jueves, 1 de noviembre de 2012
domingo, 21 de octubre de 2012
Historias de la globalización III (La tecnológica y de la información)
En
los últimos posts he estado reflexionando sobre la globalización.
Primero desde un punto de vista genérico, incluso filosófico, como
fenómeno relevante en la sociedad actual. Luego desde una visión
mucho más centrada en la economía y en las consecuencias económicas
que para las personas tiene la globalización. Hoy me gustaría hacer
una reflexion desde el papel que están jugando la tecnología, la información y los
transportes, probablemente uno de los pilares más positivos sobre
los que se soporta el fenómeno.
Efectivamente,
el abaratamiento relativo de los coste de transporte debido a las
mejoras tecnológicas y a las economías de escala impulsadas por la
emergencia de un nuevo mercado de cientos de millones de personas de
clases medias de muy distintos países del mundo que les ha permitido
viajar y conocer mejor otras gentes y otras culturas, es un aspecto
profundamente vinculado a la globalización. Es a la vez causa y
consecuencia de la misma.
El
hecho de que las distancias se hayan acortado enormemente en nuestro
planeta tiene algunos aspectos negativos como las emisiones de CO2
derivadas del transporte aéreo pero debemos reconocer también que
hay muchos elementos positivos en ese hecho: la mayor cercanía a
otras culturas, la posibilidad de comprender in-situ a quien otrora
veíamos como extraño o lejano, la posibilidad de mostrar y ejercer
la solidaridad cuando alguna catastrofe ocurre en algún lugar del
mundo, etc. A pesar de la mercantilización creciente a la que está
sometido el mundo del turismo y de los viajes y por la que a veces
uno tiene la sensación de no estar viviendo plenamente la realidad
de las sociedades a las que visita, me parece innegable que la
evolución del transporte ha significado muchísimo en el
acercamiento de la raza humana y de sus diferentes culturas.
En
ese sentido está jugando un papel más importante si cabe la
revolución de las tecnologías de la comunicación que han puesto
literalmente al mundo en la palma de una mano permitiendo compartir
información y conocimientos al instante y en cualquier parte del
orbe. Ya se
que nos parece que el fenómeno de internet ha estado siempre entre
nosotros pero debo recordar que, tan solo hace diez años era algo no
tan difundido como lo es hoy, que hace quince años era una
herramienta utilizada por una cierta élite de gente avanzada a su
tiempo y que hace veinte años estaba en sus albores.
Si
a la aparición de internet le añadimos los avances en la
electrónica, la masificación de la telefonía móvil y la
proliferación de los teléfonos inteligentes y otros instrumentos
similares, tenemos un caldo de cultivo increible para la
generalización de una nueva forma de emitir, distribuir y recibir la
información y un nuevo modo de comunicarse. La información al
alcance de todos en cualquier lugar, sin casi ninguna barrera. Al
instante.
No
hay duda de que estamos ante avances tecnológicos que están
cambiando la faz de la tierra y que hay multitud de elementos
positivos en los mismos pero no estoy seguro de que el ser humano, en
su más profundo interior, avance a la misma velocidad. Cuando, en
los primeros años de este siglo, asistíamos a la primera gran
eclosión del mundo económico basado en internet y que acabó en el
pinchazo de la llamada burbuja de las “punto com”, yo ya decía
que lo que en aquel momento se daba en llamar de forma rimpompante
“nueva economía” y que iba a acabar con los males del entramado
económico capitalista durante tiempo indefinido al incrementar
exponencialmente la eficiencia del sistema, no era ni más ni menos
que la misma economía de mercado de toda la vida, con sus cosas
buenas y sus cosas malas, solo que mucho más veloz.
Argumentaba
ya entonces que las mejoras en la cadena de valor del sistema
provocadas por la tecnología contribuirían en una gran medida a la
mayor rentabilidad de las empresas que las utilizaran de forma
intensiva y solo en una medida más discreta a beneficiar al
consumidor.
Pero
no quiero volver a hablar de economía sino de la comunicación y de
la información globalizada e instantánea que nos llega de la mano
de las tecnologías. Es una verdadera revolución, es un gran avance,
pero el ser humano no está preparado para ella todavía. Todavía no
es capaz de obtener un beneficio social de forma equilibrada. El
déficit de educación profunda y humanista de nuestras sociedades,
la tendencia al materialismo, al consumismo, a la concentración de
nuestra actividad en la consecución de fines materiales, el
predominio de los mensajes simplistas de todo tipo dominados por el
sacrosanto marketing, crean el peligro de que el enorme repositorio
de información digital de nuestro planeta pueda ser usado de formas
cuestionables o ser objeto de manipulaciones o de utilizaciones
interesadas.
El
mismo tipo de reacciones sociales que se daban hace décadas se dan
ahora con mayor velocidad, a veces sin que las personas sean capaces de
digerir la situación de partida y de encarar de forma más reflexiva
el porqué de la reacción a la que se van a sumar.
La
información es buena, cuanto más libre mejor. La comunicación es
buena, cuantos más instrumentos para comunicarnos, mejor. Pero la
educación profunda y humanista, no solo la que necesitamos para
producir o consumir más, es imprescindible para utilizar la
información y las herramientas de comunicación de forma sensata y
al servicio de la colectividad.
¿Para
cuándo la revolución de la educación en el planeta? Para cuándo la globalización educativa?
domingo, 14 de octubre de 2012
Historias de la globalización II (Una visión económica)
Acababa
mi post la semana anterior recordando la definición de libertad
según el Real Dicccionario de la Academia de la Lengua y
argumentando en base a determinadas corrientes filosóficas
centroeuropeas como el principio de la responsabilidad es el único
limitante del concepto de libertad entendido
este como la capacidad que tiene el ser humano de poder obrar según
su propia voluntad, a lo largo de su vida.
Desde un
punto de vista económico, la globalización no es ni más ni menos
que la mundialización del sacrosanto principio de la libertad de
mercado y que afecta al intercambio de mercancías, de capitales o de
trabajo. Así, la globalización ha provocado que compañías que
vendían en mercados restringidos lo hagan ahora a escala
internacional creando ya no “campeones nacionales” sino grandes
grupos globales con un gran poder e influencia y, en ocasiones, con
comportamientos oligopolísticos innegables. También se ha producido
un éxodo constante de actividades productivas desde países
calificados como industrializados hacia países con menores costes
relativos, en especial aquellos que poseen excedentes de materias
primas, con mercados potenciales de importancia y con costes de mano
de obra más bajos.
También
ha provocado en lo económico otro tipo de consecuencias tales como
el descubrimiento y el desarrollo del talento de multitud de
profesionales en países emergentes, el impulso del avance económico
en países menos desarrollados y el abaratamiento a nivel mundial de
determinado tipo de productos – el caso de la electrónica es
paradigmático - haciendo que su adquisición sea posible por cada
vez mayor número de consumidores en todo el mundo.
Visto
desde otro prisma, la globalización está siendo un claro
catalizador del “alejamiento” entre las localizaciones donde
obtenemos los recursos, aquellas en las que los producimos y aquellas
en las que los consumimos. Este alejamiento ha provocado un
incremento brutal de las actividades de transporte a nivel global,
una peligrosa disminución de la producción y del consumo “de
proximidad” y un notable incremento de las emisiones de CO2
consustanciales a ese fenómeno con el consiguente impacto en el
cambio climático y, por tanto, en la sostenibilidad del planeta.
El
lector probablemente descubra en los párrafos anteriores algunos
elementos positivos que la globalización está implicando para el
ser humano pero seguro que entreverá otros que son claramente
negativos para el mismo. De forma expresa no he querido listarlos de
manera separada. Prefiero dejarlos implícitos en una simple
descripción de algunas de las consecuencias facilmente constatables
de los procesos globalizadores. Y, prefiero hacerlo así, porque
cualquier proceso que surge de la aplicación del libre albedrío
humano, y la globalización es uno de ellos, suele tener
implicaciones tanto positivas como negativas.
Los
defensores de la globalización se aferran a la idea de que la misma
equivale a libertad a escala mundial. Que no podemos poner trabas al
funcionamiento del libre mercado porque este crea riqueza y ello es
bueno para el ser humano. ¿Es eso cierto? La creación de riqueza
provocada por la globalización es innegable, ahí están las cifras
de crecimiento económico mundial en los últimos veinte años, pero
nadie nos ha demostrado que ese crecimiento vaya también acompañado
de una más justa redistribución de la misma. Si ustedes van a
comprobar cifras sobre la distribución de la riqueza en el mundo en
las dos últimas décadas a fuentes tan solventes como las de las NU
o las del FMI, se darán cuenta de que el crecimiento de riqueza a nivel mundial ha ido acompañado por un incremento de las desigualdades en
prácticamente todo el orbe.
¿Es por
tanto el crecimiento de la riqueza bueno para la humanidad o tan solo
para unos cuantos?
Pero si
nos ceñimos al concepto de libertad, ¿no hemos recordado al
principio de este post que el mismo viene limitado por el concepto de
responsabilidad? La realización de actos en libertad no es legítima
si dichos actos producen consecuencias dramáticas constatables para
seres humanos inocentes.
Solo a
título de ejemplo, dado que alrededor del concepto de globalización
económica podríamos analizar muy diversas situaciones, tenemos el caso de la
movilidad a escala planetaria de las clases medias que es un factor
provocado por la libertad de mercado a nivel mundial. En las últimas
dos décadas, las clases medias norteamericanas y sobre todo europeas
que crecieron tras la postguerra como una muestra de la creación de
riqueza de un capitalismo compasivo encarnado en el estado del
bienestar, se están desmoronando a pasos agigantados. Incluso los
países que han conseguido defender mejor su creación de riqueza,
como Alemania, están viendo como se incrementa la desigualdad de
foma alarmante y como crecen los índice de pobreza.
No
debería extrañarnos. Es una simple consecuencia de la aplicación a ultranza
de los principios neoliberales a nivel global. Los grandes
conglomerados industriales han trasladado su producción desde Europa
y desde Norteamérica hacia otras zonas del mundo aprovechando
niveles de salarios y condiciones de trabajo que nos hacen recordar a
la Inglaterra de la revolución industrial que nos describía Dickens
y que origina el rechazo de las sociedades occidentales que, eso sí,
no han dudado en consumir compulsivamente los productos allá
manufacturados. La pena es que ese consumo se ha basado
principalmente en el crédito dado que la generación de riqueza de
esos países occidentales, motivado en buena parte por el mismo éxodo de
sus campeones industriales y por la imposibilidad de competir con
quien trabaja más del doble de tiempo por una décima parte del salario, se ha ido
deteriorando y, cual aristócrata en horas bajas, ha despertado a las
clases medias occidentales de su sueño de las últimas seis décadas.
Ahora la
clase media despierta en oriente y decae en occidente a la espera de
que los capitales globales busquen algún otro lugar del mundo con
menores costes y que generen en cualquier otra parte nuevas bolsas de
incautos disfrazados de clase media dispuestos a consumir sin freno
para que la historia se repita.
La
diferencia entre el capitalismo industrial que vivió Dickens en las
islas Británicas y el que vivimos hoy, es tan solo su alcance global
y la ilusión de prosperidad transitoria y consentida que tuvieron
las clases medias que lo fueron por necesidad de la maquinaria de
consumo, para volver a sus orígenes de pobreza cuando ya no fueron
de mayor utilidad.
Este
breve ejemplo novelado de una de las consecuencias de la
globalización nos demuestra que no se puede alegar la defensa de la
libertad cuando se habla de los procesos globalizadores ya que
aquellos pocos que toman las grandes decisiones económicas a nivel
empresarial son conscientes de sus actos y saben que sus decisiones
se basan en la utilización de la pobreza de unos para incentivar el
consumo de otros hasta llevarlos a su vez a la pobreza en el largo
plazo y repetir ese péndulo de decisiones en el que, a lo largo de
la historia, siempre ganan los mismos. La responsabilidad de los
decisores es innegable y por ello les niego la libertad de actuar
así. El verdadero liberalismo de corte humanista es otra cosa. No
eso.
domingo, 7 de octubre de 2012
Historias de la globalización I (una visión general)
Muy
probablemente no exista hoy proceso más controvertido en nuestro
planeta que el de la globalización. Si atendemos a la definición
que del mismo nos facilita Wikipedia - por cierto, una de las muchas
herramientas que a la vez son causa y consecuencia del mundo
globalizado -,
leemos que se trata de un proceso económico, tecnológico, social y
cultural a gran escala, que consiste en la creciente comunicación e
interdependencia entre los distintos países del mundo unificando sus
mercados, sociedades y culturas, a través de una serie de
transformaciones sociales, económicas y políticas que les dan un
carácter global.
Ese
proceso se intensifica tras la caida del muro de Berlín, al
desintegrarse un bloque de sociedades ajenas al juego del libre
mercado y que se incorporaron en un tiempo record en el mundo
capitalista. Pero sobre todo, el proceso alcanza una gran velocidad
de crucero en la última década con la eclosión de internet y el
impacto que la evolución tecnológica ha tenido en la rapidísima
difusión de la información en todo el planeta.
Me
gustaría, en una serie de artículos al respecto de este fenómeno,
dar una visión lo más fría posible, pero de forma muy particular,
desde un punto de vista humanista, acerca de la globalización.
Como
siempre que nos preguntamos acerca de un proceso social, tenemos que
valorar lo que aporta al ser humano desde muy diversos aspectos y
para ello es imprescindible también ser muy consciente de los
principales elementos que son génesis de ese proceso. En el caso
que nos ocupa, nos enfrentamos a algo que surge por varios motivos
que se concatenan en el tiempo, sobre todo en los últimos
veinticinco años:
- La
libertad de mercados que, con mayor o menor amplitud y profundidad,
reina sobre la economía mundial desde finales de la década de los
ochenta del siglo pasado.
- El
abaratamiento relativo de los coste de transporte que ha permitido a
ingentes cantidades de personas de clase media de muy distintos
países del mundo, viajar y conocer mejor otras gentes y otras
culturas.
- La
revolución de las tecnologías de la comunicación que han puesto
literalmente al mundo en la palma de una mano permitiendo compartir
información y conocimientos al instante y en cualquier parte del
orbe.
- Por
último, aunque no menos importante, la existencia de una cultura
dominante – por lo menos hasta ahora – durante todo este período
y que ha tenido una influencia innegable en la forma en el que el
proceso globalizador se está llevando a cabo: la cultura
anglosajona o, para ser más exactos, la visión del mundo impulsada
por los Estados Unidos y por el Reino Unido.
En
las próximas semanas abordaré en más detalle la visión de la
globalización desde cada uno de los cuatro pilares que la
posibilitan, Hoy solo quiero hacer unas reflexiones generales. Los
cambios sociales no son en sí buenos o malos, tan solo son una cosa
u otra desde la postura ideológica de quien los analiza. A título
de ejemplo, la rígida islamización política y cultural de
determinadas sociedades de religión mayoritariamente musulmana puede
ser vista como peligrosa y negativa por los sectores más
prooccidentales de esos países pero sin embargo, muy positiva y
necesaria por otros sectores más tradicionales de esas sociedades.
En lo que respecta a la islamización es evidente que, si se
conculcan los derechos humanos fundamentales, tal y como estos se
describen en la Carta de las Naciones Unidas, deberíamos alinearnos
todos en uno u otro bando. Pero no voy a entrar en eso ahora, tan
solo quiero destacar la dificultad de tener una opinión muy sólida
sobre determinados procesos sociales complejos y, créanme, la
globalización es probablemente el proceso social actual de mayor
alcance y complejidad.
La
globalización nace del concepto de libertad y los mayores adalides
de aquella la defienden a ultranza basándose precisamente en la
reflexión de que poner coto a la globalización sería como poner
coto a la libertad y, naturalmente, eso desde las sociedades
occidentales actuales, suena verdaderamente fatal por lo que muy
pocos nos atrevemos a criticar ese proceso vaya que nos tachen de lo
que no somos o por lo menos, creemos no ser.
Pero,
¿a qué libertad nos referimos? Según el Diccionario de la Real
Academia de la Lengua Española, entendemos por libertad la
capacidad que tiene el ser humano de poder obrar según su propia
voluntad, a lo largo de su vida, por lo que es responsable de sus
actos. Es el principio de la responsabilidad el que limita la
actuación de la libertad. Por ello filósofos como el austríaco
Steiner argumentan que es obvio que no puede ser libre una persona
que no sabe por qué actúa. Es libre aquél que sabe porqué hace
las cosas, sabe valorar sus motivaciones y puede inferir las posibles
consecuencias de sus actos.
Ahi
está la clave de la interpretación crítica de la globalización.
Solo si interpretamos ese fenómeno desde una visión responsable de
la libertad podremos decantarnos en uno u otro sentido pero, para
ello, tendremos esperar a las siguientes entregas.
domingo, 30 de septiembre de 2012
El pensamiento independiente o el dilema de Tomás Moro
Muchos de
ustedes conocerán la historia de Tomás Moro, teólogo, político y
pensador, Lord Canciller de Inglaterra bajo el reinado de Enrique
VIII. Hombre sabio y equilibrado según los cronistas de la época,
que tuvo la gran desgracia de enfrentarse con su rey, indignado por
la política practicada por este en varios frentes. Entre ellos, el
más conocido y llevado en diversas ocasiones a la literatura y al
cine, fue el enfrentamiento con su monarca a raiz de la iniciativa de
divorcio de este y el consecuente enfrentamiento de Inglaterra con la
Iglesia Católica.
No entraré
ahora a valorar la posición de Tomás Moro sobre el hecho del
divorcio en particular. Probablemente su postura tal cual sería
difícilmente defendible en la sociedad actual pero sí quiero
valorar la posición relativa del personaje ante el poder imperante y
ante los condicionantes históricos del momento. Tomás Moro
pertenecía a una de esas minorías de personas que están tan
convencidas de la bondad y de la legitimidad de sus posturas que
acaban defendiéndolas con todas sus consecuencias. Les recuerdo que
al pensador y político británico le costó literalmente la cabeza
enfrentarse a su rey o, lo que viene a ser lo mismo, enfrentarse al
pensamiento dominante en aquel momento.
En nuestra
sociedad solemos magnificar la importancia de los valores
democráticos, a veces en un sentido no demasiado acertado. Todo nos
lleva a pensar que las mayorías llevan la razón porque eso es
democrático pero, normalmente, son ciertas minorías conscientes de
los retos científicos, sociales o económicos las que encabezan la
innovación y los movimientos de cambio, las que se aperciben de las
tendencias a largo plazo y son capaces de reaccionar como líderes de
opinión para avanzar grandes líneas de pensamiento y de acción.
Suelen ser ciertas minorías ilustradas las que corren con evidentes
riesgos huyendo de algunas macro tendencias en la que se sumerge la
población en general de forma no siempre demasiado fundamentada y
meditada, y que son capaces de identificar los verdaderos problemas y
los verdaderos dilemas alejándose del pensamiento único dictado por
el establishment político y mediático. Recuerden sino a Galileo.
¿Quién llevaba la razón: esa minoría reflexiva y heterodoxa, en
este caso representada por Galileo, o la mayoría seguidista de la
época que defendía que la Tierra era plana?
Son esas
minorías silenciosas las que se atreven a pensar de forma distinta,
a proponer preguntas inusuales, a poner a los poderes públicos y a
los poderes fácticos ante cuestiones incómodas mientras estos
despistan al personal con falsos dilemas y cuestiones creadas
artificialmente, casi siempre por motivos interesados e
inconfesables.
Encontramos
a ese tipo de minorías en muy diversas ubicaciones: en las empresas,
en el sector público, en la política, en los medios de
comunicación, en la comunidad científica, en el tercer sector y en
general en casi cualquier organización social. Suelen ser esos
personajes de aguda intuición, con inteligencia social, que llevan
su pensamiento y sus opiniones más allá de lo políticamente
correcto. Otras veces son ciudadanos normales que simplemente no se
dejan arrastrar por las corrientes dominantes y quieren ejercer su
derecho a ver las cosas de otra forma. Son aquellas personas que,
cuando todo el mundo habla de determinados temas, ellos se atreven a
lanzar preguntas distintas, a ver las cosas desde un angulo diferente
al del común de los mortales. Personajes, por desgracia,
habitualmente incómodos. Por ello esas minorías suelen correr
graves riesgos reputacionales y de todo tipo. Son estigmatizadas como
los "freakies" de la opinión social, vistas con extrema
prevención tanto por parte del establishment como por parte de la
sociedad en general. Casi nunca obtienen recompensa por el hecho
valiosísimo de ser capaces y de tener la valentia de formular las
preguntas adecuadas que permiten que la sociedad avance y de no
dejarse llevar por el pensamiento único tan insólitamente propio de
nuestras democracias occidentales.
Por
desgracia esos riesgos provocan también que, en demasiadas
ocasiones, esos pensadores independientes sean ninguneados, apartados
de los foros de debate social o científico y tratados como
verdaderos apestados por los apóstoles del pensamiento único.
Tal vez
Tomás Moro fue un precursor de lo difícil que resulta para ciertas
minorías mas o menos ilustradas enfrentarse con la razón y la
inteligencia ante la tendencia humana a crear pensamientos únicos y
monolíticos que requieren de adhesiones inquebrantables. Tomás Moro
pago con su cabeza ese atrevimiento y, en nuestra sociedad moderna,
hemos acuñado tambien la expresión "cortar la cabeza"
para aquellos que son desposeídos de sus cargos o responsabilidades
por enfrentarse al poder establecido.
Es evidente
que no hemos mejorado demasiado en los últimos cinco siglos. Por
ello deberian ustedes reconocer conmigo que, aunque es una pena que
no pueda dado que la cabeza estaba separada de su tronco en el
momento de recibir sepultura, si Tomas Moro levantara la cabeza, se
llevaría una enorme decepción por lo poco que han cambiado las
cosas, por lo menos en lo que respecta al tema que nos ocupa. Como
mínimo tendría la satisfacción parcial de constatar que a aquellas
personas que, como él, hacen gala de un pensamiento independiente
del impulsado por los líderes o alejado de las tendencias sociales
dominantes, ya no se les suele cercenar la cabeza, por lo menos en el
sentido literal de la palabra.
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