domingo, 1 de junio de 2014

Todo se transforma

Hace unos días tuve la rara suerte de disponer de una horas libres en uno de mis viajes profesionales al centro de Europa. Decidí aprovechar parte de ese espacio de tiempo saliendo a correr por un enorme bosque. El tiempo acompañaba, la temperatura era agradable y un tibio sol se colaba por entre las frondosas copas de los árboles. Me acompañaba, como casi siempre, mi smartphone y mi música.

Iba trotando tranquilamente, ya no estoy para muchas heroicidades deportivas, mientras disfrutaba de la tranquilidad del bosque y de un paisaje inhabitual y llamativo para un mediterráneo como yo. La verdad es que lo estaba pasando muy bien, el entorno, la soledad del bosque, el trote despreocupado, la tranquilidad de no tener ninguna urgencia, y la música. Estaba en uno de esos estados de ánimo en que algunos de tus sentidos se agudizan y prestas atención a cosas a las que nunca sueles hacerlo.


Me perdí en la letra de las canciones, algo que casi nunca suelo hacer, mientras continuaba trotando ¿Lo hacen ustedes?  Se los recomiendo, descubrirán frases que han oído miles de veces pero que nunca han escuchado, que nunca les han hecho gozar. De repente mi smartphone se atrevió con una conocida canción de Jorge Drexler, “Todo se transforma” y me sorprendieron en ella giros poéticos insospechados y emotivos que acentuaban mi sensación de concentración y de bienestar. Pero dejaré que sean ustedes mismos quienes escuchen una vez más esa canción y los descubran y compartiré tan solo en este artículo la letra del estribillo de esa pieza genial:

“Cada uno da lo que recibe
y luego recibe lo que da,
nada es más simple,
no hay otra norma:
nada se pierde,
todo se transforma”

Lean con atención esa frase y dejen que su mente vague por ella, que la acaricie que la desmenuce, que busque sus significados más ocultos. Dedíquenle unos instantes, no avancen todavía en la lectura del resto de este texto.

Impactante, ¿no? Y, tan simple, tan sencilla, tan cierta. Aplicable, con escasas excepciones a tantos y tantos aspectos de la vida humana. A la vida personal, al amor, a las relaciones, a la familia, a los amigos, a la empresa ....

¿A la empresa? ¡Cielos! Ya estaba volviendo a las andadas. Ni trotando tranquilo en un bosque perdido del centro de Holanda, ni sumergido en la letra de canciones poéticas, podía olvidarme de mi enorme curiosidad por el mundo de las organizaciones. Empecé a sacarle punta a la frase de Drexler y a fantasear con la misma y con su aplicación organizativa.

“Cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da” En positivo podría aplicarse a los accionistas que satisfechos por un comportamiento transparente y ejemplar, un rendimiento adecuado y un adecuado servicio a la sociedad, continuarán confiando en la empresa a la que dan apoyo, acudiendo a las ampliaciones de capital y teniendo una política de dividendos prudente.

“Cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da” En negativo, para aquella empresa que durante épocas difíciles no ha tratado bien a sus empleados, ha adoptado políticas en las que los colaboradores se han sentido como simples instrumentos, ha prescindido de personas que no lo merecían mientras ha mantenido a trepas y a individuos cercanos al poder establecido. Probablemente a la que mejoren las circunstancias esa empresa verá como se produce una fuga constante del mejor personal creando problemas de continuidad.

“Cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da”  En positivo cuando nos referimos a la empresa en la que los clientes no son solo un número y un instrumento que nos permite generar márgenes sino que son vistos como seres humanos con los cuáles hemos entablado una relación de complicidad que solo será duradera cuando es positiva para ambas partes. Ese cliente serán menos receptivo a los cantos de sirena de la competencia y valorará nuestra marca por encima de lo esperado.

“Cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da” En negativo para la empresa que engaña a la sociedad, que tiene prácticas comerciales dudosas, que no aplica criterios éticos en su modelo de gestión y en su relación con el entorno. Aquella para quiénes los demás, por encima de la palabrería y de las declaraciones institucionales, son meras palancas para la consecución del beneficio.

Fíjense qué interesante. Al final resultará que podríamos hacer girar toda la estrategia empresarial de una compañía que apostara por la sostenibilidad y por una forma ética de hacer negocios, alrededor de una simple frase: “Cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da”.


“Bueno, ya es suficiente por hoy, creo que seguiré trotando”. Y me perdí de nuevo en la frondosidad del bosque.

martes, 22 de abril de 2014

La Pereza Empresarial


Definiremos pereza como la “negligencia, tedio o descuido en las cosas a que estamos obligados”, o también como la “flojedad, descuido o tardanza en las acciones o movimientos”.

La pereza empresarial a la que podríamos definir como la escasa proactividad de movimientos ante lo que ocurre a mi alrededor o también y, tanto o más preocupante, como la paralización en la toma de decisiones ante situaciones evidentes porque, simplemente, se alejan de la costumbre y “siempre lo hemos hecho así y nos ha ido bien”, es un pecado empresarial letal.  La pereza va en contra de la definición de una empresa basada en valores puesto que esta lleva la sostenibilidad en su ADN y la sostenibilidad está íntimamente ligada a la adaptabilidad. Una empresa de base ética es sostenible y adaptable a la realidad cambiante porque tiene una deber de continuidad para con sus stakeholders y ello implica moverse rápido para estar siempre a la cabeza y no a la cola de la evolución de la sociedad.

Como no, la pereza suele estar relacionada con otros pecados capitales, porque difícilmente estos se presentan de forma aislada. Así, toma formas tales como la obstrucción, por parte de los poderes fácticos de la compañía, de movimientos de modernización de los sistemas de gestión o de cambios en puestos de relevancia, la paralización de iniciativas para conseguir una empresa más sencilla y con organigramas y dependencias más claros y simples, la falta de interés en nuevas líneas de investigación de producto o en formas alternativas de comercialización, etc.

Por desgracia también la pereza empresarial crea cultura y no es algo tan simple como algunas decisiones que se retardan sine die o que no se llegan ni a plantear, el problema es que el inmovilismo que genera ese mortal pecado, va calando en la organización y, a la vista de que la cúpula “nunca mueve ficha” y se dedica a hacer más de lo mismo sin, aparentemente medir las consecuencias de una realidad cambiante, el resto de la organización se apunta al mismo deporte y trabajan sin entusiasmo ni creatividad sabiendo que cualquier iniciativa que se salga de la liturgia corporativa tiene un elevado riesgo, no solo de no salir adelante, sino incluso de ser mal vista.


lunes, 21 de abril de 2014

La Lujuria Empresarial


Se define a la lujuria según el diccionario de la Real Academia Española (RAE), como el  “vicio consistente en el uso ilícito o en el apetito desordenado de los deleites carnales” o también, en una apreciación más genérica como “el exceso o demasía en algunas cosas”.

La lujuria empresarial, que podríamos calificar como un exceso de inversión o gasto en actividades y bienes superfluos en relación con el aporte verdadero de valor al cliente, o claramente prescindibles para el desarrollo de una actividad equilibrada, es uno de los principales síntomas de deterioro empresarial e iría totalmente en contra de la definición de empresa basada en valores o Empresa 3.0 en la que afirmamos que  esta no consume, en ningún ámbito, más recursos de los que genera o, también, que busca un progreso que equilibre el crecimiento con la distribución de la riqueza.

Habitualmente la lujuria empresarial es una consecuencia de otros pecados que se presentan previamente tales como la soberbia a la que suele ir íntimamente ligada. En ocasiones esa lujuria se produce por una pérdida de perspectiva de la realidad o por sobreestimar las propias capacidades. Ello lleva a querer declarar ante el mundo el teórico poderío de nuestra compañía y para ello algunos no encuentran nada mejor que invertir los flujos de caja que tanto cuesta ganar, a veces incluso flujos de caja que tienen un cierto componente atípico y que no necesariamente son recurrentes, en esa nueva sede social en la mejor zona de la ciudad con el logo bien visible en la azotea o en esas pantagruélicas comidas de directivos con atónitos clientes que se preguntan sino será a través de la política de precios como se pagan esas abultadas facturas.

Pero lo peor de la lujuria en la vida de una empresa no es que se puedan dar algunas decisiones de gasto o de inversión discutibles lo cuál siempre se puede reconducir. Lo verdaderamente preocupante es que la lujuria, como todo comportamiento que emana de las alturas, crea cultura y, sin darnos cuenta, se pueden ir produciendo en todo el tejido de la compañía pequeños comportamientos lujuriosos que pueden socavar la necesaria austeridad en la gestión de costes y, sobre todo, el sentido de justicia entre los colaboradores y entre estos y los clientes.



martes, 15 de abril de 2014

La Ira Empresarial


Definimos ira como “pasión del alma, que causa indignación y enojo”, De una forma más específica también se habla de  “apetito o deseo de venganza” o, si observamos a la naturaleza, “furia o violencia de los elementos”. Desde una perspectiva más relacionada con la acción la describiríamos como la “repetición de actos de saña, encono o venganza”.

En el entorno empresarial podríamos definir la ira como la ceguera visceral transitoria o permanente de la dirección provocada por acciones realizadas por parte de determinados stakeholders y que son consideradas como afrentas. La ira empresarial se refleja en muy diversas situaciones como son las reacciones sectarias que se producen cuando “uno de los nuestros” abandona la compañía en busca de otros horizontes o los comentarios incómodos y defensivos que se intercambia la dirección cuando se recibe la queja de un cliente importante, o las reacciones airadas ante un proveedor que solo nos reclama que respetemos los acuerdos contractuales y que no nos los saltemos sin comunicar ni negociar, etc., etc.

Al igual que ocurre con el ser humano, la ira impide que la empresa vea las situaciones con realismo, de ahí que la definamos como ceguera visceral porque nos bloquea y no nos permite analizar con realismo y sosiego el porqué determinada persona abandona la compañía o porqué recibimos esa queja de un cliente o porqué un proveedor nos recuerda la necesidad de cumplir nuestros compromisos contractuales.

La ira va contra la definición de empresa basada en valores o Empresa 3.0 la cuál está profundamente comprometida con un desarrollo armónico del planeta y de la humanidad y actua desde una plena libertad, especialmente en la forma en que interactúa con los demas operadores del mercado, la cuál se define como transparente, ética y responsable. Esa manera transparente, ética y responsable de interactuar con proveedores, clientes, stakeholders internos y cualquier otro operador, es totalmente inconsistente con los comportamiento sectarios que provoca la ira.

En el caso concreto de la ira me cuesta afirma si la ira crea cultura o es la cultura la que crea ira pero me abstendré de jugar a adivinar qué es primero, si la gallina o los huevos, y sí afirmaré que los comportamientos empresariales iracundos son un reflejo inequívoco de sectarismo empresarial, un grave defecto cultural en cualquier organización.

Si bien el que las organizaciones tengan una cultura fuerte y consolidada siempre es algo bienvenido, el hecho de que esa cultura fuerte pueda desembocar en una vision endogámica y egocéntrica de la realidad puede acabar provocando comportamientos excluyentes y que aislen a la compañía del necesario entendimiento con los stakeholders. Las demostraciones de ira empresarial por personas relevantes en una organización pueden dar pie a comportamientos similares por el resto de la firma provocando ceguera a la hora de tomar decisiones que pueden acabar presentando un componente sectario que, de repetirse con asiduidad, debilite de forma letal a la empresa ante el mercado y ante los grupos de interés que la apoyan.


martes, 1 de abril de 2014

La Envidia Empresarial


El Diccionario de la Real Academia Española define la envidia como la “tristeza o pesar del bien ajeno”, o también como la  “emulación, deseo de algo que no se posee”.

El mundo de la empresa no es ajeno a este pecado que se presenta de muy diversas formas aunque tal vez pudiéramos definirlo como la “necesidad enfermiza de emular o reproducir actuaciones del entorno sin atender a la prudencia, a los principios ni a las limitaciones propias”.

Muy diversos ejemplos pueden ayudarnos a comprender esta patología. Recuerdo que en 2009, en el tercer año de la actual crisis, estaba conversando con un alto directivo de un gran banco y le preguntaba como era que su cartera de préstamos a promotores inmobiliarios había crecido de forma tan desmesurada en los últimos ejercicios cuando la política tradicional de la entidad a la que representaba había sido siempre mucho más equilibrada y prudente en términos de concentración sectorial y de actividades a la hora de prestar.  Su respuesta no dejó lugar al equívoco. Eran conscientes de que se estaba entrando en un cierto desequilibrio del balance pero no podían quedarse atrás. Todos los demás competidores lo estaban haciendo y de no haberlo hecho su beneficio a corto plazo se hubiera visto afectado y los mercados bursátiles les hubieran penalizado.

Sobre todo en las grandes compañías la “envidia empresarial”, en el sentido en el que la estamos definiendo aquí, es uno de los grandes pecados puesto que está presente en las servidumbres psicoempresariales que tienen los que cotizan en mercados organizados. Que si mi pay-out está por debajo de la media sectorial, que si en el último informe de los analistas el crecimiento de mis ventas está por debajo del esperado, que si el porcentaje de mi EBITDA generado fuera del mercado doméstico está por debajo del de mi principal competidor, etc., etc.

No podemos confundir la necesidad de compararnos con lo que está pasando fuera y con lo que están haciendo otros, lo cuál es positivo por el efecto aprendizaje, reflexión y posible mejora, con la servidumbre de mediatizar en exceso nuestra estrategia y nuestras políticas por lo que pasa a nuestro alrededor perdiendo así autenticidad y perfil propio en aras a la satisfacción de un mercado financiero de exigencias cortoplacistas y poco vinculadas con el equilibrio y con el largo plazo. No podemos hacer lo que reza el dicho popular, “si culo veo, culo quiero”, sino que más bien podríamos preguntarnos lo que reza otro conocido dicho, “si ves a tu vecino tirarse por la ventana, ¿te tirarás tu también?”

La envidia empresarial va contra la definición de empresa basada en valores o 3.0. En esa definición decimos que la Empresa 3.0 hace todo lo que esté en su mano para facilitar que el resto de sistemas con los que se relaciona sean sostenibles. Evidentemente, una empresa que padece de “envidia empresarial” no solo no practica esa máxima sino que con su comportamiento sistémico pone en peligro no solo su propia sostenibilidad sino que tampoco da el ejemplo adecuado a todos aquellos con los que se compara y que, desafortunadamente, acaban marcando su gestión.

La envidia empresarial está cercana a otros pecados capitales y también provoca peligrosos defectos culturales ya que la observación competitiva del entorno desde un punto de vista patológico y no constructivo acaba creando una insatisfacción permanente que se enquista en la compañía porque, por bien que hagamos las cosas, siempre habrá en el Mercado alguien que lo haga mejor o que parezca que lo haga mejor. La envidia empresarial es uno de los principales generadores de pensamientos y conductas de tipo cortoplacista.