El Diccionario de la Real Academia Española define la
envidia como la “tristeza o pesar del
bien ajeno”, o también como la “emulación, deseo de algo que no se posee”.
El mundo de la empresa no es ajeno a este pecado que se
presenta de muy diversas formas aunque tal vez pudiéramos definirlo como la “necesidad enfermiza de emular o reproducir
actuaciones del entorno sin atender a la prudencia, a los principios ni a las
limitaciones propias”.
Muy diversos ejemplos pueden ayudarnos a comprender esta
patología. Recuerdo que en 2009, en el tercer año de la actual crisis, estaba
conversando con un alto directivo de un gran banco y le preguntaba como era que
su cartera de préstamos a promotores inmobiliarios había crecido de forma tan
desmesurada en los últimos ejercicios cuando la política tradicional de la
entidad a la que representaba había sido siempre mucho más equilibrada y
prudente en términos de concentración sectorial y de actividades a la hora de
prestar. Su respuesta no dejó lugar al
equívoco. Eran conscientes de que se estaba entrando en un cierto desequilibrio
del balance pero no podían quedarse atrás. Todos los demás competidores lo
estaban haciendo y de no haberlo hecho su beneficio a corto plazo se hubiera
visto afectado y los mercados bursátiles les hubieran penalizado.
Sobre todo en las grandes compañías la “envidia
empresarial”, en el sentido en el que la estamos definiendo aquí, es uno de los
grandes pecados puesto que está presente en las servidumbres psicoempresariales
que tienen los que cotizan en mercados organizados. Que si mi pay-out está por
debajo de la media sectorial, que si en el último informe de los analistas el
crecimiento de mis ventas está por debajo del esperado, que si el porcentaje de
mi EBITDA generado fuera del mercado doméstico está por debajo del de mi
principal competidor, etc., etc.
No podemos confundir la necesidad de compararnos con lo
que está pasando fuera y con lo que están haciendo otros, lo cuál es positivo
por el efecto aprendizaje, reflexión y posible mejora, con la servidumbre de
mediatizar en exceso nuestra estrategia y nuestras políticas por lo que pasa a
nuestro alrededor perdiendo así autenticidad y perfil propio en aras a la
satisfacción de un mercado financiero de exigencias cortoplacistas y poco
vinculadas con el equilibrio y con el largo plazo. No podemos hacer lo que reza
el dicho popular, “si culo veo, culo quiero”, sino que más bien podríamos
preguntarnos lo que reza otro conocido dicho, “si ves a tu vecino tirarse por
la ventana, ¿te tirarás tu también?”
La envidia empresarial va contra la definición de empresa
basada en valores o 3.0. En esa definición decimos que la Empresa 3.0 hace todo lo que esté en su mano para
facilitar que el resto de sistemas con los que se relaciona sean sostenibles.
Evidentemente, una empresa que padece de “envidia empresarial” no solo no
practica esa máxima sino que con su comportamiento sistémico pone en peligro no
solo su propia sostenibilidad sino que tampoco da el ejemplo adecuado a todos
aquellos con los que se compara y que, desafortunadamente, acaban marcando su
gestión.
La envidia empresarial está
cercana a otros pecados capitales y también provoca peligrosos defectos
culturales ya que la observación competitiva del entorno desde un punto de
vista patológico y no constructivo acaba creando una insatisfacción permanente
que se enquista en la compañía porque, por bien que hagamos las cosas, siempre
habrá en el Mercado alguien que lo haga mejor o que parezca que lo haga mejor.
La envidia empresarial es uno de los principales generadores de pensamientos y
conductas de tipo cortoplacista.