viernes, 9 de noviembre de 2012
Humor - el inglés, idioma oficial de la Unión Europea
The European Commission has just announced an agreement whereby English will be the official language of the European Union rather than German, which was the other possibility. As part of the negotiations, the British Government conceded that English spelling had some room for improvement and has accepted a 5-year phase-in plan that would become known as "Euro-English". In the first year, "s" will replace the soft "c". Sertainly, this will make the sivil servants jump with joy. The hard "c" will be dropped in favour of "k". This should klear up konfusion, and keyboards kan have one less letter. There will be growing publik enthusiasm in the sekond year when the troublesome "ph" will be replaced with "f". This will make words like fotograf 20% shorter. In the 3rd year, publik akseptanse of the new spelling kan be expekted to reach the stage where more komplikated changes are possible. Governments will enkourage the removal of double letters which have always ben a deterent to akurate speling. Also, al wil agre that the horibl mes of the silent "e" in the languag is disgrasful and it should go away. By the 4th yer people wil be reseptiv to steps such as replasing "th" with "z" and "w" with "v". During ze fifz yer, ze unesesary "o" kan be dropd from vords kontaining "ou" and after ziz fifz yer, ve vil hav a reil sensi bl riten styl. Zer vil be no mor trubl or difikultis and evrivun vil find it ezi tu understand ech oza. Ze drem of a united urop vil finali kum tru. Und efter ze fifz yer, ve vil al be speking German like zey vunted in ze forst plas. If zis mad you smil, pleas pas on to oza pepl.
domingo, 4 de noviembre de 2012
Historias de la globalización IV (La cultura)
El
de hoy es el último post de una serie en la que he pretendido verter
algunas reflexiones sobre la globalización. Primero lo hice desde un
punto de vista genérico, incluso filosófico, analizando la
globalización como un fenómeno relevante en la sociedad actual.
Luego me fijé en una visión mucho más centrada en la economía y
en las consecuencias económicas que para las personas tiene la
globalización. En la tercera entrega me focalicé en el papel que en
el mundo global está jugando la tecnología, causa y efecto a la vez
del fenómeno globalizador. En mi último post sobre el tema, el de
hoy, quisiera lanzar una reflexión sobre los aspectos culturales del
fenómeno global, un elemento fundamental, controvertido y que se ha
debatido poco.
Aquellos
de mis lectores que hayan seguido esta mini saga estarán conmigo en
que es difícil concluir de forma contundente, por lo menos por lo
visto hasta ahora, si el fenómeno global es positivo o negativo para
la humanidad. Podemos afirmar sin dudarlo que hay aspectos valiosos
en lo económico y en lo tecnológico pero también es cierto que que
hay otros aspectos negativos en el fenómeno de la globalización.
Como casi todo en la vida, los procesos de evolución social no son
ni malos ni buenos per se sino que los hacemos malos o buenos las
personas y más en particular los grupos de poder que manejan los
hilos e impulsan esos grandes movimientos.
Todo
ello es especialmente relevante cuando se analiza la dimensión
cultural del proceso globalizador que, a mi juicio, es especialmente
negativa para el ser humano por lo que comporta de simplificador y de
difusor de valores relacionados con una forma muy determinada de ver
la sociedad. Es curioso, incluso tiene un punto de irónico, que en
estos momentos históricos en los que estamos asistiendo a la pujanza
creciente de nuevas grandes potencias emergentes como China, India o
Brasil. En estos momentos en los que se empieza a hablar de un cierto
declive de la superpotencia por excelencia, los Estados Unidos (por
cierto, no acabo de compartir esas opiniones acerca del declive),
estemos asistiendo sin darnos cuenta del todo, gracias a la
globalización, al triunfo a nivel mundial de la cultura anglosajona;
para ser más exactos, al triunfo de la forma de ver el mundo de los
dos principales países de habla inglesa, el Reino Unido y los
Estados Unidos.
Al
igual que ocurría cuando hablábamos de tecnología, me cuesta
discernir si esa “anglificación cultural” del orbe es causa o es
consecuencia de la globalización. De lo que no tengo ninguna duda es
de que existe. Hay muy diversos elementos que lo acreditan y que
quisiera puntualizar a continuación.
- La lengua inglesa se ha convertido en la lingua franca de nuestra era al igual que lo fue el latín durante la dominación romana de Europa, el norte de África y algunas zonas de Asia. La lengua de las potencias dominantes durante buena parte del siglo XIX y todo el siglo XX ha tenido la habilidad de constituirse en lengua de comunicación mundial por excelencia ayudada por su enorme supremacía económica y militar.
- La teoría económica y las ciencias del management han jugado un rol imprescindible. El mundo de lo económico es hoy angloparlante. La teoría económica dominante y las ciencias del management se han gestado muy en particular tanto en el Reino Unido como en los Estados Unidos. El marketing o mercadotecnia es, casi podríamos decirlo sin temor a exagerar, un invento norteamericano. La potenciación al extremo de la sociedad de consumo y la “marketingnización” de nuestra vida diaria en la que todo hay que venderlo lo más rápido posible y al mejor precio posible es algo que ha enraizado entre nosotros.
- Las grandes compañías globales son un ejemplo de esa forma ultra competitiva y mercadotécnica de ver la gestión empresarial. Muchas de ellas han nacido en el RU o en los EEUU, otras han nacido en otros países pero se rigen por la Biblia de las técnicas de management anglosajonas. Han sido conquistadas culturamente y con esa cultura, junto a sus homólogas norteamericanas o británicas, colonizan los diferentes mercados, tienden a que se produzca una homogeneización mundial de los gustos de consumo y también de las formas de relacionarse las personas en las unidades productivas estén en el país en el que estén.
- La visión competitiva y no cooperativa de la sociedad. Esa visión económica y empresarial global y angloparlante se traslada a las sociedades del orbe que se imbuyen de su principal tiranía: la obsesión por competir en lugar de cooperar. Así cada vez son más los países y las culturas que han adoptado la sacrosanta norma de la competencia como único elemento que permite impulsar el progreso y se olvidan de que la competencia es sana pero solo cuando sabe mantener un equilibrio con la cooperación y con la solidaridad.
- La concepción de la familia y de las relaciones sociales. Y por último, una concepción de la familia y de las relaciones sociales muy influida por la visión competitiva y utilitarista de las relaciones. Concepción que se está esparciendo por todo el mundo a través de industrias globales como el cine, la televisión o los medios de comunicación, dominadas por Estados Unidos y que distribuyen como norma y modelo de relación la forma de entender la familia que se tiene en aquel país.
Probablemente
para estar en un verdadero mundo global necesitemos compartir una
cierta cultura global, unas mínimas reglas comunes que nos permitan
analizar de formas parecidas un mismo problema. El sentido común me
dice que eso debe ser así pero también es cierto que eso puede
empobrecer a los cientos y cientos de cultural locales que existen en
el planeta contaminándolas de la cultura dominante, eliminando sus
matices y, poco a poco, engulléndolas en una forma anglófila de ver
la vida.
No
hace falta que las élites WASP (white anglo-saxon protestant)
mantengan la supremacía de sus países de origen porque esas élites
se han transformado en élites globales de todos las razas y
religiones pero que operan en lo económico y en lo social con la
misma forma de ver las cosas desde Atlanta, París, Ciudad del Cabo,
Singapur, Pekín, Delhi, Rabat, Sidney o Lima. La cultura ha
traspasado la frontera de sus países y se ha instalado en el mundo.
No se si Estados Unidos ha entrado en declive o no pero, lo que tengo
claro es que la cultura que representa ese país cada vez es más
poderosa y se está convirtiendo en la cultura dominante por
excelencia.
jueves, 1 de noviembre de 2012
domingo, 21 de octubre de 2012
Historias de la globalización III (La tecnológica y de la información)
En
los últimos posts he estado reflexionando sobre la globalización.
Primero desde un punto de vista genérico, incluso filosófico, como
fenómeno relevante en la sociedad actual. Luego desde una visión
mucho más centrada en la economía y en las consecuencias económicas
que para las personas tiene la globalización. Hoy me gustaría hacer
una reflexion desde el papel que están jugando la tecnología, la información y los
transportes, probablemente uno de los pilares más positivos sobre
los que se soporta el fenómeno.
Efectivamente,
el abaratamiento relativo de los coste de transporte debido a las
mejoras tecnológicas y a las economías de escala impulsadas por la
emergencia de un nuevo mercado de cientos de millones de personas de
clases medias de muy distintos países del mundo que les ha permitido
viajar y conocer mejor otras gentes y otras culturas, es un aspecto
profundamente vinculado a la globalización. Es a la vez causa y
consecuencia de la misma.
El
hecho de que las distancias se hayan acortado enormemente en nuestro
planeta tiene algunos aspectos negativos como las emisiones de CO2
derivadas del transporte aéreo pero debemos reconocer también que
hay muchos elementos positivos en ese hecho: la mayor cercanía a
otras culturas, la posibilidad de comprender in-situ a quien otrora
veíamos como extraño o lejano, la posibilidad de mostrar y ejercer
la solidaridad cuando alguna catastrofe ocurre en algún lugar del
mundo, etc. A pesar de la mercantilización creciente a la que está
sometido el mundo del turismo y de los viajes y por la que a veces
uno tiene la sensación de no estar viviendo plenamente la realidad
de las sociedades a las que visita, me parece innegable que la
evolución del transporte ha significado muchísimo en el
acercamiento de la raza humana y de sus diferentes culturas.
En
ese sentido está jugando un papel más importante si cabe la
revolución de las tecnologías de la comunicación que han puesto
literalmente al mundo en la palma de una mano permitiendo compartir
información y conocimientos al instante y en cualquier parte del
orbe. Ya se
que nos parece que el fenómeno de internet ha estado siempre entre
nosotros pero debo recordar que, tan solo hace diez años era algo no
tan difundido como lo es hoy, que hace quince años era una
herramienta utilizada por una cierta élite de gente avanzada a su
tiempo y que hace veinte años estaba en sus albores.
Si
a la aparición de internet le añadimos los avances en la
electrónica, la masificación de la telefonía móvil y la
proliferación de los teléfonos inteligentes y otros instrumentos
similares, tenemos un caldo de cultivo increible para la
generalización de una nueva forma de emitir, distribuir y recibir la
información y un nuevo modo de comunicarse. La información al
alcance de todos en cualquier lugar, sin casi ninguna barrera. Al
instante.
No
hay duda de que estamos ante avances tecnológicos que están
cambiando la faz de la tierra y que hay multitud de elementos
positivos en los mismos pero no estoy seguro de que el ser humano, en
su más profundo interior, avance a la misma velocidad. Cuando, en
los primeros años de este siglo, asistíamos a la primera gran
eclosión del mundo económico basado en internet y que acabó en el
pinchazo de la llamada burbuja de las “punto com”, yo ya decía
que lo que en aquel momento se daba en llamar de forma rimpompante
“nueva economía” y que iba a acabar con los males del entramado
económico capitalista durante tiempo indefinido al incrementar
exponencialmente la eficiencia del sistema, no era ni más ni menos
que la misma economía de mercado de toda la vida, con sus cosas
buenas y sus cosas malas, solo que mucho más veloz.
Argumentaba
ya entonces que las mejoras en la cadena de valor del sistema
provocadas por la tecnología contribuirían en una gran medida a la
mayor rentabilidad de las empresas que las utilizaran de forma
intensiva y solo en una medida más discreta a beneficiar al
consumidor.
Pero
no quiero volver a hablar de economía sino de la comunicación y de
la información globalizada e instantánea que nos llega de la mano
de las tecnologías. Es una verdadera revolución, es un gran avance,
pero el ser humano no está preparado para ella todavía. Todavía no
es capaz de obtener un beneficio social de forma equilibrada. El
déficit de educación profunda y humanista de nuestras sociedades,
la tendencia al materialismo, al consumismo, a la concentración de
nuestra actividad en la consecución de fines materiales, el
predominio de los mensajes simplistas de todo tipo dominados por el
sacrosanto marketing, crean el peligro de que el enorme repositorio
de información digital de nuestro planeta pueda ser usado de formas
cuestionables o ser objeto de manipulaciones o de utilizaciones
interesadas.
El
mismo tipo de reacciones sociales que se daban hace décadas se dan
ahora con mayor velocidad, a veces sin que las personas sean capaces de
digerir la situación de partida y de encarar de forma más reflexiva
el porqué de la reacción a la que se van a sumar.
La
información es buena, cuanto más libre mejor. La comunicación es
buena, cuantos más instrumentos para comunicarnos, mejor. Pero la
educación profunda y humanista, no solo la que necesitamos para
producir o consumir más, es imprescindible para utilizar la
información y las herramientas de comunicación de forma sensata y
al servicio de la colectividad.
¿Para
cuándo la revolución de la educación en el planeta? Para cuándo la globalización educativa?
domingo, 14 de octubre de 2012
Historias de la globalización II (Una visión económica)
Acababa
mi post la semana anterior recordando la definición de libertad
según el Real Dicccionario de la Academia de la Lengua y
argumentando en base a determinadas corrientes filosóficas
centroeuropeas como el principio de la responsabilidad es el único
limitante del concepto de libertad entendido
este como la capacidad que tiene el ser humano de poder obrar según
su propia voluntad, a lo largo de su vida.
Desde un
punto de vista económico, la globalización no es ni más ni menos
que la mundialización del sacrosanto principio de la libertad de
mercado y que afecta al intercambio de mercancías, de capitales o de
trabajo. Así, la globalización ha provocado que compañías que
vendían en mercados restringidos lo hagan ahora a escala
internacional creando ya no “campeones nacionales” sino grandes
grupos globales con un gran poder e influencia y, en ocasiones, con
comportamientos oligopolísticos innegables. También se ha producido
un éxodo constante de actividades productivas desde países
calificados como industrializados hacia países con menores costes
relativos, en especial aquellos que poseen excedentes de materias
primas, con mercados potenciales de importancia y con costes de mano
de obra más bajos.
También
ha provocado en lo económico otro tipo de consecuencias tales como
el descubrimiento y el desarrollo del talento de multitud de
profesionales en países emergentes, el impulso del avance económico
en países menos desarrollados y el abaratamiento a nivel mundial de
determinado tipo de productos – el caso de la electrónica es
paradigmático - haciendo que su adquisición sea posible por cada
vez mayor número de consumidores en todo el mundo.
Visto
desde otro prisma, la globalización está siendo un claro
catalizador del “alejamiento” entre las localizaciones donde
obtenemos los recursos, aquellas en las que los producimos y aquellas
en las que los consumimos. Este alejamiento ha provocado un
incremento brutal de las actividades de transporte a nivel global,
una peligrosa disminución de la producción y del consumo “de
proximidad” y un notable incremento de las emisiones de CO2
consustanciales a ese fenómeno con el consiguente impacto en el
cambio climático y, por tanto, en la sostenibilidad del planeta.
El
lector probablemente descubra en los párrafos anteriores algunos
elementos positivos que la globalización está implicando para el
ser humano pero seguro que entreverá otros que son claramente
negativos para el mismo. De forma expresa no he querido listarlos de
manera separada. Prefiero dejarlos implícitos en una simple
descripción de algunas de las consecuencias facilmente constatables
de los procesos globalizadores. Y, prefiero hacerlo así, porque
cualquier proceso que surge de la aplicación del libre albedrío
humano, y la globalización es uno de ellos, suele tener
implicaciones tanto positivas como negativas.
Los
defensores de la globalización se aferran a la idea de que la misma
equivale a libertad a escala mundial. Que no podemos poner trabas al
funcionamiento del libre mercado porque este crea riqueza y ello es
bueno para el ser humano. ¿Es eso cierto? La creación de riqueza
provocada por la globalización es innegable, ahí están las cifras
de crecimiento económico mundial en los últimos veinte años, pero
nadie nos ha demostrado que ese crecimiento vaya también acompañado
de una más justa redistribución de la misma. Si ustedes van a
comprobar cifras sobre la distribución de la riqueza en el mundo en
las dos últimas décadas a fuentes tan solventes como las de las NU
o las del FMI, se darán cuenta de que el crecimiento de riqueza a nivel mundial ha ido acompañado por un incremento de las desigualdades en
prácticamente todo el orbe.
¿Es por
tanto el crecimiento de la riqueza bueno para la humanidad o tan solo
para unos cuantos?
Pero si
nos ceñimos al concepto de libertad, ¿no hemos recordado al
principio de este post que el mismo viene limitado por el concepto de
responsabilidad? La realización de actos en libertad no es legítima
si dichos actos producen consecuencias dramáticas constatables para
seres humanos inocentes.
Solo a
título de ejemplo, dado que alrededor del concepto de globalización
económica podríamos analizar muy diversas situaciones, tenemos el caso de la
movilidad a escala planetaria de las clases medias que es un factor
provocado por la libertad de mercado a nivel mundial. En las últimas
dos décadas, las clases medias norteamericanas y sobre todo europeas
que crecieron tras la postguerra como una muestra de la creación de
riqueza de un capitalismo compasivo encarnado en el estado del
bienestar, se están desmoronando a pasos agigantados. Incluso los
países que han conseguido defender mejor su creación de riqueza,
como Alemania, están viendo como se incrementa la desigualdad de
foma alarmante y como crecen los índice de pobreza.
No
debería extrañarnos. Es una simple consecuencia de la aplicación a ultranza
de los principios neoliberales a nivel global. Los grandes
conglomerados industriales han trasladado su producción desde Europa
y desde Norteamérica hacia otras zonas del mundo aprovechando
niveles de salarios y condiciones de trabajo que nos hacen recordar a
la Inglaterra de la revolución industrial que nos describía Dickens
y que origina el rechazo de las sociedades occidentales que, eso sí,
no han dudado en consumir compulsivamente los productos allá
manufacturados. La pena es que ese consumo se ha basado
principalmente en el crédito dado que la generación de riqueza de
esos países occidentales, motivado en buena parte por el mismo éxodo de
sus campeones industriales y por la imposibilidad de competir con
quien trabaja más del doble de tiempo por una décima parte del salario, se ha ido
deteriorando y, cual aristócrata en horas bajas, ha despertado a las
clases medias occidentales de su sueño de las últimas seis décadas.
Ahora la
clase media despierta en oriente y decae en occidente a la espera de
que los capitales globales busquen algún otro lugar del mundo con
menores costes y que generen en cualquier otra parte nuevas bolsas de
incautos disfrazados de clase media dispuestos a consumir sin freno
para que la historia se repita.
La
diferencia entre el capitalismo industrial que vivió Dickens en las
islas Británicas y el que vivimos hoy, es tan solo su alcance global
y la ilusión de prosperidad transitoria y consentida que tuvieron
las clases medias que lo fueron por necesidad de la maquinaria de
consumo, para volver a sus orígenes de pobreza cuando ya no fueron
de mayor utilidad.
Este
breve ejemplo novelado de una de las consecuencias de la
globalización nos demuestra que no se puede alegar la defensa de la
libertad cuando se habla de los procesos globalizadores ya que
aquellos pocos que toman las grandes decisiones económicas a nivel
empresarial son conscientes de sus actos y saben que sus decisiones
se basan en la utilización de la pobreza de unos para incentivar el
consumo de otros hasta llevarlos a su vez a la pobreza en el largo
plazo y repetir ese péndulo de decisiones en el que, a lo largo de
la historia, siempre ganan los mismos. La responsabilidad de los
decisores es innegable y por ello les niego la libertad de actuar
así. El verdadero liberalismo de corte humanista es otra cosa. No
eso.
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