio
especial. Ello debería ser totalmente secundario. Se equivocan las
organizaciones que hacen girar su política de forma exclusiva a
través del incentivo porque ello puede crear conductas equivocadas.
Igualmente el conductor
deber conducir a una velocidad adecuada en función de las
condiciones del tráfico, de las características del vehículo y de
la vía por la que circula. El hecho de tener una normativa
excesivamente restrictiva y que a veces no es entendida por el
usuario, conlleva una obediencia a regañadientes que no es positiva
a largo plazo para la sociedad. Se equivocan aquellas
administraciones que pretenden regular absolutamente todo y predicar
sobre lo que determinada clase dirigente estima que es bueno o malo
a fuerza de normas y sanciones.
El incentivo sesgador y
la penalización indiscriminada son herramientas elementales para la
estupidización de la sociedad. Y además de que provocan reacciones
basadas tan solo en esos estímulos extrínsecos haciendo olvidar la
verdadera motivación, el porqué intrínseco de las conductas
racionales y humanamente deseables, generan un segundo problema no
menor. Para que se fijen los sistemas que definen tales zanahorias y
palitos, las organizaciones precisan de un ejército de burócratas
cuya única finalidad no es la creación o la administración de la
riqueza sino la creación de normativas y la supervisión de su
cumplimiento. ¡Apaga y vámonos!
Las normas y los
incentivos, a todos los niveles y en todo tipo de organizaciones,
también a nivel de la cosa pública, deben ser solo los adecuados,
nunca excesivos, extremadamente meditados para que no oculten o
perviertan la motivación intrínseca que debe guiar cualquier
conducta humana. En ocasiones es mejor no regular determinadas cosas
que estar sujetos a normativas que desvían la verdadera naturaleza
de las conductas deseables y que nos llevan hacia una sociedad más
estúpida y manipulable.
A nuestros líderes
políticos y empresariales les deseo para este año 2013 que comienza
hoy que les ilumine la luz, que acierten en las normativas adecuadas,
que eliminen trabas innecesarias, que regulen lo que debe ser
regulado de forma justa y meditada y que no regulen
indiscriminadamente, que confíen en la madurez de la sociedad y que
no nos traten como a estúpidos. Pensar y actuar sobre la motivación
intrínseca que debe haber detrás de cada acción humana siempre es
más gratificante y más efectivo a largo plazo.
¡Feliz 2013!