Se define a la lujuria según el diccionario de la Real Academia Española
(RAE), como el “vicio consistente en el uso
ilícito o en el apetito desordenado de los deleites carnales” o también, en una
apreciación más genérica como “el exceso
o demasía en algunas cosas”.
La lujuria
empresarial, que podríamos calificar como un exceso de inversión o gasto en actividades y bienes superfluos en
relación con el aporte verdadero de valor al cliente, o claramente
prescindibles para el desarrollo de una actividad equilibrada, es uno de
los principales síntomas de deterioro empresarial e iría totalmente en contra
de la definición de empresa basada en valores o Empresa 3.0 en la que afirmamos
que esta no consume, en ningún ámbito, más
recursos de los que genera o, también, que busca un progreso que equilibre el
crecimiento con la distribución de la riqueza.
Habitualmente
la lujuria empresarial es una consecuencia de otros pecados que se presentan
previamente tales como la soberbia a la que suele ir íntimamente ligada. En
ocasiones esa lujuria se produce por una pérdida de perspectiva de la realidad
o por sobreestimar las propias capacidades. Ello lleva a querer declarar ante
el mundo el teórico poderío de nuestra compañía y para ello algunos no encuentran
nada mejor que invertir los flujos de caja que tanto cuesta ganar, a veces
incluso flujos de caja que tienen un cierto componente atípico y que no
necesariamente son recurrentes, en esa nueva sede social en la mejor zona de la
ciudad con el logo bien visible en la azotea o en esas pantagruélicas comidas
de directivos con atónitos clientes que se preguntan sino será a través de la
política de precios como se pagan esas abultadas facturas.
Pero lo peor
de la lujuria en la vida de una empresa no es que se puedan dar algunas
decisiones de gasto o de inversión discutibles lo cuál siempre se puede
reconducir. Lo verdaderamente preocupante es que la lujuria, como todo
comportamiento que emana de las alturas, crea cultura y, sin darnos cuenta, se
pueden ir produciendo en todo el tejido de la compañía pequeños comportamientos
lujuriosos que pueden socavar la necesaria austeridad en la gestión de costes
y, sobre todo, el sentido de justicia entre los colaboradores y entre estos y
los clientes.
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