Estarás pensado en como es posible que, precisamente durante los años en que se ha instaurado con fuerza la RSC entre las grandes empresas, estemos viviendo una crisis tan profunda en la que las decisiones de las corporaciones están en entredicho en tantas y tantas ocasiones y se adivinan como parte del gran problema que estamos sufriendo.
En "Más allá de la RSC" disecciono el qué significan en realidad estas prácticas y qué debería hacerse para ir un paso más allá y llevar la verdadera sostenibilidad a la estrategia de la empresa.
Más allá de la RSC. Mi artículo publicado en Cinco Días el 21 de enero de 2013
domingo, 3 de febrero de 2013
viernes, 18 de enero de 2013
La sociedad condenada según Ayn Rand
El
25 de junio del pasado año publiqué un post basado en la visión
que, del dinero, nos presenta Ayn Rand, filósofa norteamericana,
madre de la corriente objetivista, partidaria de un liberalismo puro
-que no neoliberalismo-, convencida del poder del empuje individual
basado en la satisfacción del interés personal pero enormemente
comprometida con que ese empuje solo puede estar justificado con la
creación real de riqueza. Enemiga de la regulación y del aparato
estatal, Ayn Rand me provoca emociones contradictorias. Por un lado
me provoca una cierta admiración por esa visión ultraliberal que
requiere de empresarios de sólidas convicciones éticas y morales
-no hay más que fijarse en algunos de los personajes de su novela
"Atlas Shrugged"- pero por otro lado me provoca miedo
porque las cosas, por desgracia, no son así y esa visión ética en
el mundo de la empresa (aunque tampoco es muy distinto en el mundo de
lo público) brilla por su ausencia.
Es
por ello por lo que sigo opinando que la combinación de una
mentalidad liberal de corte ético en lo empresarial junto con un
estado democrático en lo político que, con regulaciones adecuadas
para evitar desmanes en el mundo de lo económico, vela por la
adecuada redistribución de riqueza, sigue siendo la mejor de las
posibilidades.
Pero
no quiero alargarme sobre ello. Tan solo, en este breve post de hoy
y, dadas las noticias que nos abruman cada día en casi todo el
mundo, quisiera sin más dejar para la reflexión una frase de Ayn
Rand extraída de su obra maestra, "Atlas Shrugged". Doy
por título a la frase, "La sociedad condenada". Disfrútala
y piensa.
"Cuando
advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes
no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes
trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen
ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que
las leyes no lo protegen contra ellos sino, por el contrario, son
ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare que la
corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un
autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que
su sociedad está condenada."
jueves, 17 de enero de 2013
El papel de la banca como intermediario financiero
La banca es un negocio
muy antiguo. Actividad bancaria, en el sentido de intercambio o
movimiento de dinero ya se registra en la antigua Grecia aunque la
actividad de préstamos tiene antecedentes tan antiguos como los de
Babilonia en el x. XVIII a.C.
Se populariza el papel de
los banqueros en la alta la Edad Media y durante el Renacimiento.
De hecho, el
nombre "banco" deriva de la palabra italiana banco,
"escritorio", utilizada durante el Renacimiento por los
banqueros florentinos quienes hacían sus transacciones sobre una
mesa cubierta por un mantel verde.
El actual término “bancarrota” se deriva de la ruptura física de esa
mesa cuando un banquero o cambista no tenía suficientes fondos para
hacer frente a sus obligaciones.
Si nos atenemos a la
función clásica de la banca, podríamos incluso llamarla histórica,
encontramos que está relacionada con dos grandes aspectos:
- Los servicios relacionados con el dinero. Desde un punto de vista histórico, los ejemplos más claros, que ya se dan en la edad media, serían los de garantizar la transferencia segura de fondos entre titulares distintos y en distintos lugares geográficos para cubrir el pago de transacciones comerciales.
- La intermediación financiera. Es decir, la recepción de sobrantes de liquidez provenientes del ahorro para invertirlos en actividades productivas en forma de préstamo.
Me gustaría centrarme
hoy en el segundo de esos aspectos: el papel de la banca como
intermediario financiero.
Si nos vamos a los
orígenes, si simplificamos el análisis y vamos a las cosas que
verdaderamente importan, nos daremos cuentas de que el papel que
juega la banca en una sociedad moderna es absolutamente fundamental.
La banca es un eslabón clave entre aquellos que tienen cierta
capacidad para ahorrar dinero (depositantes) y, por lo tanto aquellos
en los que su capacidad de generación de ingresos es superior a su
gasto medio, y aquellos que tienen la visión y los proyectos para
crear riqueza y valor social (prestatarios) pero no poseen
suficientes recursos para ponerlos en marcha.
Al analizar el párrafo
anterior con detenimiento, nos damos cuenta de una seria de puntos
que son claves para entender el papel dinamizador de la banca y su
poderoso rol como multiplicador de la riqueza, pero también para
interiorizar algunas de las premisas de la función de banquero y de
las limitaciones de la profesión:
- A nivel global, al administrar el dinero de terceros (los depositantes) para invertirlo en prestarlo a otros (los prestatarios), la banca se transforma en el gran administrador y gestor del riesgo planetario. Por ello no puede ser banquero cualquiera. Tiene que tener una formación sólida y profunda así como una experiencia acreditada que le permita evaluar los riesgos implícitos en la actividad económica y defender así el dinero que le ha sido depositado. No todo el mundo sirve para esto, la banca es una profesión.
- El hecho anterior nos lleva a otras conclusiones. Al estar los riesgos económicos del planeta en manos de los bancos, cuando los banqueros prestan a determinadas inciativas con la seguridad de que el dinero les va a ser devuelto pero que se alejan de la economía real o de las necesidades racionales de la ciudadanía, pueden acabar creando un círculo vicioso que puede estallar en cualquier momento. En algún momento, alguien no podrá pagar. Aunque hayan realizado bien su análisis del riesgo, habrán fallado en otra de las premisas, la comprensión holística del mundo. El banquero ha de ser consciente de su capacidad casi única, muy superior a la de los gobiernos, de crear o atajar riesgos sistémicos. Para ello tiene que tener una gran formación cultural y social. Una gran comprensión del mundo.
- El banquero sabe que el dinero que presta hoy debe ser devuelto por los prestatarios a lo largo del tiempo. Su visión del riesgo tiene que ser a largo plazo, no a corto plazo. El banquero de hoy ha de trabajar por la cuenta de resultados y por la solvencia de su banco y la seguridad de sus depósitos no solo de hoy, sino de mañana. Para ello necesita unas grandes dosis de ética y de honestidad. Tiene que entender que el engordamiento de las cuentas de resultados de hoy puede pasar factura a depositantes inocentes el día de mañana. Ha de huir del lucro fácil a corto plazo y ha de tener la honestidad de decir “no” a un posible prestatario si no tiene clara su verdadera capacidad de repago haciendo así un favor tanto al propio banco como al mismo prestatario.
Por ello la remuneración
de los banqueros tiene que ser relativamente alta, la justa para
retribuir una profesionalidad elevada, una comprensión holística de
la sociedad y del mundo y un comportamiento ético y honesto para con
la profesión. Sin embargo nunca puede ser tan elevada, en aras de una
supuesta excelencia profesional, que ponga en riesgo la
necesaria visión a largo plazo o la honestidad requeridas por su labor.
Si no existiera la banca,
habría que inventarla pero con banqueros profesionales y expertos,
honestos, con visión a largo plazo, conocedores de la sociedad y del
mundo así como conscientes de su rol como gestores planetarios de
los riesgos económicos.
martes, 1 de enero de 2013
Pensamiento de año nuevo, hacia una sociedad estúpida: la zanahoria y el palito
Vivimos en un mundo
curioso. Parece sin lugar a dudas que, para que la gente se movilice,
para que haga cosas o para que deje de hacerlas, necesitemos siempre
de estímulos extrínsecos a la propia persona y a la propia
naturaleza de lo que hace o deja de hacer.
Sin ir más lejos y a
título de ejemplo, un empleado de una organización bancaria que
deba vender una determinada cantidad de seguros de vida, de auto o de
hogar durante una campaña, recibirá si lo consigue un premio en
forma de artilugio electrónico o de paga dineraria equivalente: la
zanahoria.
Por otro lado, un
conductor que tradicionalmente exceda el límite de velocidad está
constantemente amenazado con recibir una importante multa o perder
puntos de su carnet de conducir: el palito.
Reflexionemos acerca de
la multitud de actos que realizamos a diario y nos sorprenderá el
elevado porcentaje de ellos que están sujetos a la dictadura de la
zanahoria y el palito. La inmensa mayoría de organizaciones de todo
tipo tienen a sus miembros sujetos a esa execrable tiranía. Claro,
no debe por ello extrañarnos que aquellas organizaciones que
funcionan mejor son las que han conseguido una utilización más
eficiente, madura y sensata de tales recursos de inducción de la
conducta.
Porque, ¿tiene mucho
sentido que a ese probo empleado bancario le den un incentivo
especial por “colocar” una serie de seguros a sus clientes?
Pensemos. Si la acción a realizar gira de forma muy centrada en el
incentivo a conseguir, ¿cuál será la reacción del empleado?:
probablemente la de colocar seguros de todo tipo a toda clase de
personas, en ocasiones con sentido y en otras sin él. Así podemos
encontrarnos con seguros de vida de pequeños importes y que ofrezcan
una cobertura irrelavante al asegurado solo por incrementar la
estadística o con seguros de vivienda con coberturas infladas si las
comparamos con la verdadera necesidad del asegurado.
Y si nos vamos a nuestro
conductor, en muchas ocasiones, en cuanto sepa que no hay radares ni
patrullas policiales o conduzca en otro país con políticas más
permisivas, conducirá a sus anchas excediendo sin pudor la velocidad
permitida.
Pongan ustedes todos los
ejemplos que les apetezca, las notas en la escuela, los impuestos, la
normativa de la empresa, las ordenanzas municipales, las muy diversas
regulaciones públicas, etc. La única realidad es que estamos
sujetos a una dictadura normativa insufrible en todos los ámbitos
que me gusta resumir como la zanahoria (la normativa como incentivo)
y el palito (la normativa como penalización).
Tanta puñetera normativa
nos hace olvidar el porqué intrínseco y profundo de las cosas que
hacemos o dejamos de hacer, la verdadera bondad o idoneidad de
nuestras acciones. El empleado de banca debe vender seguros a su
clientela haya o no campaña, siempre y cuando exista una correlación
real entre la necesidad del cliente y los beneficios que pueda
obtener este al contratar un seguro. No porque haya un premio
especial. Ello debería ser totalmente secundario. Se equivocan las
organizaciones que hacen girar su política de forma exclusiva a
través del incentivo porque ello puede crear conductas equivocadas.
Igualmente el conductor
deber conducir a una velocidad adecuada en función de las
condiciones del tráfico, de las características del vehículo y de
la vía por la que circula. El hecho de tener una normativa
excesivamente restrictiva y que a veces no es entendida por el
usuario, conlleva una obediencia a regañadientes que no es positiva
a largo plazo para la sociedad. Se equivocan aquellas
administraciones que pretenden regular absolutamente todo y predicar
sobre lo que determinada clase dirigente estima que es bueno o malo
a fuerza de normas y sanciones.
El incentivo sesgador y
la penalización indiscriminada son herramientas elementales para la
estupidización de la sociedad. Y además de que provocan reacciones
basadas tan solo en esos estímulos extrínsecos haciendo olvidar la
verdadera motivación, el porqué intrínseco de las conductas
racionales y humanamente deseables, generan un segundo problema no
menor. Para que se fijen los sistemas que definen tales zanahorias y
palitos, las organizaciones precisan de un ejército de burócratas
cuya única finalidad no es la creación o la administración de la
riqueza sino la creación de normativas y la supervisión de su
cumplimiento. ¡Apaga y vámonos!
Las normas y los
incentivos, a todos los niveles y en todo tipo de organizaciones,
también a nivel de la cosa pública, deben ser solo los adecuados,
nunca excesivos, extremadamente meditados para que no oculten o
perviertan la motivación intrínseca que debe guiar cualquier
conducta humana. En ocasiones es mejor no regular determinadas cosas
que estar sujetos a normativas que desvían la verdadera naturaleza
de las conductas deseables y que nos llevan hacia una sociedad más
estúpida y manipulable.
A nuestros líderes
políticos y empresariales les deseo para este año 2013 que comienza
hoy que les ilumine la luz, que acierten en las normativas adecuadas,
que eliminen trabas innecesarias, que regulen lo que debe ser
regulado de forma justa y meditada y que no regulen
indiscriminadamente, que confíen en la madurez de la sociedad y que
no nos traten como a estúpidos. Pensar y actuar sobre la motivación
intrínseca que debe haber detrás de cada acción humana siempre es
más gratificante y más efectivo a largo plazo.
¡Feliz 2013!
martes, 11 de diciembre de 2012
Walk the Talk
Entre los múltiples
problemas que aquejan a nuestra sociedad actual, uno destacado es el
de la escasa fiabilidad de la palabra dada. Lejos quedan las épocas,
si es que alguna vez existieron, en que el honor y la palabra dada
tenían un valor incuestionable y en que poca gente desconfiaba de
afirmaciones o promesas manifestadas por parte de ciertas capas de la
sociedad de supuesta honorabilidad y solvencia moral.
Es tal la degradación
moral de nuestro mundo, tan poca la confianza que nos merecen
nuestros congéneres -logicamente con excepciones- que la palabra
pronunciada por demasiada gente es interpretada como un mero
ejercicio de marketing, como un deseo de quien la enuncia de vender
algo o a alguien o de conseguir una reacción determinada por parte
del que la escucha. La palabra ha dejado de representar valores o
posiciones morales y se ha transformado en un arma ofensiva, para
aquél que quiere conseguir algo a través de ella, o defensiva, para
quién pretende impedir que algo supuestamente negativo le pase a esa
persona o a los de su círculo.
¿Quién de ustedes no ha
pensado en infinidad de ocasiones en una conversación de cualquier
tipo con cualquier persona cosas como: “a ver qué gol me quiere
meter este” o, en otro tipo de situaciones, “este solo pretende
cubrirse el culo”?
Esa sensación de la
pérdida de valor, de la futilidad de la palabra, alcanza su
paroxismo cuando analizamos el uso de la misma por parte de la clase
política. Nuestros representantes, personas que deberían dar ejemplo. No se si quieren que les aburra con ejemplos porque les
aseguro que darían para un libro entero pero solo respóndanse a un
par de preguntas: cuándo un político afirma que hará o dejará de
hacer algo, ¿le creen ustedes o arrugan la nariz?. Cuando llega a
sus manos un programa electoral y se molestan ustedes en leerlo,
¿sonríen con sorna o, dado que son afirmaciones estudiadas por
parte de un grupo político serio, tienen tendencia a darle
credibilidad?
Y, si nos ponemos a
hablar del uso de la palabra de una forma más detallada, el tema
daría probablemente para un segundo libro. ¿O acaso no les vienen a
la cabeza los múltiples eufemismos utilizados por los políticos y
por muchas otras personas públicas para evitar llamar a las cosas
por su nombre? Hoy en día a una situación de quiebra se la llama
“desequilibrio financiero”, a un delito se le define como
“irregularidad”, a un despido masivo como “ajuste de
estructura” o también como “proceso de optimización de
recursos”, etc., etc. No sigo porque les aseguro que me animo y
empezaría a elaborar una larga lista.
Si seguimos con la falta
de credibilidad de la palabra de los políticos, estamos ante uno de
los problemas fundamentales de nuestra democracia. La palabra del
político, expresada en un programa electoral y luego matizada en
declaraciones públicas o privadas, es algo extremadamente serio, es
un contrato social entre el ciudadano, quien ejerce su voto en base a
dicho contrato, y aquellos que lo representan y que, no lo olviden,
solo se deben al primero. Cuando la poca solvencia, calidad y
realismo de los programas electorales lleva al incumplimiento
sistemático de los mismos, no nos encontramos ante una broma de mal
gusto ni ante una trivialidad, nos encontramos ante una burla en toda
regla al sistema democrático y a los ciudadanos. Existe una conocida
frase que dice que gobernar es el arte de decir “no” y puedo
entenderla siempre y cuando se salvaguarden los elementos
fundamentales del contrato con los ciudadanos. No se puede utilizar
esa frase para defender lo indefendible o para justificar lo
injustificable.
Existe una magnífica
expresión en inglés que siempre me ha gustado de una forma muy
especial. Se trata de la expresión “Walk the Talk” que,
traducida de una manera un tanto pedrestre podría transformarse en
“camina aquello que dices” o de una forma más refinada y
explícita “transforma en hechos lo que sueles defender con
palabras”. Podríamos decir que lo contrario al “Walk the Talk” es una conducta hipócrita.
Por regla general
-insisto en que siempre encontraremos excepciones-, nuestros
políticos no practican el “Walk the Talk”. Si lo practicaran se
pensarían mucho más detenidamente qué promesas lanzan en sus
programas electorales y que afirmaciones van soltando a diestro y
siniestro.
Si nuestra política
estuviera basada en el “Walk the Talk” ya hace mucho que
hubiéramos sustituido un sistema electoral escasamente
representativo con diferencias excesivas en lo que cuesta, en términos de votos, la
adquisición de un escaño en cada circunscripción y con listas
cerradas que limitan el acceso de los mejores ciudadanos a la
política.
Si los ciudadanos
exigiéramos el “Walk the Talk” no estariamos como estamos hoy
porque tendríamos un sistema más propocional que el actual, con
listas abiertas en lugar de cerradas (lo que equivale a opacas para
el ciudadano en cuanto a los criterios de selección de los que
ocupan una lista). Si los políticos practicaran el “Walk the Talk”
con listas abiertas, estarían obligados a dar cuentas, cada año o
dos años, a los ciudadanos que les han elegido para cada uno de los
puntos fundamentales del programa que les aupó al poder. Deberían
presentar un informe con indicadores y datos que avalen los avances
en el contrato social o las dificultades en su cumplimiento
explicando en detalle como se van a solventar. Y todo ello siempre
con una premisa, la estabilidad financiera de lo público a medio
plazo. El déficit puede existir como algo transitorio pero no como
algo estructural. Y desde luego, si el político no está cumpliendo
con su programa o no hay razones de peso para ello, habrá que
prescindir de su figura sin esperar a las próximas elecciones.
Imagínense el cuidado
que pondría la clase política antes de hablar, antes de escribir
promesas y planteamientos sin un análisis detallado. Imagínense la
diferente calidad de los programas políticos ya desde el inicio, si
exigiéramos el “Walk the Talk” y, para ello, para construir
mensajes más sólidos y sostenibles y, dado que estaríamos en un
sistema de listas abiertas, los partidos deberían atraer a los
“mejores” de verdad a gente capaz y moralmente irreprochable.
Seguramente habría que pagar algo más a esa nueva clase política
pero díganme, ¿qué prefieren 1.000 políticos que no cobren
demasiado y que arruinen a nuestra sociedad o 200 políticos que
cobren tres veces más que los anteriores pero que sean moral y
técnicamente solventes, que rindan cuentas con mayor periodicidad
ante la ciudadanía y no tan solo cuando toca ir a votar y que
planteen y ejecuten políticas sostenibles?
Ya saben, los políticos
tienen el deber de “Walk the Talk” y, si no lo hacen, los
ciudadanos tenemos el derecho a exigirlo. Una nueva clase política
tan solo será posible cuando los ciudadanos se den cuenta de su gran
responsabilidad y actúen desde la sociedad, no solo desde las urnas,
para generar un cambio.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)