domingo, 21 de octubre de 2012

Historias de la globalización III (La tecnológica y de la información)


En los últimos posts he estado reflexionando sobre la globalización. Primero desde un punto de vista genérico, incluso filosófico, como fenómeno relevante en la sociedad actual. Luego desde una visión mucho más centrada en la economía y en las consecuencias económicas que para las personas tiene la globalización. Hoy me gustaría hacer una reflexion desde el papel que están jugando la tecnología, la información y los transportes, probablemente uno de los pilares más positivos sobre los que se soporta el fenómeno.

Efectivamente, el abaratamiento relativo de los coste de transporte debido a las mejoras tecnológicas y a las economías de escala impulsadas por la emergencia de un nuevo mercado de cientos de millones de personas de clases medias de muy distintos países del mundo que les ha permitido viajar y conocer mejor otras gentes y otras culturas, es un aspecto profundamente vinculado a la globalización. Es a la vez causa y consecuencia de la misma.

El hecho de que las distancias se hayan acortado enormemente en nuestro planeta tiene algunos aspectos negativos como las emisiones de CO2 derivadas del transporte aéreo pero debemos reconocer también que hay muchos elementos positivos en ese hecho: la mayor cercanía a otras culturas, la posibilidad de comprender in-situ a quien otrora veíamos como extraño o lejano, la posibilidad de mostrar y ejercer la solidaridad cuando alguna catastrofe ocurre en algún lugar del mundo, etc. A pesar de la mercantilización creciente a la que está sometido el mundo del turismo y de los viajes y por la que a veces uno tiene la sensación de no estar viviendo plenamente la realidad de las sociedades a las que visita, me parece innegable que la evolución del transporte ha significado muchísimo en el acercamiento de la raza humana y de sus diferentes culturas.

En ese sentido está jugando un papel más importante si cabe la revolución de las tecnologías de la comunicación que han puesto literalmente al mundo en la palma de una mano permitiendo compartir información y conocimientos al instante y en cualquier parte del orbe. Ya se que nos parece que el fenómeno de internet ha estado siempre entre nosotros pero debo recordar que, tan solo hace diez años era algo no tan difundido como lo es hoy, que hace quince años era una herramienta utilizada por una cierta élite de gente avanzada a su tiempo y que hace veinte años estaba en sus albores.

Si a la aparición de internet le añadimos los avances en la electrónica, la masificación de la telefonía móvil y la proliferación de los teléfonos inteligentes y otros instrumentos similares, tenemos un caldo de cultivo increible para la generalización de una nueva forma de emitir, distribuir y recibir la información y un nuevo modo de comunicarse. La información al alcance de todos en cualquier lugar, sin casi ninguna barrera. Al instante.

No hay duda de que estamos ante avances tecnológicos que están cambiando la faz de la tierra y que hay multitud de elementos positivos en los mismos pero no estoy seguro de que el ser humano, en su más profundo interior, avance a la misma velocidad. Cuando, en los primeros años de este siglo, asistíamos a la primera gran eclosión del mundo económico basado en internet y que acabó en el pinchazo de la llamada burbuja de las “punto com”, yo ya decía que lo que en aquel momento se daba en llamar de forma rimpompante “nueva economía” y que iba a acabar con los males del entramado económico capitalista durante tiempo indefinido al incrementar exponencialmente la eficiencia del sistema, no era ni más ni menos que la misma economía de mercado de toda la vida, con sus cosas buenas y sus cosas malas, solo que mucho más veloz.

Argumentaba ya entonces que las mejoras en la cadena de valor del sistema provocadas por la tecnología contribuirían en una gran medida a la mayor rentabilidad de las empresas que las utilizaran de forma intensiva y solo en una medida más discreta a beneficiar al consumidor.

Pero no quiero volver a hablar de economía sino de la comunicación y de la información globalizada e instantánea que nos llega de la mano de las tecnologías. Es una verdadera revolución, es un gran avance, pero el ser humano no está preparado para ella todavía. Todavía no es capaz de obtener un beneficio social de forma equilibrada. El déficit de educación profunda y humanista de nuestras sociedades, la tendencia al materialismo, al consumismo, a la concentración de nuestra actividad en la consecución de fines materiales, el predominio de los mensajes simplistas de todo tipo dominados por el sacrosanto marketing, crean el peligro de que el enorme repositorio de información digital de nuestro planeta pueda ser usado de formas cuestionables o ser objeto de manipulaciones o de utilizaciones interesadas.

El mismo tipo de reacciones sociales que se daban hace décadas se dan ahora con mayor velocidad, a veces sin que las personas sean capaces de digerir la situación de partida y de encarar de forma más reflexiva el porqué de la reacción a la que se van a sumar.

La información es buena, cuanto más libre mejor. La comunicación es buena, cuantos más instrumentos para comunicarnos, mejor. Pero la educación profunda y humanista, no solo la que necesitamos para producir o consumir más, es imprescindible para utilizar la información y las herramientas de comunicación de forma sensata y al servicio de la colectividad.

¿Para cuándo la revolución de la educación en el planeta? Para cuándo la globalización educativa?


domingo, 14 de octubre de 2012

Historias de la globalización II (Una visión económica)


Acababa mi post la semana anterior recordando la definición de libertad según el Real Dicccionario de la Academia de la Lengua y argumentando en base a determinadas corrientes filosóficas centroeuropeas como el principio de la responsabilidad es el único limitante del concepto de libertad entendido este como la capacidad que tiene el ser humano de poder obrar según su propia voluntad, a lo largo de su vida.

Desde un punto de vista económico, la globalización no es ni más ni menos que la mundialización del sacrosanto principio de la libertad de mercado y que afecta al intercambio de mercancías, de capitales o de trabajo. Así, la globalización ha provocado que compañías que vendían en mercados restringidos lo hagan ahora a escala internacional creando ya no “campeones nacionales” sino grandes grupos globales con un gran poder e influencia y, en ocasiones, con comportamientos oligopolísticos innegables. También se ha producido un éxodo constante de actividades productivas desde países calificados como industrializados hacia países con menores costes relativos, en especial aquellos que poseen excedentes de materias primas, con mercados potenciales de importancia y con costes de mano de obra más bajos.

También ha provocado en lo económico otro tipo de consecuencias tales como el descubrimiento y el desarrollo del talento de multitud de profesionales en países emergentes, el impulso del avance económico en países menos desarrollados y el abaratamiento a nivel mundial de determinado tipo de productos – el caso de la electrónica es paradigmático - haciendo que su adquisición sea posible por cada vez mayor número de consumidores en todo el mundo.

Visto desde otro prisma, la globalización está siendo un claro catalizador del “alejamiento” entre las localizaciones donde obtenemos los recursos, aquellas en las que los producimos y aquellas en las que los consumimos. Este alejamiento ha provocado un incremento brutal de las actividades de transporte a nivel global, una peligrosa disminución de la producción y del consumo “de proximidad” y un notable incremento de las emisiones de CO2 consustanciales a ese fenómeno con el consiguente impacto en el cambio climático y, por tanto, en la sostenibilidad del planeta.

El lector probablemente descubra en los párrafos anteriores algunos elementos positivos que la globalización está implicando para el ser humano pero seguro que entreverá otros que son claramente negativos para el mismo. De forma expresa no he querido listarlos de manera separada. Prefiero dejarlos implícitos en una simple descripción de algunas de las consecuencias facilmente constatables de los procesos globalizadores. Y, prefiero hacerlo así, porque cualquier proceso que surge de la aplicación del libre albedrío humano, y la globalización es uno de ellos, suele tener implicaciones tanto positivas como negativas.

Los defensores de la globalización se aferran a la idea de que la misma equivale a libertad a escala mundial. Que no podemos poner trabas al funcionamiento del libre mercado porque este crea riqueza y ello es bueno para el ser humano. ¿Es eso cierto? La creación de riqueza provocada por la globalización es innegable, ahí están las cifras de crecimiento económico mundial en los últimos veinte años, pero nadie nos ha demostrado que ese crecimiento vaya también acompañado de una más justa redistribución de la misma. Si ustedes van a comprobar cifras sobre la distribución de la riqueza en el mundo en las dos últimas décadas a fuentes tan solventes como las de las NU o las del FMI, se darán cuenta de que el crecimiento de riqueza a nivel mundial ha ido acompañado por un incremento de las desigualdades en prácticamente todo el orbe.

¿Es por tanto el crecimiento de la riqueza bueno para la humanidad o tan solo para unos cuantos?

Pero si nos ceñimos al concepto de libertad, ¿no hemos recordado al principio de este post que el mismo viene limitado por el concepto de responsabilidad? La realización de actos en libertad no es legítima si dichos actos producen consecuencias dramáticas constatables para seres humanos inocentes.

Solo a título de ejemplo, dado que alrededor del concepto de globalización económica podríamos analizar muy diversas situaciones, tenemos el caso de la movilidad a escala planetaria de las clases medias que es un factor provocado por la libertad de mercado a nivel mundial. En las últimas dos décadas, las clases medias norteamericanas y sobre todo europeas que crecieron tras la postguerra como una muestra de la creación de riqueza de un capitalismo compasivo encarnado en el estado del bienestar, se están desmoronando a pasos agigantados. Incluso los países que han conseguido defender mejor su creación de riqueza, como Alemania, están viendo como se incrementa la desigualdad de foma alarmante y como crecen los índice de pobreza.

No debería extrañarnos. Es una simple consecuencia de la aplicación a ultranza de los principios neoliberales a nivel global. Los grandes conglomerados industriales han trasladado su producción desde Europa y desde Norteamérica hacia otras zonas del mundo aprovechando niveles de salarios y condiciones de trabajo que nos hacen recordar a la Inglaterra de la revolución industrial que nos describía Dickens y que origina el rechazo de las sociedades occidentales que, eso sí, no han dudado en consumir compulsivamente los productos allá manufacturados. La pena es que ese consumo se ha basado principalmente en el crédito dado que la generación de riqueza de esos países occidentales, motivado en buena parte por el mismo éxodo de sus campeones industriales y por la imposibilidad de competir con quien trabaja más del doble de tiempo por una décima parte del salario, se ha ido deteriorando y, cual aristócrata en horas bajas, ha despertado a las clases medias occidentales de su sueño de las últimas seis décadas.

Ahora la clase media despierta en oriente y decae en occidente a la espera de que los capitales globales busquen algún otro lugar del mundo con menores costes y que generen en cualquier otra parte nuevas bolsas de incautos disfrazados de clase media dispuestos a consumir sin freno para que la historia se repita.

La diferencia entre el capitalismo industrial que vivió Dickens en las islas Británicas y el que vivimos hoy, es tan solo su alcance global y la ilusión de prosperidad transitoria y consentida que tuvieron las clases medias que lo fueron por necesidad de la maquinaria de consumo, para volver a sus orígenes de pobreza cuando ya no fueron de mayor utilidad.

Este breve ejemplo novelado de una de las consecuencias de la globalización nos demuestra que no se puede alegar la defensa de la libertad cuando se habla de los procesos globalizadores ya que aquellos pocos que toman las grandes decisiones económicas a nivel empresarial son conscientes de sus actos y saben que sus decisiones se basan en la utilización de la pobreza de unos para incentivar el consumo de otros hasta llevarlos a su vez a la pobreza en el largo plazo y repetir ese péndulo de decisiones en el que, a lo largo de la historia, siempre ganan los mismos. La responsabilidad de los decisores es innegable y por ello les niego la libertad de actuar así. El verdadero liberalismo de corte humanista es otra cosa. No eso.




domingo, 7 de octubre de 2012

Historias de la globalización I (una visión general)


Muy probablemente no exista hoy proceso más controvertido en nuestro planeta que el de la globalización. Si atendemos a la definición que del mismo nos facilita Wikipedia - por cierto, una de las muchas herramientas que a la vez son causa y consecuencia del mundo globalizado -, leemos que se trata de un proceso económico, tecnológico, social y cultural a gran escala, que consiste en la creciente comunicación e interdependencia entre los distintos países del mundo unificando sus mercados, sociedades y culturas, a través de una serie de transformaciones sociales, económicas y políticas que les dan un carácter global.

Ese proceso se intensifica tras la caida del muro de Berlín, al desintegrarse un bloque de sociedades ajenas al juego del libre mercado y que se incorporaron en un tiempo record en el mundo capitalista. Pero sobre todo, el proceso alcanza una gran velocidad de crucero en la última década con la eclosión de internet y el impacto que la evolución tecnológica ha tenido en la rapidísima difusión de la información en todo el planeta.

Me gustaría, en una serie de artículos al respecto de este fenómeno, dar una visión lo más fría posible, pero de forma muy particular, desde un punto de vista humanista, acerca de la globalización.

Como siempre que nos preguntamos acerca de un proceso social, tenemos que valorar lo que aporta al ser humano desde muy diversos aspectos y para ello es imprescindible también ser muy consciente de los principales elementos que son génesis de ese proceso. En el caso que nos ocupa, nos enfrentamos a algo que surge por varios motivos que se concatenan en el tiempo, sobre todo en los últimos veinticinco años:
  • La libertad de mercados que, con mayor o menor amplitud y profundidad, reina sobre la economía mundial desde finales de la década de los ochenta del siglo pasado.
  • El abaratamiento relativo de los coste de transporte que ha permitido a ingentes cantidades de personas de clase media de muy distintos países del mundo, viajar y conocer mejor otras gentes y otras culturas.
  • La revolución de las tecnologías de la comunicación que han puesto literalmente al mundo en la palma de una mano permitiendo compartir información y conocimientos al instante y en cualquier parte del orbe.
  • Por último, aunque no menos importante, la existencia de una cultura dominante – por lo menos hasta ahora – durante todo este período y que ha tenido una influencia innegable en la forma en el que el proceso globalizador se está llevando a cabo: la cultura anglosajona o, para ser más exactos, la visión del mundo impulsada por los Estados Unidos y por el Reino Unido.
En las próximas semanas abordaré en más detalle la visión de la globalización desde cada uno de los cuatro pilares que la posibilitan, Hoy solo quiero hacer unas reflexiones generales. Los cambios sociales no son en sí buenos o malos, tan solo son una cosa u otra desde la postura ideológica de quien los analiza. A título de ejemplo, la rígida islamización política y cultural de determinadas sociedades de religión mayoritariamente musulmana puede ser vista como peligrosa y negativa por los sectores más prooccidentales de esos países pero sin embargo, muy positiva y necesaria por otros sectores más tradicionales de esas sociedades. En lo que respecta a la islamización es evidente que, si se conculcan los derechos humanos fundamentales, tal y como estos se describen en la Carta de las Naciones Unidas, deberíamos alinearnos todos en uno u otro bando. Pero no voy a entrar en eso ahora, tan solo quiero destacar la dificultad de tener una opinión muy sólida sobre determinados procesos sociales complejos y, créanme, la globalización es probablemente el proceso social actual de mayor alcance y complejidad.

La globalización nace del concepto de libertad y los mayores adalides de aquella la defienden a ultranza basándose precisamente en la reflexión de que poner coto a la globalización sería como poner coto a la libertad y, naturalmente, eso desde las sociedades occidentales actuales, suena verdaderamente fatal por lo que muy pocos nos atrevemos a criticar ese proceso vaya que nos tachen de lo que no somos o por lo menos, creemos no ser.

Pero, ¿a qué libertad nos referimos? Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, entendemos por libertad la capacidad que tiene el ser humano de poder obrar según su propia voluntad, a lo largo de su vida, por lo que es responsable de sus actos. Es el principio de la responsabilidad el que limita la actuación de la libertad. Por ello filósofos como el austríaco Steiner argumentan que es obvio que no puede ser libre una persona que no sabe por qué actúa. Es libre aquél que sabe porqué hace las cosas, sabe valorar sus motivaciones y puede inferir las posibles consecuencias de sus actos.

Ahi está la clave de la interpretación crítica de la globalización. Solo si interpretamos ese fenómeno desde una visión responsable de la libertad podremos decantarnos en uno u otro sentido pero, para ello, tendremos esperar a las siguientes entregas. 

domingo, 30 de septiembre de 2012

El pensamiento independiente o el dilema de Tomás Moro


Muchos de ustedes conocerán la historia de Tomás Moro, teólogo, político y pensador, Lord Canciller de Inglaterra bajo el reinado de Enrique VIII. Hombre sabio y equilibrado según los cronistas de la época, que tuvo la gran desgracia de enfrentarse con su rey, indignado por la política practicada por este en varios frentes. Entre ellos, el más conocido y llevado en diversas ocasiones a la literatura y al cine, fue el enfrentamiento con su monarca a raiz de la iniciativa de divorcio de este y el consecuente enfrentamiento de Inglaterra con la Iglesia Católica.

No entraré ahora a valorar la posición de Tomás Moro sobre el hecho del divorcio en particular. Probablemente su postura tal cual sería difícilmente defendible en la sociedad actual pero sí quiero valorar la posición relativa del personaje ante el poder imperante y ante los condicionantes históricos del momento. Tomás Moro pertenecía a una de esas minorías de personas que están tan convencidas de la bondad y de la legitimidad de sus posturas que acaban defendiéndolas con todas sus consecuencias. Les recuerdo que al pensador y político británico le costó literalmente la cabeza enfrentarse a su rey o, lo que viene a ser lo mismo, enfrentarse al pensamiento dominante en aquel momento.

En nuestra sociedad solemos magnificar la importancia de los valores democráticos, a veces en un sentido no demasiado acertado. Todo nos lleva a pensar que las mayorías llevan la razón porque eso es democrático pero, normalmente, son ciertas minorías conscientes de los retos científicos, sociales o económicos las que encabezan la innovación y los movimientos de cambio, las que se aperciben de las tendencias a largo plazo y son capaces de reaccionar como líderes de opinión para avanzar grandes líneas de pensamiento y de acción. Suelen ser ciertas minorías ilustradas las que corren con evidentes riesgos huyendo de algunas macro tendencias en la que se sumerge la población en general de forma no siempre demasiado fundamentada y meditada, y que son capaces de identificar los verdaderos problemas y los verdaderos dilemas alejándose del pensamiento único dictado por el establishment político y mediático. Recuerden sino a Galileo. ¿Quién llevaba la razón: esa minoría reflexiva y heterodoxa, en este caso representada por Galileo, o la mayoría seguidista de la época que defendía que la Tierra era plana?

Son esas minorías silenciosas las que se atreven a pensar de forma distinta, a proponer preguntas inusuales, a poner a los poderes públicos y a los poderes fácticos ante cuestiones incómodas mientras estos despistan al personal con falsos dilemas y cuestiones creadas artificialmente, casi siempre por motivos interesados e inconfesables.

Encontramos a ese tipo de minorías en muy diversas ubicaciones: en las empresas, en el sector público, en la política, en los medios de comunicación, en la comunidad científica, en el tercer sector y en general en casi cualquier organización social. Suelen ser esos personajes de aguda intuición, con inteligencia social, que llevan su pensamiento y sus opiniones más allá de lo políticamente correcto. Otras veces son ciudadanos normales que simplemente no se dejan arrastrar por las corrientes dominantes y quieren ejercer su derecho a ver las cosas de otra forma. Son aquellas personas que, cuando todo el mundo habla de determinados temas, ellos se atreven a lanzar preguntas distintas, a ver las cosas desde un angulo diferente al del común de los mortales. Personajes, por desgracia, habitualmente incómodos. Por ello esas minorías suelen correr graves riesgos reputacionales y de todo tipo. Son estigmatizadas como los "freakies" de la opinión social, vistas con extrema prevención tanto por parte del establishment como por parte de la sociedad en general. Casi nunca obtienen recompensa por el hecho valiosísimo de ser capaces y de tener la valentia de formular las preguntas adecuadas que permiten que la sociedad avance y de no dejarse llevar por el pensamiento único tan insólitamente propio de nuestras democracias occidentales.

Por desgracia esos riesgos provocan también que, en demasiadas ocasiones, esos pensadores independientes sean ninguneados, apartados de los foros de debate social o científico y tratados como verdaderos apestados por los apóstoles del pensamiento único.

Tal vez Tomás Moro fue un precursor de lo difícil que resulta para ciertas minorías mas o menos ilustradas enfrentarse con la razón y la inteligencia ante la tendencia humana a crear pensamientos únicos y monolíticos que requieren de adhesiones inquebrantables. Tomás Moro pago con su cabeza ese atrevimiento y, en nuestra sociedad moderna, hemos acuñado tambien la expresión "cortar la cabeza" para aquellos que son desposeídos de sus cargos o responsabilidades por enfrentarse al poder establecido.

Es evidente que no hemos mejorado demasiado en los últimos cinco siglos. Por ello deberian ustedes reconocer conmigo que, aunque es una pena que no pueda dado que la cabeza estaba separada de su tronco en el momento de recibir sepultura, si Tomas Moro levantara la cabeza, se llevaría una enorme decepción por lo poco que han cambiado las cosas, por lo menos en lo que respecta al tema que nos ocupa. Como mínimo tendría la satisfacción parcial de constatar que a aquellas personas que, como él, hacen gala de un pensamiento independiente del impulsado por los líderes o alejado de las tendencias sociales dominantes, ya no se les suele cercenar la cabeza, por lo menos en el sentido literal de la palabra.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Politicastros y ciudadanillos


Leía hace poco una afirmacion de Lluís Foix en La Vanguardia diciendo que, por desgracia y salvo raras excepciones, los políticos que perduran en el poder son aquellos que gobiernan pensando en el próximo ciclo electoral mientras que aquellos que lo hacen pensando en las próximas generaciones suelen ser desalojados con bastante rapidez de sus posiciones de dominio por parte del electorado.

Esa lectura me hizo pensar en la naturaleza de la evolución de la democracia en los países de nuestro entorno, en la manera de hacer de la llamada clase polítca y en el papel del ciudadano, no solo como tal sino también como elector. Yo también afirmo, como hace Foix, que la inmensa mayoría de políticos gobierna pensando en como ser reelegidos. Ese tipo de político, llamémoslo el político profesional, es además perfectamente capaz de lanzar de forma consciente cualquier tipo de mensaje manipulador que pueda satisfacer a su parroquia habitual o atraer a parte de la parroquia de la competencia.

De esa forma la democracia se ha convertido en campo abonado para el marketing y son las estrategias de esta disciplina propia del mundo empresarial las que dominan el devenir de lo público transformando al ciudadano en un consumidor con fobias o filias hacia determinadas marcas políticas. Fobias y filias que casi nunca están vinculadas con una ideología profunda basada en una reflexión madura, bien formada y bien informada, sino simplemente con un papel seguidista de los principales mensajes de marketing político que se disputan el mercado.

Asistimos continuamente, además, a vergonzosas manipulaciones o intentos de manipulación del ciudadano por parte de los poderes públicos más dispares en la mayoría de paises de cierta tradición democrática. A título de ejemplo hemos asistido recientemente en España a la lucha mediática entre dos partidos políticos que pretendían capitalizar la eventual llegada de un macroproyecto empresarial -de indudable importancia a corto pero de una más que discutible idoneidad a largo plazo- y su posible instalación en sus respectivas zonas geográficas de influencia. Me parece de mal gusto el observar como se ha jugado con el ciudadano, como se han estudiado los tempos por parte de ambas formaciones políticas. Me parece un insulto a la inteligencia el ver como mientras una administración filtraba a los medios la decisión, favorable a sus intereses, de un determinado grupo empresarial, restregándola fínamente ante el rival, la otra contrarestaba con el anuncio oficial inesperado de una inversión de carácter similar por parte de otro entramado empresarial. Vamos, una especie de juego barriobajero en la que una parte rivaliza con la otra para ver “quien la tiene más larga”. Ese tipo de político actual que es predominante es al que yo llamo sin titubeos el “politicastro”. El que, independientemente de que tenga o no buenas intenciones, es capaz de manipular a la opinión pública y de intentar sin pudor crear estados de opinión basándose en la falta de información de la ciudadanía.

Pero ese politicastro solo puede pervivir en sistemas en los que el ciudadano ha abdicado de su papel de soberano democrático y se ha vuelto conformista, solo preocupado por el bienestar material. Un ciudadano no demasiado preocupado por tener una educación humanista sólida y universal. Que se procura solo aquella información que avala sus filias y rechaza aquella que molesta a su consumismo político. Vamos, el ciudadano que, como aquel buen seguidor de un determinado club de futbol, tan solo lee la prensa afin al equipo de sus amores olvidando otras realidades y otras opiniones. Ese ciudadano al que yo, muy a mi pesar, califico como “ciudadanillo”.

El politicastro y el ciudadanillo se necesitan y se alimentan mutuamente. El primero porque necesita del segundo para su pervivencia y, para ello hace todo lo que está en su mano: manipula, desinforma, formula y defiende sistemas educativos sesgados y no suficientemente humanistas que permiten que su sistema partitocrático perdure. El segundo porque conviene a su felicidad infantil dejarlo todo en manos del primero y continuar siguiendo con sus filias y sus fobias. Porque, como dice un buen amigo mío, el ciudadanillo se comporta a veces como un niño que prefiere seguir dependiendo de los demás en lugar de arriesgarse y tomar las riendas de su destino. Nuestro actual sistema social está diseñado para crear ciudadanillos: dependiendo de la familia hasta muy tarde una vez se acaban los estudios o se puede ingresar al cada vez más difícil mundo laboral, abandonando la vida profesional muchas veces de forma prematura debido a un inesperado ERE o a una jubilación temprana y pasando a depender, en muchas ocasiones sin desearlo, de los diferentes sistemas de ayudas públicas.

Tan solo una educación sólida puede acabar con esta tendencia. Empezando desde la familia y siguiendo por una escuela verdaderamente plural. Me temo, por desgracia, que pueden pasar diversas generaciones hasta que eso sea una realidad.

Añoro a los políticos con mayúsculas pero añoro mucho más a los ciudadanos, también con mayúsculas, que son los únicos que pueden revertir la situación. ¿Para cuándo manifestaciones multitudinarias que busquen un profundo cambio constitucional? ¿Para cuándo manifestaciones que lleven como lema la modificación de la ley electoral y de la ley de partidos abriendo estos a un formato verdaderamente democrático y alejándolos de las élites anquilosadas y endogámicas en que se han convertido?

Tal vez me sienta hoy un tanto pesimista pero me da la impresión de que tenemos para mucho, mucho tiempo de politicastros y ciudadanillos.